“The Outsider”, cuando la estética predomina sobre lo demás
El crimen japonés es un fetiche para el séptimo arte occidental. Uno que suele despertar el radar de los fanáticos habituales del género y que, por curiosidad o marketing colaterales, termina arrastrando a los espectadores no especialmente adeptos a la violencia o a lo asiático. Netflix, en el afán de seducir al nicho generado por la unión de ambos públicos, lanzó una producción original coronada como The Outsider (2018).
Para la plataforma la matemática con esta entrega fue simple: Japón es una fuente de inspiración muy sugestiva. Un ganador del Oscar como protagónico es un factor de éxito. La violencia y acción que puede traer la yakuza servirán como buen gancho para generar números.
Sin embargo, para crear un largometraje sobre la mafia oriental más prolífica y temida, hay exigencias que no pueden cumplirse con la excusa narrativa del norteamericano que pisa terreno ajeno y logra hacerlo suyo. Hay requisitos que no se satisfacen con una fotografía trabajada ni con fórmulas anticuadas.
Aunque un cliché bien trabajado puede justificarse, el hecho de que la trama esté construida por uno tras otro de forma superficial hace que el filme pierda verosimilitud. Defecto que se ve reforzado por escenas que no aportan nada a la historia o que son desperdiciadas por no tener un desarrollo que entregue respuestas sobre Nick, el enigmático protagonista interpretado por Jared Leto.
Una muestra de lo anterior es el escenario histórico desaprovechado, pues la película nos sitúa en Osaka tras la Segunda Guerra Mundial, pero no hay indicios de la época fuera del subtítulo que nos lo indica. El escenario plagado de choque cultural que delinearía el actuar y el carácter de cada personaje no existe.
La estructura también deja gusto a poco: tenemos a un extranjero que entra fácil a la mafia porque ayuda a su compañero de celda a salir de la cárcel, donde los dos cumplían una condena que jamás conoceremos. Tenemos una rivalidad entre dos clanes de dicha mafia. Tenemos el amor con tintes prohibidos entre el extranjero y la hermana de su compañero de celda, quien también se vuelve su tutor, a pesar de estar en lo alto de la jerarquía criminal. Tenemos actos y actos para crear un caos digno de recordar, pero la tensión dramática es prácticamente nula.
Para distraer a la audiencia de aquello –y de lo minimalista que es el relato que se muestra –, The Outsider utiliza conflictos entre los personajes que resultan predecibles para cualquier espectador que haya visto un número decente de películas de acción estadounidenses en la última década.
Las secuencias de la historia avanzan sin mayores contratiempos y fuera del impacto visual de las calles niponas, se pueden alertar las carencias del guion de Andrew Baldwin (Bastille Day; Atentado en París, 2016) y de la dirección de Martin Zandvliet (Land of Mine; Bajo la arena, 2015), quienes no quisieron adentrarse en el universo de lo que estaban contando más allá de su portada.
Asimismo, la responsabilidad recae en que la actuación de Leto como Nick no tiene matices, ni atisbos de que el gaijin –forma irrespetuosa de dirigirse a los foráneos en Japón –sea algo más que la máquina de violencia inconsistente que vemos.
¿Cuál es su motivación? Nick actúa por impulsos, mientras se deja llevar por la corriente. Al mismo tiempo, demuestra un compromiso férreo a la familia Shiromatsu, que lo acoge apenas corta un par de dedos y hace sus primeros “encargos”. Al comienzo de la cinta salva a su compañero por un arranque altruista, pero después notamos que no le importa particularmente nada. No siente apego alguno a sus compatriotas, pero daría la vida por hombres que apenas conoce. En su actitud de póker no demuestra vulnerabilidades, quiebres o eventos que nos hagan entenderlo. O que, en su defecto, hagan que nos importe.
En ese sentido es opacado por el desplante (o lo que pudo hacerse) del elenco japonés con Tadanobu Asano como su compañero de celda (Kiyoshi) y Kippei Shiina como la fuerza antagónica dentro de la organización (Orochi). Aun así, no gozamos con ningún arco de transformación efectivo en los personajes.
¿Cuál es la conexión entre Nick –sin pasado, expresiones o metas –con la ambientación? ¿Zandvliet tuvo intención de mirar otro aspecto de la película que no fuera su estrella protagonista? Con lo mencionado y ante una trama tan plana, ¿por qué no darle el protagónico a un japonés que pudiera, al menos, hacer que se reconsiderara la estructura completa de la obra?
Esta interrogante nace junto a la mala crítica que recibió la película días antes de su estreno, debido al blanqueamiento (whitewashing en término original), la práctica en que un largometraje ronda entorno a la figura de una persona caucásica, ignorando el resto de aspectos técnicos. Y, también, obviando el hecho de que hay oriundos bastante capaces de realizar cualquier labor de la industria, en caso de que la idea se lleve a cabo en su patria.
Pruebas de la tendencia mencionada son The Last Samurai (El último samurái, 2003), Doctor Strange (Doctor Strange: Hechicero Supremo, 2016) y Ghost in the Shell (Ghost in the Shell: El alma de la máquina, 2017).
Dándole un respiro, quizá no todo sea una pérdida con The Outsider.
La película puede usarse como una iniciación –burda y superflua, pero iniciación a fin de cuentas –para el espectador nuevo en esta rama cinematográfica. Un tentempié previo a las entregas de Takashi Miike, Kinji Fukasaku o Takeshi Kitano, esas que sí tienen algo que contar.