Darren Aronofsky: dirigir para agitar
Son pocas pero sentidas. La filmografía de Darren Aronofsky no goza de una extensa variedad. Su nombre, sin embargo, se ha colado dentro del top de los mejores directores estadounidenses contemporáneos y eso, a veces, significa que la espera valdrá la pena. Sus seguidores, muchos obsesionados con su icónica Requiem for a dream (2000), lo idolatran por su autenticidad y controversial estilo. Otros cinéfilos, en cambio, lo consideran muy experimental y hasta abusivo en sus agitaciones.
Es que Aronofsky es un director agitador. Puede inspirarse en lo feo y lo malo para crear hermosas producciones pero su meta es perturbar. Sus mejores trabajos son, de hecho, aquellos que lograron despertar en los espectadores muchas emociones, y juntas. Es usual, aún después del último negro, que el corazón y el cerebro busquen explicaciones de lo que acaba de pasar frente a sus ojos. Es entonces cuando removerse frente a la pantalla o en la butaca del cine se genera de forma natural y aparece la búsqueda de un respiro. Es amar u odiar. Incluso llega a asquear.
Se sabe de antemano que sus películas no van a pasar desapercibidas y siempre terminarán por ser presas de la crítica. Su última cinta, Mother! (2017) despertó tantas inquietudes que Internet se llenó de teorías sobre qué quiso decir el creador con tan arriesgado film. Cine Oculto, no ajeno a ello, publicó ésta perversa reseña. Ahora, en cambio, preferimos viajar por sus creaciones y sacar de ellas lo más importante para el cine.
Un paseo por sus películas
Darren Aronofsky se lanzó al ruedo con Pi (1998) -en español Pi, fe en el caos/ el orden del caos– una película fascinante. Con base en las matemáticas logró un thriller casi paranoico, a través del cual queda en evidencia la influencia existencialista que tiene el director. En Pi, la religión y la tecnología (informática) se juntan para convertirse en un viaje del que pocos pueden salir inmutados.
Par de años más tarde, dirige Requiem for a dream. Luego de 18 años de su estreno es poco lo que queda por decir sobre ella. Las adicciones, tema central e hilo conductor de la historia, son un causal de desgracia, pero el director se envalentona con nuevas críticas- sobre todo a la sociedad occidental – y condimenta un drama agotador. Es agotador por lo denso y emotivo, pero también necesario. La incesante búsqueda del otro mundo (uno mejor que brinda el cerebro dopado por ejemplo) se compara con la búsqueda de un sueño que en cada quien es distinto pero que en todos gira nuestros pasos. La histórica actuación de Ellen Burstyn, coprotagonista del film junto a Jared Leto, es el complemento perfecto para una memorable historia.
A la consagración que le significó al director Requiem for a dream, le siguieron dos interesantes películas: La fuente de la vida (2006) y El luchador (2008). En la primera, se acentúa la faceta existencialista del cineasta, con la búsqueda de un algo y la religión vuelve a formar parte de sus cartas. Resalta con esa producción su ímpetu experimental y profunda que toma una pausa en su siguiente película. El Luchador, se aleja de cualquier pretensión y de todo lo que había creado Aronovsky. Una película soft, intimista y no muy relevante que sirvió para bajarlo a tierra y preparar su próximo éxito.
Con Black Swan (2010) todo explotó. Mientras el director continuaba su carrera dentro del cine, maquinaba una gran película que lo convirtió ya en referente. Desde 2000 tenía la idea de rodar «una película de ballet». En esa época, conversó con Natalie Portman que ya aspiraba a salir del estereotipo de chica bonita y buscaba papeles más profundos. Protagonizar Black Swan le cayó como anillo al dedo. El entretejido, rebuscado y oscuro mundo del cisne negro, dejó perplejo a los críticos y espectadores quienes la calificaron como absorbente y perturbadora.
Su papel en la cinta le valió a Portman los más importantes premios del cine y, por supuesto, el Oscar. De hecho es una película que se sostiene prácticamente de su protagonista. Claro que sus atributos no son únicos de las impecables actuaciones. El director, como si se tratara de una película de terror, inmiscuye al espectador en una historia que pudiera parecer simple pero se extrapola a lo dramático con sonidos, apariciones, visiones y suspenso. Apuesta y se arriesga por una trama psicológica que culmina por exponerse de forma espléndida y por agitar.
Con Noé (2014), el director se toma un respiro y regresa a la luz de la mano de Mother! de la que hablamos más a fondo aquí. Un film arriesgado y excéntrico, casi inexplicable, que nos sirve de abreboca para esperar las próximas obras de un director sin igual.