Hell or High Water: robos, outsiders, lealtad e ironía
El director David Mackenzie, ganador del BAFTA, además de los festivales Berlinale, Gijón y Chicago por películas como Young Adam (2003), Asylum (2005), Hallam Foe (2007), Perfect Sense (2011) y Starred Up (2013), hace equipo con Taylor Sheridan, actor de Sons of Anarchy (2008 – 2014), escritor del guión de Sicario (2015) y director de Wind River (2017), para realizar la soberbia Hell or High Water (Comanchería 2016), película que combina excelentes guión, actuaciones, banda sonora y dirección para consolidarse como una de las mejores del 2016.
Protagonizada por un Chris Pine que hace lo que debe hacer, un Ben Foster valiente que se desempeña muy bien (espero se repita con la próxima a estrenarse Galveston) y, desde luego, por Jeff Bridges, genial como siempre a la hora de interpretar personajes singulares. Con esta cinta, el actor sumó séptima nominación al Óscar, misma que repitió en Globos de Oro y BAFTA. Aunque no resultó ganador en estas entregas, eso no impidió que acumulara más de diez premios entre festivales y círculos críticos internacionales.
La película se apuntó cuatro nominaciones al Óscar: Mejor Película, Mejor Actor de Reparto, Mejor Guión y Mejor Edición, así como una en Cannes y tres en los BAFTA y Globos de Oro. Pese a irse con las manos vacías en todos los casos, la cinta recibió críticas positivas tanto del periodismo cinematográfico como del público, consiguiendo galardones en festivales y círculos críticos; especialmente en las áreas de banda sonora, con el soundtrack compuesto por Nick Cave y Warren Ellis, músicos que ya han sido reconocidos internacionalmente por sus creaciones para cine en años recientes, y fotografía, gracias al hermoso trabajo de Giles Nuttgens, quien ha colaborado en todas las cintas de Mackenzie y trabajado en películas como The Deep End (2001), The Fundamentals of Caring (2016) y Grain (2017).
El desarrollo del personaje
En un panorama plagado de películas que buscan la menor excusa para estallar en peleas, tiroteos o explosiones, especialmente cuando se trata de thrillers o cintas de acción, Hell or High Water pisa poco a poco el acelerador. La estrategia es clara: modular el ritmo al tiempo que das cuerpo al personaje, para crear una evolución paralela. Apuesta contraria a la dinámica de la mayoría de las películas de acción hollywoodense, que primero meten al personaje a los “chingazos” para después generar una reacción emocional que, muchas veces, no deriva en evolución alguna.
A medida que conocemos a los personajes principales, entendemos sus motivos, actitudes y acciones. La comprensión o empatía llega al punto de que no precisamos los inteligentes diálogos para emprender una comunicación con los actores. Parte de su constitución se construye de manera implícita a partir de los gestos y tonos del lenguaje, lo que lleva a una comprensión pragmática. Basta poner de ejemplo la interpretación de Bridges, que nos dice bastante más con sus expresiones faciales, chistes, tono de voz y pronunciación que con sus acciones o lo que “literalmente” dice.
Desde los roles más pequeños hasta el papel de Bridges, los sujetos concretan decisiones que son siempre una respuesta lógica basada en sus experiencias o talentos. Lo sugiere el personaje de Foster en la película: a veces uno hace algo tan sólo porque es bueno en ello.
La camaradería es primero
En su compleja mezcla de western, thriller, cine negro y comedia irónica, Hell or High Water también es una “buddy movie”, una película sobre la camaradería masculina, generalmente la de dos compañeros de trabajo, parrandas, crimen, etc (piense como ejemplo en Arma Letal, The Blues Brothers, Los Picapiedra, Tango y Cash, Pulp Fiction o Batman y Robin). La literatura también reconoce casos de este tipo como Don Quijote y Sancho Panza de la novela de Cervantes, Sam y Frodo de la saga de Tolkieno o John Watson y Sherlock Holmes en las obras de Conan Doyle, entre muchos casos más.
Con frecuencia se producen juicios al sexismo de estas historias que abundan en testosterona y en las que a veces ni siquiera existen los personajes femeninos. Si bien es imposible que la película de Mackenzie se mantenga fuera del juicio (ciertamente ningún personaje femenino destaca en esta película), tiene el acierto de construir personajes masculinos que, aunque sea un poco, trastocan el estereotipo del macho. Esto es notorio principalmente en los protagonistas, quienes se ven confiados para hablar abiertamente sobre sus sentimientos, temores o anhelos, llegando al punto de confesar su frustración o llorar. Cambio que aunque minúsculo, resulta performático y que jamás habríamos podido ver en una película de hace algunas décadas.
Pero los personajes de Pine y Foster no son los únicos “buddys” del filme: los policías que irán tras ellos son otro peculiar par que tiene una relación difícil, pero estrecha. Tanto los hermanos como los policías, representan el espejo anverso del otro. Pine interpreta al hermano racional, el tipo bueno que sólo busca justicia y no quiere dañar a nadie, mientras que Foster es el hermano impulsivo, alguien que se deja llevar por la emoción del crimen pudiendo ser violento. Por otra parte, Bridges interpreta a un gruñón, amargado y sarcástico oficial a punto de retirarse que se pasa el día burlándose de su compañero mestizo, quien resulta ser un sujeto tranquilo y prudente.
Outsider americano del siglo XXI
Apenas iniciada la película podemos leer la frase “Tres tours a Irak, pero no hay dinero para gente como nosotros.” Sin abandonar la historia que quiere contar, la cinta se convierte en una reflexión sobre la marginalidad padecida por grupos de personas en un país que se presume ideal. Soldados retirados, policías a punto de jubilarse, inmigrantes, indios americanos, indigentes o vaqueros, son algunos de los entes que buscan un lugar en una sociedad para la que se han vuelto prescindibles.
De paso, Mackenzie llama la atención sobre el elefante en la habitación llamado “racismo”, monstruo que incide en el auge de grupos xenófobos ligados a la política conservadora de derecha. Esta ideología que impregna muchos estados de nuestro país vecino (como Texas donde ocurre la acción del filme) es la que busca en extranjeros como los mexicanos a los culpables de su estado histórico. Muchos de estos estratos sociales que actualmente agonizan, personas inconformes que reclaman atención, que poseen las herramientas para hacer “justicia” por mano propia, componen la mayoría de los votantes de Donald Trump, un actor que supo conducir a su favor la rabia de esta población.
Esta preocupación es expresada también en un soliloquio del compañero indio/latino de Jeff Bridges, cuando externa la rabia y tristeza que siente ante la muerte de su cultura original; ante el desvanecimiento de generaciones y tradiciones que son relegadas al olvido en una época que pondera la actualidad y que sorprende por su poca capacidad de memoria histórica.
Hell or High Water se suma a una larga lista de producciones que empujan a muchos críticos a considerar a los hermanos Coen como un género. Aunque la propuesta es exagerada y comercialmente inviable, sirve como radiografía para ver la importancia que ambos ostentan en la cinematografía actual. Aunque muchas veces la “marca Coen” se relaciona con películas en las que colabora de alguno de los hermanos como productor o guionista, esta influencia se extiende más allá de las colaboraciones para encontrarse en títulos que sugieren la intervención de los Coen, pero en los que no tienen crédito directo alguno.
El caso más reciente es el de Tres anuncios por un crimen (2017), en la que actúa la “coeniana” Frances McDormand y es dirigida por Martin McDonagh, director de obras “coenescas” (será “coeniana” o “coenescas”) como En Brujas (2008) y Siete Psicópatas (2012). Este se suma a largometrajes eminentemente influidos por los Coen como Un plan sencillo de Sam Raimi (1998), El soplón de Steven Soderbergh (2009), Wind River de Taylor Sheridan (2007) o la película que hoy reseño sin mencionar que de no ser por los Coen la magnífica serie Fargo de Noah Hawley no existiría.
En Hell or High Water lo “coeniano” radica en el uso de los espacios abiertos, la casualidad como detonante de situaciones complejas y un uso muy inteligente de la ironía. Es importante recalcar también que, aunque con un uso más secundario desde luego, Hell or High Water se enfoca con frecuencia a los espectaculares en la carretera, que sirven en este caso para mostrarnos la situación económica complicada reflejada en los anuncios sobre préstamos. Entre las acciones irónicas que suelen ocurrirse a los hermanos Coen está la filosofía de los asaltantes, quienes roban cuando el banco recién abre para evitar altercados con la gente; sólo roban al banco y no a los que estén ahí; toman botines modestos y no lastiman a nadie. Es decir, tenemos en nuestros protagonistas lo que confusamente podríamos llamar anti-villanos.
Irónico es incluso el robo de bancos en estas fechas en que pocas personas se arriesgan por las elevadas medidas de seguridad, que implican un esfuerzo tal que sólo un botín millonario costea; irónico es también que roben el dinero al banco al que tienen que hacer el pago para conservar la propiedad de su madre y más todavía es que encuentren un banco más anticuado que ellos, uno que ni siquiera tiene un sistema de vigilancia moderno: Texas Midlands.
En resumen, Hell or High Water es una película redonda que destaca en cada área. Con la confluencia de varios talentos en su realización, es una obra maestra de obligada revisión.