Burning: Contemplando los misterios que nos rodean
Todavía recuerdo la sensación de angustia cuando terminé Barn Burning, el relato breve de Haruki Murakami que adapta la película. Es una pieza que sabe encontrar lo enigmático en lo cotidiano, así como despertar inquietudes vitales. También es una exploración en los rincones más oscuros del ser humano, siempre con más preguntas que respuestas. Y, sobre todo, es difícil olvidar la revelación final, quizá por ser tan repentina y ambigua como, una vez nuestra cabeza conecta los puntos, certera y desgarradora. Lee Chang-Dong logra sintetizar todos esos elementos e incluso añadir un toque personal.
Jongsu (Yoo Ah In) vive en Corea del Sur. Es un joven recién graduado y desempleado; Burning no se centra en la crítica social, pero al adoptar el punto de vista del joven y marcar un estilo tan cotidiano, es inevitable tratar algunos de los problemas de la sociedad coreana (Corea del Norte está también de fondo). Un día cualquiera se topa con Haemi (Jun Jong-seo), una chica que solía vivir cerca de su casa cuando eran niños, y no tarda en enamorarse. A través de ella, el relato se impregna de un halo de esperanza; es una persona que brilla y casi purifica la normalidad que aplasta al protagonista (y a nosotros). Tras desaparecer unas semanas en un viaje por África, Haemi vuelve a Corea acompañada de Ben (Yeun Steven), un misterioso “Gatsby” que parece estar interesado en ella. Ben es lo opuesto a Jongsu: rico, de buen ver, sabe cocinar, cae bien a todo el mundo, conduce un Porsche. Ben es la personificación del ser privilegiado. Los celos son evidentes. Y entonces, un día Haemi desaparece sin dejar rastro. El triángulo se desvanece y solo quedan ellos dos y un gran interrogante.
El enigma de Haemi es el motor de fondo que mueve el relato: ¿Dónde está? ¿Qué le ha pasado? ¿Está viva? Con su previa escapada a África, Haemi deja claro que es una persona inconformista, una mujer que necesita saber que hay algo más. Como ella explica, en el desierto del Kalahari tienen dos significados distintos para la palabra “hambre”; hay gente que tiene hambre, comprendida como la necesidad de consumir comida; pero también hay gente hambrienta, no de alimento sino de buscar un sentido vital. Ese impulso y curiosidad existencial es un tema que siempre está presente en las escenas que incluyen a Haemi, regalándonos los momentos más poéticos, como una larga danza al desnudo, rodeada de naturaleza, bañada por el naranja de la puesta de sol y contemplada por un Jongsu y un Ben hipnotizados.
Burning es también una experiencia contemplativa. Para Jongsu, el mundo es un misterio, y esa idea lo impregna todo. El ritmo calmado siempre nos deja espacio para observar y juzgar; la trama no se desarrolla como el cine nos tiene acostumbrados: es pausada y evoluciona poco, lanzando continuamente interrogantes, tanto en tono de thriller como de puro drama existencial, y pocas veces nos da las respuestas. Esa es la clave del relato de Murakami, y aquí Lee Chang-Dong demuestra que está a la altura, que conoce al escritor y que sabe cómo realizar una lectura profundamente respetuosa. Incluso cuando el cineasta coreano se atreve a añadir un cierre, una llamada a la acción que no presenta el relato original, es un añadido poderoso que sorprende (sobre todo a los familiarizados con la obra literaria), pero que continúa sin responder al interrogante principal. Como siempre, nos hace observar y nos deja a nosotros el veredicto.
La adaptación cinematográfica de Lee Chang-Dong es tan certera como la obra que adapta. No solo captura los ingredientes principales del relato de Murakami: la normalidad aplastante, los interrogantes vitales y tangibles, lo misterioso de lo cotidiano, la ambigüedad; a su vez, se atreve a añadir un cierre propio que nos regala un desenlace tan poderoso como respetuoso con esas claves. Porque con o sin clausura, con o sin esa llamada a la acción, ambos ejercicios nos empuja a lo mismo: observar lo misterioso, tanto del mundo como del ser humano, y juzgarlo por nosotros mismos.