“La casa Lobo”, una retorcida, escalofriante y sucia animación chilena
Por lo regular, el stop motion es una técnica que, en el caso más nimio y pueril, podría ser descrita como un recurso “complejo” debido a todo el proceso y esfuerzo que requiere fotografiar cientos de “cuadros” con tal de grabar unos segundos de movimiento; aunque para otros esta manera de filmar resulta algo más grande, nostálgico, entrañable –incluso mágico- y digno de admiración. Sin embargo, ¿qué pasa cuando la maravilla de la animación se usa para crear una historia bizarra, escalofriante e incluso incómoda? Bueno, pues algo así es La casa lobo (2018), de los directores Joaquín Cociña y Cristóbal León.
María (voz de Amalia Kassai) es una niña que, aterrada por un temible lobo, decide resguardarse en una extraña y abandonada casa junto con dos cerditos. Sin embargo, lo que en un principio parecería una simple y nueva adaptación de un cuento infantil, pronto se convierte en una pesadilla cuando todo dentro de aquellas paredes comienza a tomar vida; los cerdos se transforman lentamente en humanos y María va perdiendo su cordura con el paso del tiempo.
Comencemos por lo viviente. Una de las mayores características de esta película es que sus realizadores se plantearon como regla utilizar materiales que sólo fueran “desechos” –papel maché, cinta adhesiva, cartón, pegamento, pintura sucia, palos…-, y efectivamente, la sensación que transmite la cinta es esa: la de estar en medio de la carroña, la suciedad y la podredumbre.
Ahora, cuando mencionamos estos adjetivos no es sólo por la impresión que genera la saturación de materiales y el asombroso manejo de cámara que provoca una sensación de claustrofobia; no, sino porque, literalmente, durante toda la cinta vemos cómo las paredes cobran vida, pues estas son usadas como un personaje más que como escenarios, ya que es mediante ellas que se dibujan, brotan, nacen, se desarrollan e incluso mueren ciertas siluetas que por momentos se transforman en brazos, piernas, cabezas…vida.
Así, es gracias a las paredes que la historia avanza, pues durante una hora y cuarto son usadas como lienzos en las que veremos cómo las pesadillas de Mariana toman forma y evolucionan conforme la locura y el miedo de ésta también aumentan. Además, es debido a la construcción y destrucción de estos muros que la cinta es filmada mediante (la ilusión de) un “plano secuencia” que, más que dar la impresión de ser simples encuadres, parecieran ser el retrato de un trozo de carne podrida del cual brotan larvas e insectos para crear otras formas de vida; así es como La casa lobo nos lleva de un escenario a otro, pues éstos brotan, evolucionan e involucionan –se comen y vomitan- dentro de sí mismos para dar lugar a la siguiente toma que, sin saber cómo llegamos a ella, nos atrapa y nos sumerge en sí misma.
Sigamos con la pesadilla y la locura. Si bien la historia puede ser vista como una forma de retorcer el cuento de “Los tres cerditos y el lobo feroz”, el espectador es libre de darle la interpretación que desee, ya que si tomamos en cuenta que los directores se inspiraron en la historia del nazi Paul Schäfer, un hombre que en una zona limitada de tierra logró instalar un centro de torturas y violaciones, entonces cualquier significado es posible, menos aquellos que tengan que ver con la felicidad y la infancia.
De esta manera, si bien en un principio vemos a una pobre niña defender a dos cerditos de una horrible muerte, la evolución de la trama sirve para que estos cerdos, literalmente, también evolucionen. Con esto nos referimos a que el par de porcinos son víctimas de dos horribles (y solo probables) circunstancias:
Por un lado vemos cómo pasan de ser simples cerdos a transformarse en humanos, dejando la vida animal para comenzar a sentir como hombre y mujer y, por ende, a sufrir como tales. Sin embargo, la otra arista nos dice que es María quien se va volviendo loca y, en su fantasía, ha sido vencida por sus miedos y pesadillas, buscando refugiarse en una familia perversa y antinatural con tal de encontrar un refugio no ya para los animales, sino para ella misma del lobo que acecha allá afuera, en la oscuridad y, más peligroso aún, en la realidad.
Claro, es el espectador quien tiene la última palabra, aunque para deducir lo que ve, primero tendrá que digerir toda la basura –en el buen sentido de la palabra-, la suciedad y lo retorcido de esta historia, la cual, como dijimos antes, puede ser cualquier cosa, excepto un cuento de hadas. Sin embargo, también hemos de advertir que tal vez todo dependa de qué tan siniestro es el entendimiento de quien la mira.