Pink Flamingos, espléndidamente repugnante

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Con un tenue pero permanente olor a humedad, unas cuantas butacas viejas y un proyector ruidoso y de fidelidad deplorable. Así era la sala del Filmclub donde vi Pink Flamingos. Y no me quejo, fue la atmósfera ideal para esa película, sin mencionar que éramos solamente otro sujeto y yo los únicos en la proyección. Eso sí, el “lobby” muy bien cuidado, las cervezas frías y los nachos deliciosos.

Afortunadamente soy de estómago curtido y un tanto morboso, ya que de no ser así, hubiera pasado un mal rato.

Recordé aquella experiencia porque el pasado 22 de abril, John Waters (director del filme en cuestión) cumplió 73 años de edad. Un personaje fundamental en el cine independiente, gracias, entre otras cosas, a su estilo único frente a la cámara y sus tantas películas transgresoras: de esas que ofenden; de esas que incomodan.

El director, actor, escritor y fotógrafo, originario de Baltimore, Maryland, es famoso por filmar sus películas en su ciudad natal, en compañía de los “Dreamlanders”, nombre que deriva de su productora «Dreamland Productions» y es como se conoce a los miembros de su inseparable equipo técnico y actoral. Es suficiente con participar en una de las películas de Waters para ostentar el título.

Si bien tiene en su haber como director varias cintas sobresalientes, Pink Flamingos, estrenada un 17 de marzo de 1972, se ha convertido en referente del controversial cineasta y es considerada por muchos su mejor película.

La historia se centra en Babs Johnson (Divine), una drag queen que vive en una casa rodante a las afueras de Baltimore con su madre Edie (Edith Massey), comedora compulsiva de huevos de gallina, su hijo Crackers (Danny Mills) y la pareja de éste, Cotton (Mary Vivian Pearce), delincuente y vouyeurista, respectivamente.

Un día, Babs es nombrada como “la persona más repugnante del mundo” por un periódico local y la noticia llega a oídos de los Marble,
quienes intentan arrebatarle el título a como dé lugar. Ellos se dedican a vender heroína en las escuelas y robar bebés para venderlos a parejas de lesbianas.

¿Qué se puede esperar de un grupo de marginados que contienden por el premio a la “persona más repugnante” a nivel mundial? Pues por predecible que parezca, no lo es. Conforme avanza la historia, continúa superándose a sí misma y deja el calificativo de “asquerosa” como insuficiente, hasta llegar a la infame escena final.

La baja nitidez de la filmación, da un toque incómodamente gráfico a la innumerable cantidad de escenas incestuosas, violentas y hasta surrealistas. Todo adornado por Divine, cuyo carisma y protagonismo constituyen lo más sui generis filme.

Si bien logra arrebatar algunas carcajadas, Pink Flamingos será por siempre aturdidora, confusa y repulsiva. Eso sí, única en su tipo y de gran influencia para cineastas independientes que han seguido ese camino de convertir una historia vomitiva en una gran película.