“Cuando el viento sopla”, el amor en los tiempos de bombas nucleares
El reciente y creciente éxito de Chernobyl, la nueva mini serie de la BBC sobre dicho desastre nuclear, no sólo ha revivido el horror de la radiación, sino también el temor, el odio y la incredulidad por la negligencia y la irresponsabilidad humana. Sin embargo, años antes esta cadena de televisión nos presentó estos mismos horrores en una hermosa pero atroz animación titulada Cuando el viento sopla (When the Wind Blows, 1986), del director Jimmy Murakami y basada en la novela gráfica del mismo nombre.
Jim y Hilda (con voz de John Mills y Peggy Ashcroft, respectivamente), son un dulce y encantador matrimonio de ancianos que viven en una pequeña granja del Reino Unido durante los años 80, época en la que su país entró en guerra con la Unión Soviética. Sin embargo, cuando un inminente ataque nuclear está cerca, la pareja deberá sobrevivir al desastre mediante su amor y la construcción de un refugio que los mantenga a salvo de la radiación.
Mediante el stop motion y los dibujos animados, Murakami se encarga de presentarnos una historia tanto romántica como atroz, pues si bien la cinta nos deja ver el cariño entre dos tiernos ancianos, por otro lado nos muestra los terribles efectos de la guerra y la radiación en el ser humano. Esto ocasiona que la película transmita un cúmulo de emociones que van desde la compasión hasta la desesperación y la desolación; aunque claro, sin olvidarse del odio y el amor, por lo que es fácil sentir una gran empatía hacía los personajes.
Sin embargo esta empatía es un arma de doble filo en Cuando el viento sopla, pues aunque se puede llegar a sentir un gran cariño hacia los dos ancianos, también es fácil generar un enorme enojo hacia ellos por su incredulidad e inocencia (y hasta cierto punto irresponsabilidad) ante un escenario tan terrible y peligroso como lo es una guerra nuclear.
Amor, cariño y compasión porque durante la primera mitad de la trama sólo vemos a un matrimonio sumamente inocente que busca vivir en paz los últimos años de su vida, viviendo de una forma tan rutinaria como tranquila. Así, mientras Jim es el típico anciano que gusta de leer los diarios y folletos o escuchar la radio (como única forma de conocer el mundo a esa edad) para mantenerse informado sobre le economía y la política, por otro lado Hilda es la amorosa y dulce esposa que ama complacer a su esposo no de una forma servil, sino más bien apoyándolo en sus locas y divertidas ideas que le trae la senilidad.
Por ello la película adopta tintes satíricos y cómicos durante sus primeros minutos, ya que si bien se presenta cierta crítica política y social, lo hace de una manera ligera pero agradable y sin meterse de lleno en un tema de denuncia.
Aunque la principal comedia se da cuando Jim trata de construir un refugio que los mantenga a salvo de un posible ataque nuclear, por lo que lo veremos armar y desarmar su propia casa para construir un (penoso) bunker anti bombas en la sala; por supuesto, no sin sufrir los constantes y cariñosos regaños de su esposa, quien debe ver cómo su hogar es destruido pero a la vez dando consejos sobre cómo “no arruinarlo tanto”.
Esto ocasiona que la tragedia en la cinta sea más impactante al momento en que ocurre, pues llega de un momento a otro, sin previo aviso, junto con el viento y con la rapidez e incredulidad que nos causaría un anuncio por radio o televisión que nos informe que así, de forma inesperada, varios misiles atómicos se dirigen hacia nuestro país y la destrucción total es inminente.
Es por ello que la secuencia del ataque atómico en la cinta se mira por demás desoladora e impactante, pues ocurre de manera inesperada. Además, la constante y magnífica banda sonora (que incluye temas de David Bowie y Roger Waters) llena de explosiones, alarmas y sonidos de destrucción ayudan a que partir de dicho momento la película se inunde de tensión y desesperación.
Es aquí cuando decimos que la empatía tiene un doble filo en Cuando el viento sopla, pues si en la primera mitad de la cinta es fácil simpatizar con Jim y Hilda, en la segunda es aún más fácil sentir cierto enojo y desesperación hacía sus personajes debido a, como dijimos antes, su inocencia y optimismo ante un escenario tan despiadado.
Enojo y desesperación porque la inocencia y hasta cierto punto la ignorancia de ambos los hace entrar en constantes situaciones llenas de peligro e irresponsabilidad tras el ataque. Sin embargo, es quizá su enorme optimismo ante la situación lo que más estrés genera, pues de ser dos entrañables ancianos pasan a ser un par de personajes que sin saberlo poco a poco se condenan más a sí mismos y, lo peor de todo, lo hacen mediante su amor.
Claro que no se les puede culpar de ello cuando sólo son víctimas de las circunstancias. Más aún, pues como dijimos, gracias a la tragedia de este matrimonio es que Cuando el viento sopla se convierte en una entrañable pero aterradora historia que nos demuestra el horror al que se ha condenado el ser humano en diversas ocasiones, ya sea por errores dentro de una planta nuclear, o por el simple odio entre dos naciones; aunque como siempre, siendo los inocentes quienes pagan el mayor precio.