«The French Dispatch»: la dulce añoranza al pasado
Arthur Howitzer Jr. es el editor de The French Dispatch, un periódico estadounidense ubicado en Francia a mediados del siglo XX. Al fallecer de un paro cardíaco, sus principales redactores se juntan para armar una última edición que compila diversos artículos antiguos junto a un obituario. Serán el arte, la política y la comida los que harán presencia en estos relatos con ecos al pasado.
Hoy en día, el cine más comercial prima mucho el gran despliegue de espectáculo de acción por encima de narraciones más “terrenales”. El gusto por contar historias parece estar perdiendo lugar en la gran pantalla habiendo contadas excepciones de autores que manejan gran presupuesto. No obstante, incluso ellos también optan más por su propia versión de espectacularidad por encima de la pura narración (dícese Christopher Nolan o Denis Villeneuve). Esto es algo que se ha manifestado en distintos medios. No solo de entretenimiento, sino también en los de información en los que la impronta personal de los autores ya no está tan presente.
Wes Anderson nunca fue alguien que haya destacado por tener películas con guiones espectaculares. Muchas veces estos suelen ser no más que correctos siendo su estilo tan meticuloso lo que resalta y encanta. Eso no quita el hecho que su gusto por narrar historias haya estado siempre presente, teniendo una particular fascinación por los relatos de aventura, sean a una escala grande o a una más cotidiana. Es ahora en The French Dispatch donde el cineasta le declara todo su amor a lo que contar historias se refiere.
Y esta pasión la transmite muy bien a través de los protagonistas de cada uno de los segmentos. Al tener cada uno un narrador que a la vez es partícipe de lo que sucede, llama la atención ver cómo la combinación de la palabra con lo visual cobra forma. Eso va de menos a más en lo que avanza el metraje (como si de leer el boletín mismo se tratara) que irá revelando cuáles son los intereses que Anderson tiene. La labor periodística, al igual que la cinematográfica, ha ido perdiendo esa voz distintiva de su autor en pos de la masificación. En la cinta se siente que cada historia la busca incansablemente.
Para ser todas distintas, no se alejan de un eje común que es esa vista desde la añoranza a tiempos que ya pasaron. Eso se refuerza aún más con la muerte del editor de por medio haciendo que esa añoranza pueda tornarse fácilmente en una amarga melancolía. Pero como el letrero en su oficina expresaba, no es momento de llorar porque la diversión aguarda. Las situaciones en las que se ven envueltos tan simpáticos personajes será motivo de divertidos enredos que denotan el refinamiento del humor tan característico del director.
Las actuaciones son algo interesante a mencionar. El manejo de tan descomunal elenco de actores y actrices de renombre es bastante bueno y el hecho de tener a varios en papeles pequeños deja claro la importancia del trabajo colectivo por encima de individualidades. Casi todos tienen su momento para brillar, especialmente Benicio Del Toro, Adrien Brody, Tilda Swinton y Jeffrey Wright que, personalmente, se llevan todas las palmas. Es en ellos que se captura mejor la profundidad narrativa y el humor de la cinta.
El apartado visual es una maravilla para los ojos. Todas las manías de Wes Anderson con la escenografía, la cámara y los colores son elevadas a la máxima potencia. Es acá donde se evidencia mucho más la exigencia que hay para que cada plano esté perfectamente compuesto y planificado hasta lo más mínimo. En adición a eso está todo el abanico de formatos donde hasta la animación hace acto de presencia con el propósito de entregar un trabajo impecable que abruma en la gran pantalla.
Sin embargo, es de acá que parte de igual manera los dos problemas de la película. El primero es que al prestarle más atención de lo normal a todos esos detalles visuales, esto hace que se distraiga con mayor facilidad de lo que se está contando. Esto se nota más en el relato protagonizado por Frances McDormand que es el más débil por sentirse excesivamente largo provocando un cierre apresurado. Y es que eso está ligado al otro problema que es el hecho de que sea antológica. De haber sido toda una gran aventura al estilo The Grand Budapest Hotel, la narración entrelazada le hubiera funcionado mucho mejor.
En conclusión, The French Dispatch es una buena película en la que Wes Anderson compensa a sus fanáticos de muchos años. Objetivamente es su mayor logro técnico, con todo lo bueno y malo que eso conlleva. Pero por encima de eso, encuentro más disfrutable cómo combina eso con la narrativa que explora distintos géneros con tanto gusto. Sin ser su mejor trabajo, es algo significante ver que un autor como él todavía pueda darle la importancia a aquellos viejos valores que parece han quedado atrás.