[Entrevista] Festival de Venecia 2020: Lav Diaz, director de Genus Pan
Huésped ilustre de la Mostra desde 2007, Lav Diaz es uno de los directores más personales de Filipinas y con una marcada vocación por romper con formatos tradicionales. Aquí la conversación que tuvimos con el ganador del premio a Mejor Dirección en la sección Orizzonti.
Aunque la industria filipina es más reconocible desde los 70 en el contexto del cine Xploitation y diversos subproductos, también tiene una cuota autoral muy importante gracias a directores como Brillante Mendoza, Kidlat Tahimik y el mismo Lav Diaz, siendo éste último una presencia constante en los grandes festivales, en particular en Venecia, donde obtuvo en 2016 el León de Oro a Mejor Película por The Woman Who Left. Este año, su última obra, Genus Pan, fue acogida en la sección Orizzonti, donde se hizo del reconocimiento a Mejor Director. No dejó de llamar la atención el hecho de que la presente historia es la versión ampliada de Hugaw, el episodio que abrió el tríptico de Lakbayan (2018), donde participó junto a los otros dos miembros de la sagrada trinidad filipina.
En esta oportunidad, él recrea en dos horas y media (un formato relativamente corto, teniendo en cuenta que ha llegado a presentar cortes de 9 horas), la suerte de Andrés (Don Melvin Boongaling), un joven minero que se ve obligado a trabajar muy lejos de su hogar y en condiciones bastante precarias. La temporada finaliza y él debe volver a casa, pero su capataz, Don Baldo (Nanding Josef) y su compañero Paulo (Bart Guingona) lo convencen de cruzar la isla de Hugaw para llegar más rápidamente. El lugar, que arrastra una fama siniestra debido a que fue escenario de muchas muertes a lo largo de la cruenta y militarizada historia del país, evocando a muchas supersticiones que la señalan como un destino maldito, tendrá ese derrotero en el grupo al terminar con Andrés como único sobreviviente de un viaje en el que los remordimientos, el abuso y la injusticia acumulada culminan con un saldo fatal y con el chico con una pesada carga moral tras de sí.
Lo más saltante de la película, cuyos movimientos de cámara pausados y su mirada fría desde el blanco y negro que busca la compenetración con lo cotidiano, es la naturalidad de personajes cuyos destinos parecen sellados desde el sometimiento –no solo material- a una vida estrecha, en la que el miedo y la inseguridad parecen provenir de un orden mayor que no es sino la consecuencia natural de sucesivas dictaduras militares, las que han minado la moral colectiva y hacen del ambiente un espacio abierto al abuso y la mentira.
Genus Pan probablemente no resulte un punto de quiebre en la filmografía de Lav Diaz, ya que suena más bien a la reiteración de muchos motivos de su cine que ya ha retratado antes con mayor impacto, pero resulta innegable que la mirada sobre sus protagonistas y sus tristes derroteros sigue siendo un extraordinario campo de observación de las desigualdades sociales, a las que asistimos de manera descarnada lejos de cualquier atisbo de porno-miseria. A continuación, la conversación que tuvimos con el director sobre los motivos generales de su cine.
Sayo Hurtado: ¿Cómo fue su experiencia como espectador antes de ser cineasta?
Lav Diaz: Mi infancia estuvo llena de cine, literalmente, y como resultado, está formidablemente arraigado en mi ADN. Desde el lugar muy remoto donde vivíamos, un pueblo no tan lejano, habían cuatro salas de cine que programaban regularmente programas dobles, y, a instancias de mi padre, un adicto al cine sin disculpas, veíamos todas las películas los fines de semana. Eso era una dosis de ocho películas semanales y con la gama del cine comercial de entonces. Eso selló mi destino. Con ese tipo de condicionamiento, no hay forma de escapar del cine.
¿Fue muy difícil salir de esa caja antes de encontrar su propia voz?
Una vez que descubrí «otras» películas fuera del circuito comercial, obras que discuten sobre asuntos más interesantes o sobre cosas que realmente importan, y formas fuera de las convenciones impuestas por Hollywood y las otras industrias cinematográficas de todo el mundo, nació el impulso para crear mi propio cine. Fue un momento “eureka”, por así decirlo: “¡Ah, por lo tanto, mi cine puede ser libre!”. Eso me convenció de tener mi propia voz y de poder crear mi propio lenguaje.
La literatura rusa, Andrei Tarkovsky y el neorrealismo italiano son algunas de las influencias más obvias en su cine, ¿o tal vez vienen de otras fuentes?
En realidad, fueron innumerables influencias, diría yo. Mi comportamiento, mis perspectivas y mi cine son la suma de todo lo que he acumulado. Así es como funciona la cultura. Tuve la suerte de ser introducido en la literatura rusa a una edad temprana, de nuevo por mi padre, y luego, eventualmente, fui descubriendo las obras de Tarkovsky y otros maestros. Las luchas de mi pueblo, nuestra cultura y nuestra historia informan mucho de mis obras.
En un mundo en el que prevalece el modelo de Hollywood, la apuesta por un cine purista se relega más al campo de los festivales. ¿Qué tan populares son sus películas entre el público filipino?
No tan populares, lo cual es comprensible, porque las masas están condicionadas a los modelos de cine de Hollywood y de la industria filipina, lo que significa que tendremos que ser pacientes y perseverar. Además, hay una escasez de lugares no comerciales para mostrar las obras. Luego, está el sistema que no proporciona realmente apoyo a las obras culturales.
La inaccesibilidad es un problema clave en la medida en que no tenemos una cultura cinematográfica todavía en el país. Cuando digo cultura cinematográfica me refiero al modelo francés, y ahora, al modelo surcoreano que se está convirtiendo rápidamente en el principal. En las Filipinas, si una obra se marcaba como no comercial, entonces estás fuera del circuito teatral, que ahora está confinado a los multicines y centros comerciales. Los únicos lugares donde podemos mostrar nuestras obras son los campus, algunos oscuros clubes de cine y los festivales de cine del país.
¿La opción de usar formatos más allá de las dos horas ha permitido que su cine madure?
Mi madurez en el cine viene más con el entendimiento de que hay cine más allá de las convenciones y ortodoxias, como en Hollywood. Subvertir el miedo a hacer cosas más allá de los dogmas y las formas impuestas es importante para mí. El digital, por supuesto, me ha dado más espacio y flexibilidad, y estoy agradecido por ello, ya que vengo de un entorno muy marginado. La flexibilidad a menudo está ligada a situaciones y condiciones económicas.
La mayoría de sus historias reflejan una memoria doliente de su país. Pero a lo largo de los años, esa realidad mantiene esa dureza…
Por muy dolorosa que sea, es una responsabilidad enfrentar el pasado. Me tomé la responsabilidad de que una gran parte de mi cine se centrara en la lucha cultural. De hecho, lo he comprometido en eso. La ignorancia se ha convertido en un problema generacional fundamental, por eso seguimos teniendo líderes populistas y megalómanos como el brutal Ferdinand Marcos y el actual presidente, el psicótico Rodrigo Duterte.
Como Filipinas es el único país asiático con una clara influencia española. ¿Siente que esta transculturalidad le ha abierto un puente con el cine latinoamericano?
La conexión está ahí, es una experiencia compartida bajo los mismos colonizadores. Esta historia paralela entre nuestras culturas trasciende las fronteras. Así que siempre existe la sensación de que un sudamericano puede relacionarse fácilmente con una historia filipina.
En «Lakbayan», tuvo la oportunidad de formar parte de un proyecto con Brillante Mendoza y Kidlat Tahimik. ¿Qué es lo que más le gusta de esos directores?
Ellos hacen su trabajo a su manera y tienen sus propios estilos únicos.
«Genus Pan» enfatiza la vocación del hombre de mostrar su animalidad más que su humanismo, ironizando la teoría de la evolución de Darwin.
En gran medida, Genus Pan es una afirmación de la perspectiva de Darwin sobre la evolución. Por eso incluí en una escena una emisión de radio con un discurso sobre un hallazgo científico y de cómo el desarrollo del cerebro tiene más influencia en los llamados “rasgos humanos”.
Cuando se piensa en el cine del futuro, muchos se enfocan más en la innovación tecnológica que en lo cotidiano. ¿Es optimista al respecto?
Si el enfoque se limita a los avances tecnológicos, entonces, definitivamente, es peligroso. Es equivalente a confiar el futuro a un robot. Para que el cine sobreviva, o para que la humanidad sobreviva, es fundamental una perspectiva binaria: deben ir de la mano una humanidad progresista y una tecnología responsable.