Molly’s Game: póker, dinero, criminales y la decadencia de hollywood
“Llegó un momento en que estuve harto de que otros directores arruinasen mis diálogos, mis guiones, así que empecé a dirigir”. Esta cita no es de Aaron Sorkin, sino de Woody Allen. Sin embargo, de una manera menos cínica, quizá es lo que se le pasó por la cabeza al reconocido guionista para lanzarse con Molly’s Game (Apuesta maestra, 2017), su primer debut en la dirección. Porque, aunque sus anteriores trabajos hayan llegado a la pantalla en manos de directores tan talentosos como David Fincher (The Social Network) o Danny Boyle (Steve Jobs), la curiosidad por querer conducir enteramente tu visión no desaparece tan fácilmente.
Molly’s Game adapta las memorias de Molly Bloom (aquí Jessica Chastain), una esquiadora profesional que, tras despeñarse catastróficamente y perderse los Juegos Olímpicos de invierno de 2002, decidió irse a vivir a Los Ángeles. Al poco tiempo de malvivir, comenzó a acumular sumas importantes organizando partidas de póker, hasta que finalmente fue investigada por el FBI cuando todo se le fue de las manos, en Nueva York. La película relata esa montaña rusa con ritmo y agilidad.
Jessica Chastain conduce el relato como narradora omnisciente, con un montaje que alterna constantemente entre sus inicios y su final, uno en el que está preparando su defensa con Charlie Jaffey (Idris Elba), su abogado. Es una decisión interesante por varias razones: por una parte, para crear expectación; al saber desde el principio que Molly se va a convertir en una gigante investigada por el FBI, sus inicios se ven con otros ojos, y también es una forma fácil de acentuar su evolución, de ver sus dos caras. Por otra parte, es una manera maravillosa de describir al personaje; porque Molly’s Game trata el póker, la decadencia de Hollywood o el dinero, pero por encima de todo, profundiza en Molly, una mujer obsesionada con tener el control. No se me ocurre una mejor manera para enfatizar ese rasgo que dejándola conducir el relato.
De hecho, parece que la propia Molly Bloom está moviendo los hilos. La célebre figura rechazó más de diez ofertas de llevar sus memorias a la pantalla antes de aceptar la propuesta de Sorkin, y eso dice mucho acerca de lo que vamos a ver. La cinta es una versión muy humanizadora y benévola de su figura, incluso heroica. Ella es el pato feo en una familia de cisnes, y transmite uno de esos mensajes de autoayuda del palo “nunca hay que darse por vencido” o “lo conseguí todo por mí misma”, algo excesivo si sabemos que se está hablando de juego ilegal o incluso relaciones con la mafia. En este aspecto, Molly’s Game es algo decepcionante. Se comprende que Sorkin haya tenido que construir algo semejante para tener el visto bueno y poder realizar la película, pero es algo que resta puntos y, en algunas ocasiones, se llega a hacer realmente inconveniente.
Dejando ese buenismo a un lado y sabiendo que la película es una visión sesgada, Sorkin dirige su debut con la misma destreza y con el mismo nervio con el que escribe: Molly’s Game es dinámica, nunca se detiene. Es posiblemente una de las películas que mejor trata y explica lo que realmente es el póker: no solo como juego, sino como estilo de vida, haciendo hincapié en los tipos de jugadores. También transmite destellos del género mafioso, con un estilo que recuerda rápidamente a Scorsese. Es un conjunto minuciosamente diseñado, en el que se aprecia que la persona que se encuentra detrás de la cámara tiene suficiente experiencia y dominio del texto.
En definitiva, Molly’s Game es un thriller atractivo y enérgico, dirigido con precisión e interpretado por una Jessica Chastain impasible y un Idris Elba que la humaniza. Sin embargo, también es una aproximación que peca de ser excesivamente parcial. Y aunque eso no es un impedimento para disfrutar de la experiencia, sí puede nublar de manera importante el mensaje que se pretende transmitir.