“El día de los muertos”, de tripas y zombis enamorados
Siempre es difícil hablar de remakes, y más cuando son de grandes clásicos que han dejado huella en un género que poco a poco se vuelve más difícil de innovar como lo es el cine de zombis. El resultado puede ser peor cuando se toca el trabajo del gran maestro, aquel al que los vivos consideramos como el padre de los no muertos: George A. Romero. Y no es para menos, pues con su Night of the living dead (La noche de los muertos vivientes, 1968) este señor vino a forjar un pilar sobre el que se edificó todo un legado.
No han sido pocos los que han escalado dicho pilar y logrado crear dignos filmes de esta clase, pero sí lo son los que se han atrevido a rehacer las cintas de este director y salir bien librados. Ejemplo de ellos son Tom Savini, quien se jugó el pellejo haciendo una nueva versión del filme ya citado, el cual, muchos consideran que si bien no lo supera ni lo iguala, al menos le hace justicia; por otro lado tenemos a Zack Snyder y su remake de Dawn of the dead (El amanecer de los muertos, 2004), el cual, milagrosamente algunos consideran superior al trabajo de Romero. En cambio, por el lado contrario tenemos Day of the Dead: Bloodline (El día de los muertos, 2018), del director Héctor Hernández Vicens.
El mundo ha sido destruido por un extraño virus que revive a los muertos, los sobrevivientes cada vez son menos y el crear una cura parece imposible. Sin embargo, Zoe Parker (Sophie Skelton), una joven estudiante de medicina está convencida de que aún hay una oportunidad para salvar lo que queda de la civilización cuando encuentra a Max, un extraño y violento zombi en cuya putrefacta sangre corre la salvación de la raza humana.
Esta película basada en la obra original de 1985, más que un remake retoma a los personajes del filme original, pues tiene grandes cambios en su trama, sobre todo en el zombi principal que, si bien se robó nuestros corazones en la cinta de George A. Romero, en esta nueva versión pierde todo el carisma y hasta la humanidad que había en el primero. Pero no nos adelantemos tanto, vayamos desde el comienzo.
La película inicia con la ciudad sumida en un terrible caos generado por los muertos vivientes- o “putrefactos”, como les llaman aquí-, y en apenas unas cuantas secuencias ya se nos muestra la exagerada violencia pero también agilidad con la que los zombis cazan a los humanos, pues han dejado de ser los clásicos cadáveres lentos y torpes para convertirse en sádicos y hambrientos corredores. Sin embargo, rápidamente la historia retrocede cuatro horas antes para explicarnos cómo es que inició todo.
El retroceso nos lleva a una universidad donde conocemos a Zoe, una aspirante a médico que debe lidiar con un paciente llamado Max, mismo que está obsesionado con ella y hará todo lo posible por poseerla, tan así que irrumpe en una de sus fiestas universitarias y aprovecha que la joven se encuentra sola en la morgue para intentar violarla. Sin embargo, antes de consumar el crimen, un zombi se levanta de la nada y muerde al pobre Max, quien, como sabemos, estará condenado a ser un no muerto.
Esta es la única introducción que se nos da sobre lo que pasó en las cuatro horas antes de ver la ciudad destruida, pues la historia vuelve a dar otro salto en el tiempo, sólo que esta vez cinco años adelante, donde Zoe es la doctora encargada de cuidar a todo un campamento militar. No es sino hasta que uno de los suyos se enferma que ella y un grupo de soldados deciden salir por medicinas pero, a ¿dónde? Pues nada más y nada menos que a la universidad donde la joven iba a ser abusada sexualmente algunos años atrás.
A partir de este momento la cinta se tratará de única y total supervivencia, pues tanto Zoe como los soldados deberán enfrentarse a hordas de zombis que harán lo posible por conseguir un bocado de carne humana. Sin embargo, entre estos no muertos existe uno en específico que parece tener una especial atención sobre la doctora; y es que se trata de nada más y nada menos que de Max (o de lo que queda de él), quien no ha dejado de “amar” a la joven, así que, una vez más, hará todo lo posible por estar a su lado.
Asimismo, este nuevo zombi está dotado no sólo de inteligencia, sino de una fuerza salvaje que le permite asesinar de forma por demás violenta a sus presas y un olfato bastante agudo que le ayuda a localizarlas. En pocas palabras, tiene todo lo necesario para encontrar a Zoe y obligarla a estar con él, así que más que un zombi, estamos hablando de un amante extremadamente celoso y putrefacto. Sin embargo y como mencionamos antes, en la sangre de este sujeto corre la cura que ayudará a crear una vacuna contra el virus, por lo que la joven hará todo lo posible por conseguirla, aunque el trato especial que le dará a Max le traerán más problemas que beneficios.
La película termina por ser bastante simple y ligera, siendo quizá una de las obras actuales más flojas de los últimos años en el género zombi, pues si bien es entretenida, termina muy mal parada cuando se sabe que retoma diversos elementos y personajes del trabajo original de George A. Romero y los tergiversa totalmente, sobre todo al cambiar por completo la personalidad de Max (Bub, en la original), quien de un zombi domesticado y casi gracioso (pero sin dejar de ser tenebroso) pasa a ser un monstruo celoso, obsesionado y extremadamente violento.
De lo poco rescatable de la cinta están las escenas donde los “putrefactos” degustan a los seres humanos, pues si ésta tiene algo en común con el trabajo de Romero, es que el gore que presenta es más que aceptable al momento de estar mirando a un hombre ser destazado por varios zombis; lo cual, hasta cierto punto, ayuda a levantar un poco las malas actuaciones y la historia tan sencilla. Y aunque la cinta puede ser mínimamente entretenida cuando no se tiene más que mirar, no deja de ser una obra en la que los celos y las obsesiones enfermizas son los protagonistas…sólo que esta vez hay unos cuantos no muertos de por medio.