63 Muestra Internacional de Cine: Poesía sin fin o el exorcismo de la autoficción
Con el tiempo, la frase «o lo amas o lo odias» se ha convertido en un lugar común para referirse a cualquier objeto de controversia o discordia. Se me ocurren algunos directores de cine a quien aplicar esta «ley» y, sin duda, Alejandro Jodorowsky es uno de ellos. Bajo este precepto, tengo que declarar que nunca he sentido simpatía o admiración por el artista chileno, lo que me dificultó realizar esta reseña en tanto que trato siempre de ser lo menos tendencioso posible; bajo este precepto, si eres fan del «Jodo» te encantará Poesía sin fin y si eres hater es probable que te desagrade.
Este texto es el intento de un hater (confieso que he llegado a compartir algunas de sus publicaciones en redes sociales con el único fin de criticarlo o burlarme de él) que trató ver la película dejando de lado sus prejuicios y que encontró un filme que funciona muy bien en términos generales, pero que no acaba de encantarme; una obra vanguardista que utiliza elementos muy creativos e ingeniosos, pero que cae con frecuencia en el cliché, una producción artística y poética que nos entrega momentos de genial preciosismo, pero que no puede eludir el bache de la pretensión o la «mamonería«.
Fuera máscaras
Continuación directa de La danza de la realidad (2013) , esta segunda parte de la trilogía autobiográfica planeada por el autor nos sitúa en la adolescencia de un Jodorowsky que rompe con las raíces familiares para declararse poeta y encontrar su propio, llevándonos a repasar su juventud y el alcance de la madurez. En el camino, atestiguaremos su primera relación amorosa, con la poetisa Stella Díaz Varín; la estrecha amistad que tuvo con los poetas Enrique Lihn y Nicanor Parra; la escandalosa relación que tenía con su familia y sus primeros actos artísticos en público: las obras de títeres, el paso por el circo y las primeras intervenciones o performances que tenían como objetivo «cagar el palo» a la gente solemne. El espectador familiarizado con su obra, encontrará elementos y símbolos recurrentes en ella, como lo grotesco, lo marginal, la carne, el deseo, la violencia, las máscaras o la idea de la poesía como un acto; así como la obvia influencia de los movimientos de vanguardia, especialmente el surrealismo.
Diálogo de disciplinas
Además de la influencias de las vanguardias, Poesía sin fin se vale de herramientas de otras disciplinas artísticas como la poesía, el teatro, el performance (del que Jodorowsky es pionero), la danza, la pintura y la música. Esto se evidencia desde el primer momento, cuando el director utiliza el collage para superponer distintas cronologías, pero también con su trabajo de títeres o el personaje de su madre que recita sus diálogos como si de una ópera se tratase. Este diálogo interdisciplinario enriquece, la mayoría de las veces, el filme y ayuda a Jodorosky a intervenir en la trama.
Memoria vs imaginación
Desconozco si es la intención de Jodorowsky, o mi obsesión con el tema, pero Poesía sin fin plantea una discusión sobre el límite entre la realidad y la ficción; es decir, la confrontación entre la memoria y la imaginación. Esto nos permite cuestionar si la obra es una autobiografía o una autoficción, o si es posible distinguir entre ambas: ¿qué tanto alteramos el recuerdo al revivirlo? ¿hasta qué punto recordar un hecho es imaginarlo? En este punto surgen mis primeros conflictos con la película, pues me cuesta tragar el cuento de un «pobrecillo» Alejandro que se convierte en víctima de los demás, un chico genio incomprendido rodeado de monstruos: un sujeto taaaan inocente que llega a la madurez manteniéndose puro. No es que construya un personaje perfecto, pero da la impresión de ser demasiado bueno para el mundo.
Catarsis
Como presunto acto de psicomagia, la película funciona como ejercicio catártico para Jodorowsky, es decir, la obra tiene carácter de exorcismo personal que permite la conciliación con el pasado (sería interesante saber hasta que punto la actuación de sus hijos en la película, Adán Jodorowsky en el papel del director y Brontis Jodorowky como su padre, supuso para ellos una terapia). Aquí se encuentra, en mi opinión, uno de los puntos más débiles de la cinta: la interacción entre el Jodoroswky viejo y el joven no acaba por sentirse natural, no termina de convencerme (concedo que esta puede ser una opinión muy personal). Esta intención de reconciliarse con su pasado se hace más patente al final, cuando Jodorowsky cambia la realidad sucedida para otorgar a su padre, y a sí mismo, la absolución del perdón. No puedo evitar recordar el capítulo «Ruthie» de la cuarta temporada de BoJack Horseman, cuando Princess Carolyn imagina a su futura nieta contando una realidad más confortante, para, finalmente, aceptar que nada de eso es real.
Revelación actoral
Si tengo que destacar un elemento en la película que sobresale de los demás, es la actuación de Adán Jodorowsky (quien dice que su trabajo en el filme lo cambió al punto de renunciar a su anterior alias «Adanowsky» para aceptarse a sí mismo sin máscaras). Aunque no ignoro que el músico había actuado con anterioridad (mis prejuicios hacia el padre han alcanzado también al hijo), Poesía sin fin pone mucha responsabilidad en la interpretación de este papel y Adán jamás había representado un papel tan exigente. Lo más increíble es ver la exactitud con la que el hijo capta los gestos y maneras del padre, modulando de forma similar el tono de voz y adoptando el carácter teatral que siempre ha distinguido a Alejandro Jodorowsky.
Absurda teatralidad
Así como destaco el rol actoral de Adán, señalo mi disgusto por la excesiva teatralidad de la película. Hay ocasiones en que me pareció que veía una caricatura un poco «mensa». Es probable que la exageración de lo ridículo sea para resaltar un sentido de farsa, un chiste absurdo que se burla del género (y quizá de la vida), pero no puedo evitar la impresión final de que Jodorowsky se toma su ego muy en serio. Cuando adopta este tono de teatralidad absurda, Poesía sin fin abusa de los clichés y estereotipos. Entiendo que esto puede tener una intención de crítica o burla, pero construir una cinta con base en ellos, puede conducir a una trampa: la de convertirse en los parodiado. Esta circunstancia es la fuente principal de mi confusión y me hace cuestionar qué tanto «el Jodo» es un genio y qué tanto un simple payaso con conocimientos prácticos del arte, aunque de payaso debe tener mucho si hacemos caso a la película.
Cuestión de estilo
Veredicto final («imparcial»): la segunda de las catorce películas de la 63 Muestra Internacional de Cine es una buena obra; conclusión final («parcial»): si Jodorowsky no me gusta es por una cuestión de estilo. Esto significa que su trip no es mi trip y que no acabo por conectar con algunas de sus ideas. Constantemente cuestiono sus decisiones, pero Poesía sin fin es una película que va mejorando conforme avanza (las primeras escenas, con «alejandrito» cortando el árbol familiar, me parecieron sobreexplicadas para un filme que se pretende tan experimental), una historia fantástica colmada de pequeños sucesos interesantes y con una calidad técnica digna de reconocimiento, el mismo Adán y el fotógrafo australiano Christopher Doyle se lucen con su «jale», en la obra más accesible y disfrutable de Jodorowsky.
Resumen
Me gustó mucho, pero no acaba de encantarme. Es decir, recomiendo al lector ver la película para hacerse una opinión propia y sugiero abstenerse, en lo posible, de leer sobre ella (suerte que hago este anuncio hasta que ya leyeron todo), no por una idea de verla con cero prejuicios (eso no existe), sino porque las opiniones son muy tendenciosa: la mayoría se deshacen en halagos o dejan de lado la crítica sustanciosa para «tirar mierda». No se empapen de discursos de amor o de odio, acudan al cine y descubran por sí mismos si les funciona el ejercicio catártico o no.