“The Hunt”, el enemigo del pueblo por excelencia
La comunidad es frágil ante la mentira. El bienestar que transmite nuestro círculo cercano puede destruirse fácilmente por un malentendido e, inclusive, por la creencia sesgada de que sólo una versión de los hechos es la real. Es así como la confianza, la amistad y el respeto que nos hemos ganado pueden desaparecer de súbito, dejándonos como parias que deben ser exiliados porque representan un peligro hacia el status quo de la sociedad.
Thomas Vinterberg, con su estilo cargado hacia la introspección emocional de sus personajes, quiere demostrarnos lo anterior con La caza (Jagten, 2012), largometraje que nos presenta la persecución de un hombre inocente a manos del irracional grupo humano que antes lo acogía.
Para horrorizarnos con este camino de degradación del protagonista, contamos con una interpretación entrañable del danés Mads Mikkelsen, quien se adueña del rol y nos demuestra cómo una víctima se niega a considerarse una, a pesar de lo angustiantes que sean sus circunstancias.
Lucas es un solitario profesor de jardín infantil que lucha por la custodia de su hijo, tras un complicado divorcio. Es querido por sus amigos de caza, los apoderados de sus alumnos y el general de personas con las que trata. Su carácter amable y buena disposición para ayudar a cualquiera que lo necesite hacen que le tomemos aprecio sin demora.
Es por esto que, cuando vemos que su vida parece mejorar con un nuevo romance y noticias de su vástago, no imaginamos que será condenado momentos más tarde cuando una de sus estudiantes —e hija de su mejor amigo —invente haber sido abusada sexualmente por él.
Klara, debido a una imaginación desbocada y al desapego de su casa, le cuenta a la directora del centro educacional que Lucas le enseñó sus genitales, después de sentirse rechazada “románticamente” por él. Esto se explica por una mezcla de abandono familiar gracias a unos padres que poco se responsabilizan de ella (y que han sido ayudados en múltiples ocasiones por Lucas), y por el contenido pornográfico que su hermano mayor y un amigo de él le enseñaron en su casa. Hecho que, entre otras cosas, nos da a entender que la pequeña no tiene ningún resguardo emocional ante materias que una niña no debería ver.
La magnitud de la mentira de Klara nos caerá encima como una avalancha de sospechas que rodean al protagonista, enseñándonos las nefastas consecuencias que tendrá que atravesar casi sin apoyo.
El peso de la acusación se transformará en una certeza casi absoluta para quienes le conocen, del mismo modo que las dudas que existen sobre Lucas terminarán creciendo hasta convertirse en una paranoia que nos tendrá la garganta apretada durante casi toda la cinta.
Un ciudadano ejemplar pasará a ser un marginado, un objeto en que la comunidad centre todas las amenazas. Una figura que justificará la unión masiva de la ira del vecindario.
En ese sentido, la producción ha sido comparada con la primicia de Un enemigo del pueblo (1883) de Henrik Ibsen, novela en que un hombre correcto y con firmes principios termina enfrentándose a todos los agentes de influencia y poder de su comunidad. Una lucha originada por el rechazo de la población a sus advertencias sobre una bacteria existente en el balneario, la fuente económica que sustenta el sector donde vive.
Aquí, el protagonista recibirá lo misma confabulación y aun más grave: las tiendas no querrán atenderlo, distintas personas intentarán buscar pelea con él, balas romperán sus ventanas en búsqueda de eliminarlo, su perro será asesinado y sinfín de maltratos inmerecidos.
La tragedia la vivimos de forma íntima. Vinterberg insiste en volvernos cercanos a Lucas en una atmósfera idílicamente rural de Dinamarca, sitio donde nos agobiaremos a medida que se desarrollen los acontecimientos.
¿Se disfruta La caza?
Resultaría erróneo plantearlo de esa forma, a menos que nos consideremos una audiencia masoquista. El cineasta, más bien, nos tiene de rehenes en una historia equivalente a un ejercicio de manipulación emocional. No experimentamos ningún goce o entretención al ver a Lucas destrozado, sin embargo, necesitamos saber qué ocurre con él. Cuál es la lucha que lo determinará. ¿Aceptará ser rechazado por quienes lo recibían con los brazos abiertos o se arriesgará a ser más repudiado por defenderse? La redención que experimentaremos en los minutos finales de la película responderá nuestras interrogantes y, peor aún, nos llevará a un intensa conclusión. Un sentimiento similar al alivio de salir a la superficie después de casi ahogarse.
El largometraje golpea nuestro intelecto, antes de enfermarnos con una impotencia como pocas que haya provocado el séptimo arte. La tensión nos hará detestar a la sociedad y, por consiguiente, detestarnos a nosotros mismos por ser parte de ella. ¿Realmente merecía ese trato Lucas? Si fuéramos alguno de sus conocidos, ¿habríamos actuado distinto?
El director nos recalca esa inquietud con un suspenso y nivel narrativo difíciles de olvidar. Un ritmo que dejará al desnudo la hipocresía que respiramos a diario; el tejado de vidrio al que tiramos piedras constantemente, asumiendo que se mantendrá en pie.
La caza nos ofrece escenas que nos desconsolarán y que harán relucir el talento de Mikkelsen para exhibirnos un alma fulminada por confrontaciones injustas y el mensaje final que nos hará más sentido del que nos gustaría: se perdona, pero no se olvida.