I, Tonya: sincero y desvergonzado biopic sobre Tonya Harding
“Basado en hechos reales”. Cuántas veces hemos leído ese crédito inicial y una pereza descontrolada se ha apoderado de nosotros. Quizá sea porque suele ser un cine fórmula, contundente en trama y estructura pero sin filigranas formales, sin riesgo. Más cuando es un biopic. Pesa. Es un género que poco tiene de real, por mucho que ese crédito inicial trate de persuadirnos, pero que raramente se atreve a descubrirse y a aventurarse, a jugar con la realidad y narrarla de manera creativa. Pues bien, Graig Gillespie demuestra en la tragicómica I, Tonya que en un biopic sí hay hueco para la inventiva, y mucho.
Quizá a nosotros no nos suena tanto, pero durante los años 90, los medios norteamericanos convirtieron a la patinadora profesional Tonya Harding en una súper figura mediática, primero querida y luego odiada. Fue la primera patinadora artística sobre hielo en realizar un triple axel en competición, y eso se convirtió en todo un hito. Sin embargo, a causa de su ex marido Jeff Gillooly, pronto se vio envuelta en un escándalo con Nancy Kerrigan, su principal rival en el campeonato estadounidense de 1994, y su carrera se fue yendo rápidamente al garete. I, Tonya narra esa montaña rusa siguiendo pocas reglas.
El relato está conducido a modo de mockumentary a través de entrevistas a los propios personajes: Tonya Harding (Margott Robbie), su ex marido Jeff Gillooly (Sebastian Stan) o su madre LaVona Golden (Allison Janney), entre otros. Ese estilo se híbrida con algo cercano al Scorsese más mafioso, con una cámara que serpentea sin parar, y como guinda también se atreve a romper la cuarta pared constantemente, interpelando al espectador. Son decisiones arriesgadas, ya que aparentemente fracturan la verosimilitud que debería tener un biopic. Sin embargo, no tan solo añaden una buena cantidad de ritmo y humor, sino también esa rebeldía y descontrol que caracteriza a Tonya Harding, o incluso sirven para profundizar en torno al control que tienen los medios de comunicación sobre la “verdad”, otra tesis que desarrolla la película. Al final, no son solo decisiones justificadas, sino todo un sello de identidad, y hacen que la peli destile sinceridad.
Margot Robbie encarna a una Tonya Harding indomable. Ya sabemos que la actriz es muy capaz de interpretar roles excéntricos, pero aquí supera la caricatura que fue Harley Quinn y la dimensiona a lo grande. Tonya es una persona inadaptada a causa de la inhumana disciplina que su madre le inculcó desde niña. La actriz logra transmitir ese trauma, y a la vez la libertad que siente cuando está en la pista de hielo. Gracias al esfuerzo de practicar durante meses, muchas de las secuencias de patinaje las encarna ella misma, sin necesidad de un doble, y se agradece. Son escenas rodadas con un dinamismo y una agilidad que ojalá fueran el estándar.
También sorprende Allison Janney, llevando el rol de “madre sargento” a otro nivel. Si la película funciona como comedia negra, es en gran medida a causa de ella y su maestría a la hora de transformar la crueldad en algo divertido, más allá de los destellos de estupidez de Sebastian Stan y Paul Walter Hauser, ex marido de Tonya y su guardaespaldas de pacotilla.
Al final, I, Tonya es un biopic desvergonzado que sigue pocas reglas, pero que sin embargo está cargado de sinceridad; es un mockumentary que, paradójicamente, se atañe a los hechos de una manera más transparente que muchas de esas “basadas en hechos reales”. Es esa vuelta de tuerca, esa manera inventiva de tratar la realidad, elevada por unas interpretaciones de primera clase, lo que hace que este experimento funcione tan bien y valga tanto la pena.