Dunkerque: cine puro, vanguardista y asfixiante
Christopher Nolan son palabras mayores. Es ese director que haciendo lo más blockbuster del año, se las apaña para crear iconos de cada género que toca: superhéroes con su trilogía de Batman, en especial The Dark Knight (El caballero oscuro, 2008), ciencia ficción con Interestellar (2014) o Inception (Origen, 2010) e incluso cine criminal con Memento (2000). Nolan tiene el don de hacer cine brújula, aquel que mueve e influencia en su dirección. También es un cineasta obsesionado con transformar el tiempo. ¿Qué tienen en común Memento, Interestellar e Inception? La alteración del tiempo fílmico, sea narrativa o formalmente; por esa razón, casi todos sus trabajos se etiquetan de thriller, por ese énfasis temporal casi agónico que transforma la experiencia en una carrera a contrarreloj. Dunkirk , como era de esperar, repite el milagro en ambas direcciones. Nolan ha vuelto a crear un thriller que sacude y orienta otro nuevo género y, a su vez, nos hace sentir como nunca (aquí literalmente) el tic tac del reloj.
En 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, miles de soldados británicos, franceses y belgas quedaron aislados en la playa de Dunkerque (Francia), rodeados a un lado por agua y al otro por el ejército alemán. A medida que el enemigo se acercaba y el transporte militar no tenía tiempo para llegar, Gran Bretaña decidió crear la Operación Dinamo: una llamada desesperada a las embarcaciones civiles con el objetivo de evacuar a tantos soldados como fuera posible. Nolan narra esa situación agónica, esa interminable espera, y lo hace de la forma más visceral y angustiosa posible.
El director tiene el control sobre el guion, no solo la dirección, y eso se nota en la estructura narrativa. Aquí Nolan experimenta con una narración que intercala tres cronologías distintas, tres puntos de vista con diferente duración: en primer lugar, Tommy (Fionn Whitehead), un soldado británico estancado en la playa que hace lo imposible para poder salir de ese agujero; en segundo lugar, Mr. Dawson (Mark Rylance), uno de los muchos civiles que deciden utilizar su embarcación para ayudar en la evacuación; por último, Farrier (Tom Hardy), un piloto que debe volar a Dunkerque para dar apoyo. En definitiva, Nolan intercala tierra, mar y aire.
Lo interesante, es que por muy sencilla que sea la historia, la narración une periodos de tiempo con duraciones dispares, creando algo bastante vanguardista. Algunos soldados estuvieron en la playa durante una semana; los barcos navegaron alrededor de un día; los aviones no tenían combustible para más de hora y media. Y Nolan, en esa obsesión que tiene por transformar el tiempo fílmico, encuentra una buena excusa para volver a experimentar con él, uniendo esas tres cronologías aparentemente imposibles. El resultado es una narración no lineal que tenemos que reconstruir en nuestra cabeza, y eso es algo que agrega caos a una situación ya de por sí límite.
Las composiciones de Hans Zimmer, quien ya lleva trabajando con el director alrededor de una década, también juegan un papel decisivo para transmitir la desesperación de la espera. Aquí, el compositor incluye directamente el tic tac del reloj, y es una decisión acertadísima. Son temas que no solo elevan momentos, los crean: la tensión, la ansiedad, la dilatación del tiempo. En esta ocasión, no se conciben las canciones inspiradoras que escuchamos en el coche, sino las piezas exactas que la narración necesita para transmitir una experiencia angustiosa. Son, por lo tanto, partituras que solo funcionan dentro de la película, con una puntería implacable.
Dunkirk es cine puro. Nolan y su equipo han creado algo que recuerda al cine más básico, uno inmersivo, aquel que sacude los sentidos. No se comprende en una pantalla de televisión, o en un portátil. Es una reivindicación de que todavía hay experiencias que solo puede darte una sala. En este blockbuster vanguardista, Nolan vuelve a estremecer otro género experimentando con el tiempo, pero esta vez para asfixiarnos.
Antes de verla, coged una buena bocanada de aire. Os va a hacer falta.