The Cloverfield Paradox: monstruos fantasmas y disparates físicos

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No exagero cuando digo que J. J. Abrams es algo así como rey de los cineastas pop. Famoso por ser el principal promotor del cine de sagas, ha convertido universos narrtivos en franquicias comerciales multimillonarias. Tampoco creo desmesurado considerarlo el productor, director y escritor de cine más famoso del nuevo siglo. Saltó a la fama como creador dela serie de televisión Perdidos (2004 – 2010), una de las más vistas en la historia y de las más significativas dentro de la cultura popular; pero también se le reconoce como el responsable de programas como Alias (2001 – 2006) , Fringe (2008 – 2013), Almost Human (2013 – 2014), Person of Interest (2011 – 2016) o Westworld, que va por su segunda temporada. Pero su rol más importante es como encargado de mantener con vida algunas de las franquicias más rentables de la industria del entretenimiento como Misión Imposible, Star Trek y Star Wars. 

La idea es añadir el universo de Coverfield a esta lista como su saga clave del género del terror. Cuestionable si tenemos en cuenta que de terror hay poco y que,  a propósito o sin querer, la saga de Cloverfield se ha compuesto de obras con historias independientes que por sí solas son regulares, pero que es imposible unir del todo porque sus puntos de contacto se basan en meras especulaciones o teorías paranoicas conspiratorias. La razón por la que las películas difieren mucho entre sí es que tanto el reparto como el equipo de creadores varía en cada producción, lo que no necesariamente tiene que ser malo, pero que resulta en una falta de química y coherencia estructural evidente.

Cloverfield (Monstruoso 2008) nació como idea conjunta de Drew Goddard y Abrams, quienes habían colaborado en Perdidos y Alias. Apenas iniciado el proyecto se unió como director un novato llamado Matt Reeves, quien después dirigiría el remake americano Déjame entrar (2010); así como las grandiosas El amanecer del planeta de los simios (2014) y La guerra del planeta de los simios (2017). Después de oleadas de rumores que duraron mucho tiempo, durante el cual los tres cineastas estuvieron bastante ocupados, Goddard, Abrams y Reeves decidieron continuar sólo como productores y cazar proyectos que se pudieran anexar a la idea de Cloverfield. Ese primer hijo adoptivo fue 10 Cloverfield Lane (Calle Cloverfield 10 2016), opera prima del guionista Josh Campbell y el director Dan Trachtenberg que llevaba por título original «The Cellar» hasta que, durante su producción, llamó la atención de Abrams, quien decidió financear la película, cambiando el nombre y contactando a Damien Chazelle para colaborar con el guión. Ahora, a inicio del año y aprovechando el Superbowl como plataforma publicitaria, Netflix, que no tiene reparo en entrarle a todos los géneros, formatos y niveles de calidad,  estrenó la más reciente película del mundo Cloverfield. El proyecto, que partió con el nombre “God Particle”, corre a cargo del director Julius Onah, responsable del aburrido thriller The Girl is in Trouble y el guionista Oren Uziel, creador de la comedia de ciencia ficción Freaks of Nature (2015) y del thriller Shimmer Lake (2017), también de Netflix. Se espera que tanto Onah como Uziel nos presenten sus nuevas producciones este mismo año; el primero con Luce, película de la que se sabe poco, sólo que contará con las actuaciones de Naomi Watts, Octavia Spencer y Tim Roth; mientras que el segundo escribió el guión para la nueva película de Mortal Kombat.

Fuente: cnet.com

Trasfondo político superficial

El primer elemento que destaca es el casting multiracial. Se justifica bien mediante el argumento de que se ha creado un proyecto espacial en el que colaboran expertos de distintas naciones y ascendencias raciales, e incluso creencias religiosas, y que conforma la última esperanza de encontrar solución a una crisis energética. El equipo tiene como misión salvar a la civilización de una guerra inminente que confrontaría naciones como Alemania, Estados Unidos y Rusia (¿apoco hay otros?). No se profundiza más en este aspecto porque los personajes son muy planos y generan poca empatía; salvo el caso de la protagonista principal, quien destaca por su fuerza y valor, pero que de ninguna manera se asemeja a Sarah Connor o Ellen Ripley. La película confronta superficialmente la batalla entre los deseos personales y el bienestar del otro, pero su ejecución es pobre y no despierta emociones.

Fuente: netflix.com

Formando audiencias perezosas

Debo confesar que seleccioné la película con cierta expectativa que creció un poco al inicio, cuando te avientan los créditos con un llamativo estilo tipográfico. Luego entra la voz en off y apenas se han plantado las imágenes cuando ya tenemos diálogos forzados que sueltan algunas pistas, dando paso a una elipsis de cinco minutos que abarca dos años de la historia y resume el estado de la cuestión de un conflicto del que no hemos visto nada.

The Cloverfield Paradox se esfuerza en cantidades iguales a la hora de generar expectativas que a la de derribarlas. La mitad de los diálogos existen para explicar lo que se presenta por medio de imágenes. Esta tendencia a reiterar las “pistas” nace de una actitud condescendiente que subestima a la audiencia, al tiempo que fomenta la actitud más pasiva y perezosa en el espectador, lo que resulta en menor sentido crítico. Prueba de que esto sucede es la presencia en páginas webs de “análisis” y “explicaciones” del sentido de la película, el cual queda sobre entendido. Es más, los autores de estas notas sólo colocan capturas de pantalla de la escena de la entrevista, en la que el autor del libro “La Paradoja de Cloverfield”, explica su significado y devela de paso el sentido de la película y “el hilo conductor” de los tres filmes.

Fuente: netflix.com

De universos inestables y disparates físicos

The Cloverfield Paradox inserta marcos referenciales como la radio o la televisión cada vez que necesita explicar algo. Aunque es una estrategia menos obvia que el uso de voz en off, repercute en la torpeza de los diálogos que, o le cuentan al espectador lo que está pasando o le explican sus intenciones. En esta tercera entrega, Abrams trata de dar coherencia a las tres entregas con un discurso menos ambiguo, con mayor validez (en la primera teníamos una grabación casera de alguien que no tenía la forma de saber las causas de lo ocurrido y en la segunda tenemos el enfoque de personajes enclaustrados que desconocen del todo el estado de la situación);  nuestros personajes son físicos, ingenieros y astronautas con el poder del conocimiento. Al mismo tiempo, al desplazar la explicación al terreno de la física, Abrams abre la posibilidad de más teorías y resuelve todo con la explicación de la catástrofe interdimensional: todos los monstruos aparecidos y por aparecer vienen de otras dimensiones.

El universo Cloverfield naufraga por falta de unidad formal y temática: las tres películas desentonan entre sí y a mí me encantaría preguntarle a Abrams sobre los criterios que utiliza para seleccionar los proyectos. Se tiene contemplado el estreno de la siguiente película de la saga, titulada hasta el momento Overlord, este 2018; de nueva cuenta con escritor y director nuevo, Billy Ray (Los juegos del hambre) y Julius Avery (Son of a gun), respectivamente. Espero que destaque en algo más que el apartado técnico y levante un poco una franquicia que está cada vez peor.

Fuente: openloadmovies.tv

Cloverfield: el kaiju invisible

Abrams dijo que la idea de la criatura de Cloverfield fue crear un monstruo gigante estadounidense de la dimensión de «Godzilla» (según él «King Kong» es muy dulce). Ignoro que tan seria era la idea, pero estoy muy seguro que su proyecto actual transita caminos distintos. Lo que me parece interesante es el carácter fantasmagórico del monstruo de Cloverfield. Desde su primera irrupción, en la que pudimos verlo pocas veces con claridad; hasta su aparición final en The Cloverfield Paradox, pasando por su rol inexistente en la segunda película; el monstruo podría ser una figura subliminal de la psique. El hecho de que se presente en los tres títulos, con ese sustantivo que designa un proyecto, una calle y un monstruo, pero que también sirve para designar una presencia más metafísica, lo hace un reflejo esquizofrénico del terror de la sociedad moderna, donde habita ese organismo neurótico habituado a la violencia que suele verter sus temores en la figura del extranjero o el extraterrestre: el ser humano

El problema es que esta lectura psicoanalítica que formulo se cae porque The Cloverfield Paradox evita la resolución mística poética que podría adoptar un Lynch, para abrazar la falsa objetividad de la ciencia, explicando todos sus sucesos terroríficos como paradojas físicas que ni asustan ni impresionan y que muchas veces no tienen razón de ser. Así la película disfraza un deus ex machina de explicación científica: la anomalía espacio-temporal del experimento lo explica todo.