Wildling: la represión de la naturaleza y lo femenino
Primer largometraje de Fritz Böhm como director y guionista, debut también del guionista Florian Eder, Wildling (Criaturas Salvajes 2018) es una película que se estrenó el mes pasado en el SXSW Film Festival. Protagonizado por Liv Tyler, Brad Dourif, Bel Powley, Mike Faist y Collin Kelly-Sordelet; musicalizado por Paul Haslinger, compositor de Fear The Walking Dead, y con la dirección en fotografía de Toby Oliver, quien hizo un excelente trabajo el año pasado con Get Out, el filme ha recibido críticas divididas que reparan en las inconsistencias temáticas o el desequilibrio entre secciones, pero reconocen un estilo nada despreciable. Adscribo a estos juicios, pues veo en Wildling una joya potencial que no se sostiene, en mi opinión, por los errores de un equipo creativo que le pone empeño, pero deja ver su inexperiencia.
Unidad inconsistente
Pantalla negra y lluvia (la mayoría de las películas arranca primero desde el audio). Abrimos los ojos y se nos interpela ¿Quieres escuchar la historia del Wildling? La pregunta remite a los cuentos de hadas, pero es proferida a media voz por un sujeto escalofriante en un sitio oscuro; parece flotar en el aire la premonición infame del horror: cómo decir que no. Tenemos un espacio interior encerrado y húmedo (casi una cueva), contrapuesto con la belleza salvaje de un mundo natural que ha sido prohibido.
La hermosa fotografía enmarca un encierro, aparentemente altruista, dentro de una habitación electrificada. Mientras que la electricidad restringe por vía física; la hipnosis a la que la pequeña es sometida coarta sus límites mentales. La niña, como los niños, crece y comienza a hacer preguntas. Lo único que conoce del exterior es la promesa de la muerte, convencida de la idea de un apocalipsis a causa de una criatura llamada “Wildling”, un monstruo feroz que se come a los niños.
Desde el punto de vista narrativo, la primera media hora de relato logra generar el ambiente adecuado para esperar una muy buena película. Colocándonos a mitad de la cronología, sin darnos demasiada información, pero proveyendo la necesaria para despertar el interés, es probable que Wildling atrape con rapidez al espectador. Especialmente cuando muy pronto en la película se presenta un clímax emocional que conduce a la fatalidad de la muerte.
Desde el momento en que acaba el prólogo (en mi opinión perfecto epílogo de una obra inexistente), Wildling comete tropiezo tras tropiezo para culminar en una llamativa nube de humo imposible de unificar. Comenzar una historia in media res (del latín “a mitad de la cosa”, no la vaca) conlleva el riesgo del extravío; especialmente cuando no se tiene bien formulada la idea general. Guionista y director fallan porque detallan muy bien ese punto medio, dando vida a un prólogo que genera expectativas y sitúa la tensión en un nivel alto; sin embargo, da la impresión de que después echan a andar en cualquier dirección con tanta prisa que apenas si se detienen a delinear el entorno.
La represión de la naturaleza
Además de su bello prólogo, Wildling encierra cierto valor en sus implicaciones temáticas, no explotadas en su totalidad. Aunque tenue, se percibe el mensaje sobre la necesidad de ser uno mismo y aceptarse como tal, acorde a una película que se plantea como “terror”, pero es en realidad una historia “coming of age”. Más específica aún, la tesis apunta a la represión de la naturaleza (la extinción de la especie) y de lo femenino. La represión funge como verdadero antagonista que atraviesa toda la película, manifestándose por medio de “el papi” o “los cazadores”.
Esto es planteado primero cuando Anna tiene su primera menstruación. En ese momento, el “creepy”, pero cariñoso “papi”, comienza a hacer lo imposible por postergar la niñez y evitar el crecimiento normal de la chica. A partir de entonces, Anna sufrirá una represión sistemática, primero de su condición de mujer, después por ser de otra especie y, por último, debido a la posibilidad de ser madre.
Las debilidades de Wildling no estriban tanto en su trasfondo sino en su forma. A partir del prólogo antes mencionado, la consecución de eventos está plagada de huecos, decisiones inverosímiles, actuaciones vacilantes y un tono que cambia constantemente, dando impresión a ratos de ser una película de terror, en otros un “coming of age”, a veces cinta romántica, otras veces comedia involuntaria.
Un ejemplo de ello está en el trato excesivamente cordial que le brindan, aludiendo a cosas como “disculpa que la habitación esté un poco húmeda” o “lo sé, no es la comida más deliciosa”, algo que, dicho a una persona que vivió toda su vida encerrada en una habitación horrible no deja de parecer una burla. También resulta desesperante la capacidad deductiva de la policía, encarnada por una Liv Tyler bien a secas.
Como muestra gigante de inverosimilitud cínica (de esa que se siente como tomadura de pelo) basta con referir a la recuperación milagrosa de “el papi”, que estuvo en coma unos días por intentar volarse los sesos, pero que se levanta de la cama como si nada hubiese pasado, hablando normal, sin secuelas aparentes salvo una cicatriz que ha curado milagrosamente pronto. Como ejemplo de la comedia involuntaria, la escena cliché en la que ella se cubre de barro la cara, imposible no relacionar con Depredador, aunque la verdad es que Wildling está lejos de aquella.
Entre el licántropo y el wendigo
A pesar de la existencia de pistas que avalan la relación de Anna con los Wildling, el origen de estos permanece ambiguo y la información que sobre ellos tenemos es incierta, salvo el hecho de que el hombre casi los extermina en una cruzada contra ellos que no puede pasar de una década atrás, pero que por la memoria de los habitantes, parece haber sucedido hace cien. Anna sueña con el Wildling porque ella misma es uno, especie de híbrido entre licántropo y wendigo, una criatura mitológica de la región boscosa de Estados Unidos y Canadá, que se relaciona con historias sobre casos de canibalismo en esa zona del continente para sobrevivir los duros inviernos.
De su naturaleza salvaje son evidencia su tendencia a andar descalza, su apetito insaciable de carne o la velocidad que le permite correr tras un venado. Esa misma naturaleza explica que su primer beso fuera en realidad una mordida o que en su deseo de defenderse mate a alguien. Es interesante que todo el sustrato de contenido, tan explotable, se diluya en una historia que no “cuaja”, un montaje que no convence por falta de consistencia, con algunas piezas sueltas muy bonitas, casi brillantes, pero nada más.