Wiñaypacha o la eternidad del tiempo Puno

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Hoy jueves 19 de abril se estrenará comercialmente en Perú una película revolucionaria: Wiñaypacha, del realizador peruano Óscar Catacora, filmada y producida enteramente en idioma aymara, la primera en su tipo, que ya se ha erguido como uno de los grandes sucesos cinematográficos en la historia reciente del cine en Perú y latino américa. Desde su nacimiento en 2013, la película de Catacora ha tenido una espléndida recepción crítica y se ha ganado el respeto de los críticos, distribuidores y jurados de festivales.

En aquel año, Catacora recibió una subvención del Ministerio de Cultura para la realización del filme, y una vez que hubo entregado el largometraje, la misma institución le otorgó un premio de distribución que implicó un financiamiento de 30,000 dólares, y su edición para subtitularla al quechua para su proyección en ciclos itinerantes.

Sin embargo, Wiñaypacha debutó oficialmente en el Festival de Cine de Lima 2017, en donde recibió una mención honor; tras su proyección en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, en México, ganó también tres reconocimientos: Mejor Ópera Prima, el galardón Mayahuel por Mejor Fotografía, y el premio de la Federación de Escuelas de la Imagen y el Sonido de América.

Se trata, como dijimos, de una película filmada y producida enteramente en idioma aymara, que es un idioma nativo de la región del Puno, al sureste de Perú. En este idioma no existe la palabra cine, ni algún concepto para designar a este artificio de occidente. Esa fue la primera barrera que Catacora tuvo que salvar para realizar su película. Tampoco hay palabra para designar a ‘actor’, ‘productor’, ‘rodaje’.

Catacora, no obstante, tiene la ventaja de que sabe hablar perfectamente el aymara, pues su madre lo mandó a vivir con sus abuelos en las alturas del Acora, al sur de la región; el encargo de su madre era que Óscar aprendiese aymara para que tuviera un conocimiento más profundo de sus raíces.

Él había crecido hablando español, pero después de unos meses comenzó a hablar aymara con su abuela. Cuando Óscar regresó con sus padres, como lo relata el periódico El País, ya era todo un aymara. Había entendido ya las hondas diferencias que hay entre el mundo de occidente y el mundo Puno. En el segundo, por ejemplo, no existe la noción del tiempo lineal. En aymara el tiempo es circular. No existe la entropía sino la transfiguración. Y debido a esa transfiguración, los cerros, los árboles, los arroyos, son seres que acompañan al humano en su travesía por la tierra.

El agujero negro de la civilización, no obstante, está acabando con ese otro mundo paralelo al arrebatar del seno de estas familias a los más jóvenes: se van a trabajar, a estudiar, y dejan a los padres y abuelos en las alturas. La nostalgia y el anhelo irrefrenable por el regreso de los vástagos lo vivió Catacora de primera mano en esa estancia con sus abuelos; y ésa es precisamente la semilla de la película.

Su sinopsis es muy simple: dos octogenarios que viven a más de 5000 metros de altura, en los Andes, esperan el regreso de su único hijo. En esa pequeña cabeza de alfiler, Catacora ha logrado poner en marcha una fabulación que no sólo construye y retrata la soledad, la miseria, sino también un estado de cosas que ultraja la pureza ancestral del aymara y del mundo Puno.

El propio Catacora lo describe de esta manera: “puede haber dos interpretaciones diferentes de la película, depende de quien la mire: la primera sería desde la perspectiva andina, que es una película sobre un hombre que, con su sabiduría, sus costumbres, su cosmovisión, vive en armonía con la naturaleza, pero sufre porque la cultura globalizada le ha arrebatado a su hijo”.

“La segunda sería desde la perspectiva occidental: la profunda miseria en que viven los viejos andinos, el abandono en que viven tanto por parte de sus hijos, como del Estado que no tiene políticas públicas para auxiliarlos”.

La diferencia de esas dos interpretaciones es abismal. En la primera se espera que los órdenes naturales del tiempo restablezcan lo que una vez estuvo unido; en la segunda, se vive en una espera absurda, hacia la muerte, en una realidad que devasta la sabiduría antigua. En un solo corte de cámara, Catacora ha logrado conjurar esos dos universos disimiles.

Y lo ha hecho con grandes tablas cinematográficas. Él mismo lo relata para el periódico El Comercio: de niño apenas llegaba la televisión a la región del Puno, pero el contenido era inigualable: el pequeño Óscar se fascinaba viendo películas de Akira Kurosawa y Yasujiro Ozu. Algo en ellos encontraba de semejante con su entorno, de modo que años después, fascinado por la fotografía, y trabajando como asistente de fotógrafo, se da cuenta de que hay una capacidad narrativa en la imagen.

Ese descubrimiento lo empuja a realizar cortometrajes caseros y otras producciones que destilan sus influencias del naturalismo, el neorrealismo italiano y la introspección meditativa del cine europeo. Incluso los cuadros de Rembrandt sirvieron de base para lo que después sería la hechura de Wiñaypacha, que, en palabras de críticos como Claudio Cordero, es una cinta milagrosa.