Tully: asimilando con humor los temores de la maternidad
Pocas cosas dan más vértigo que mirar atrás y después adelante. Recordar dónde estabas e intentar predecir dónde estarás, ambos ejercicios a través del prisma del presente; añoramos el pasado y tememos el futuro, todavía más cuando vemos que el conformismo está a la vuelta de la esquina. Es un ritual que hacemos una y otra vez, cada uno a su ritmo: al acabar la carrera, al perder a alguien cercano o, como le pasa a Marlo, al tener su tercer hijo. ¿Qué ha pasado con esta meta que tenía diez años atrás? ¿Dónde se ha escondido mi otro yo con ganas de comerse el mundo? ¿El camino va a ser monótono a partir de este momento? Jason Reitman repite con Diablo Cody como guionista (Juno en 2007 y Young Adult en 2011) para estudiar esos miedos a través de la maternidad, con un estilo crudo que, sin embargo, nunca se olvida de reírse de sus situaciones límite.
El primer acto de Tully es una dosis de ansiedad en vena. La película presenta el día a día de Marlo (Charlize Theron) tras tener su tercer hijo, una niña que no estaba planeada. Con un marido ausente por el trabajo (y también irresponsable), se tiene que hacer cargo de toda la jauría, con el extra de tener al niño intermedio con problemas de control. Son unas escenas asfixiantes, una rutina de insomnio y estrés sintetizada en un montage que da verdadero terror. Y entonces llega Tully (Mackenzie Davis, a quien quizá recordaréis por San Junipero), una niñera nocturna algo excéntrica que, sin embargo, nos deja respirar hondo por primera vez.
Tully es el punto de inflexión para Marlo a diferentes niveles, y su relación el principal interés de la película; por una parte, como un apoyo esencial para mejorar la situación: dormir, pensar… vivir; por otra, y desde luego la más interesante, para comprender, enfrentar y aceptar sus miedos. Tully es joven, atractiva y libre, todo lo que Marlo cree haber abandonado para siempre. En esa fricción de aparente envidia se va creando una amistad vital, siempre con una pincelada excéntrica que apoya el humor que nunca abandona la película.
Ese humor con perspectiva es quizá el mayor acierto de la cinta. Tully trata un tema peliagudo, algo universal que nos atemoriza, y además con un estilo que no pretende suavizar nada, al contrario: el cuerpo de Charlize Theron sufre tanto como su persona. Jason Reitman y Diablo Cody lo saben, y por eso construyen a una protagonista que, a pesar de su situación límite, jamás abandona una dimensión extravagante de asimilación extrema. Marlo se ríe de sus desgracias y de su vida, y nosotros con ella. Esa aprehensión de su desdicha con espacio para la burla propia es lo que hace interesante al personaje, y también es el conductor principal del alma y la sinceridad que destilan la película.
“Porque cuando introducen a alguien en el Vórtice, le ofrecen un atisbo momentáneo de toda la inimaginable infinitud de la creación, y en alguna parte de ella hay una notita diminuta, una mancha microscópica sobre una mancha microscópica, que dice: «Estás aquí.»”. Douglas Adams describía así el Vórtice de la Perspectiva Total, un precipicio espacio-temporal que vuelve loca a la gente a causa de la asimilación extrema de que no somos nada. Tully transmite algo parecido, menor y menos pomposo: una abismo de realidad tan sincero y terrorífico que no queda otra que aceptarlo y reírnos para evitar volvernos locos.