“Big Bad Wolves”, el pesimismo de la duda y la incertidumbre de la culpa
Odio y venganza, tortura y dolor; sentimientos y acciones que todos podemos llevar a cabo de cierta manera, pero cuyas consecuencias sólo muy pocos serían capaces de soportar y aceptar, tal como lo demuestra Big Bad Wolves (2013), de los directores Aharon Keshales y Navot Papushado, una cinta que expone los peligros de tomarse la justicia por propia mano y los riesgos de actuar cegados por la furia y la locura.
Un pueblo israelí se convierte en el escenario de brutales crímenes contra inocentes niñas, cuyos cadáveres aparecen con signos de abuso sexual. Y aunque sólo hay un sospechoso, éste es liberado tras una serie de negligencias, por lo que el padre de una de las víctimas y un ex oficial de policía deciden hacer justicia por su cuenta y fuera de los límites de la ley.
Big Bad Wolves es un interesante thriller por diversas cuestiones, algunas buenas, otras malas, pues aunque puede mantener al espectador al filo de la butaca durante muy bien logrados momentos de gran tensión, también es una obra bastante tendenciosa que incluso llega a lo chocante; un elemento que podría parecer un tanto excesivo tomando en cuenta que su historia es de por sí pesimista pero que quizá ese es su objetivo: incomodar.
Esto es gracias a que su trama llena de odio y venganza -mezclada con unos cuantos toques de humor negro- que la hacen interesante en un inicio, pero la vuelven tediosa en sus momentos finales no tanto por su desarrollo, sino por la personalidad fría y brutal de sus protagonistas, lo que impacta más al saber que se vale de un tema tan sensible como la pedofilia para causar el impacto deseado.
La premisa de Big Bad Wolves es simple: dos hombres capturan al sospechoso de haber matado y violado a diversas niñas, a quien someten a dolorosas torturas para hacerlo confesar sus crímenes, una tarea que se vuelve más difícil conforme el rehén los convence de ser inocente.
Así es como el filme logra despertar sentimientos que van desde la frustración hasta el coraje y la incredulidad, pues por una parte se debe pelear contra la compasión de ver sufrir a un pobre diablo sin aparente culpa, mientras que por la otra se lucha contra la sensación de sospecha en su contra.
Es por ello que el primer y segundo tercio del filme se perciben como los más interesantes, pues en un inicio y sin decirnos el porqué ni mucho menos mostrarnos pruebas en su contra, Dror (Rotem Keinan) es señalado como el sospechoso de la violación y asesinato de varias niñas. Sin embargo es un personaje al que resulta difícil mirarlo como un psicópata, sino más bien como un sujeto frágil y desafortunado, así que es sencillo tenerle compasión y lástima.
Caso contrario ocurre con el ex policía Miki (Lior Ashkenazi) y el padre de una de las víctimas, Gidi (Tzahi Grad), quienes decididos a calmar su sed de venganza y hacer pagar a quien ellos consideran el responsable de la muerte de las niñas, se convierten los verdaderos villanos debido a su sadismo y total inhumanidad.
En este punto es importante resaltar la personalidad de Gidi, un padre adolorido por la muerte de su hija que bien logra transmitir emociones de odio y desapego con el mundo, alguien quien ya no tiene compasión para nadie, sino únicamente sed de sangre contra cualquiera (culpable o inocente) con quien pueda desahogar una misteriosa culpa escondida que conforme se desarrolla la cinta se explica mejor.
Por ello los momentos en los que policía y padre torturan atrozmente a quien piensan ser el culpable, son los más efectivos de la trama, pues no sólo ellos deben pelear contra su propia ética, moral y compasión para darse el valor de hacerle daño a un ser humano, sino que también en el espectador brotan algunos sentimientos al saber que por una parte hay indicios de la inocencia de Dror, pero por alguna razón también se mantienen las sospechas hacía él.
Es decir, tanto protagonistas como público deben elegir entre torturar a un inocente, o liberar a un culpable.
Por desgracia esta tensión se pierde en los momentos finales de la cinta, pues como mencionamos antes, la actitud de los protagonistas llega a lo tendencioso, ya que pareciera que el único objetivo es mostrar la podredumbre, el miedo y la ira acumulada en ellos sin que haya un trasfondo más allá de esto. Es decir, sólo vemos a tipos enojados e inseguros, pero nada más.
Asimismo, si bien las actitudes y los temperamentos de los protagonistas consiguen generar estrés, esto también impide que haya empatía hacia ellos tanto por su pésimo carácter como por su falta de trasfondo, lo que provoca que el final de Big Bad Wolves no se perciba tan sorpresivo como pudo haber sido, pues se termina por poner más atención en odiar a los personajes más que al giro final de la trama; un giro de tuerca que tampoco es tan sorpresivo como se esperaría, ya que incluso termina por ser un tanto predecible.