“El faro”, un claroscuro e impactante descenso a la locura
Con La bruja (The Witch, 2015), Robert Eggers demostró ser una gran promesa dentro del cine de terror, pues entregó una historia poco convencional para un tiempo en el que el jumpscare predomina ante la creatividad. Ahora, con su segundo largometraje titulado El faro (The Lighthouse, 2019), este cineasta se reafirma como una persona capaz de crear las tramas más impactantes y perturbadoras.
Ephraim y Thomas (Robert Pattinson y Willem Dafoe, respectivamente) son dos hombres encargados de mantener en funcionamiento un viejo faro situado en los terrenos más hostiles e inhóspitos del mar. Y aunque en un inicio ambos hacen lo posible por congeniar, las situaciones extremas a las que se enfrentan los llevarán por un camino sin retorno entre la locura y el horror.
Con un ritmo similar a su primer filme, Eggers se olvida del susto instantáneo para entregarnos una trama que prefiere adentrarse en el terror psicológico; un terror que, al igual que la locura de la que son víctimas sus protagonistas, avanza de forma lenta. Pero al momento de alcanzar su clímax lo hace de manera brutal, sádica y tan retorcida como incómoda.
Parte de esto se logra gracias al magnífico duelo de actuaciones entre Pattinson y Defoe, quienes a pesar de la enorme diferencia de carrera entre ambos, congenian en una increíble mancuerna que transmite al espectador las inseguridades, la incomodidad, los horrores y hasta la tensión sexual existente entre dos hombres que hacen lo imposible por mantener su cordura en un lugar hecho para destrozar la mente más sana.
Sin embargo, el terror que El faro logra causar es tan paulatino que probablemente no guste a muchos, ya que para construirlo, Eggers se valió de un ritmo lento en el que parece que nada ocurre. En verdad, va creando la atmósfera perfecta para que los últimos 30 minutos del filme (de casi dos horas de duración) sean capaces de horrorizar y de volar la cabeza de cualquiera.
En la parte visual, esto último lo consigue a través de imágenes que, sin llegar propiamente a lo exagerado o a lo brutalmente sangriento, se tornan sumamente explícitas por la fiereza con la que ocurren. Esto se debe tanto a su violencia como a la presentación de ciertas criaturas y escenas sexuales que ciertamente se salen de lo convencional. Todo esto a través de una magnífica fotografía en blanco y negro, cuyos claroscuros ayudan a crear un impacto todavía mayor.
Ahora, enfocándonos en la parte narrativa, El faro es una excelente obra que, aunque no es la primera en explorar los terrenos de la soledad ante lo desconocido (como lo demuestra La piel fría), cuenta con el gran acierto de tomar a la locura como el principal generador de terror.
Esta locura, además, es la que se antepone ante cualquier visión macabra o situación tensa que se pueda llegar a mostrar, pues en su lugar nos muestra el verdadero rostro del miedo a través de una forma despiadada y desgarradora. Así, se desmorona la mente de ambos protagonistas hasta sucumbir en un gran alud de dolor y horror.