First Cow (2019): vida, muerte y riqueza en el oeste
La imaginación colectiva y el arte parecen estar siempre fascinados por los límites de la civilización, sus inicios y sus finales. Es intrigante, desde luego, preguntarse por lo que uno haría si el orden empezara a menguar, si la ley del más fuerte venciera a la ley civil. En First Cow (2019), la respuesta no es precisamente la ley de la selva que algunos afirman, pero tampoco deja de ser un territorio hostil.
El chef ‘Cookie’ Figowitz aprende esto en las primeras escenas de la película: carece de la agresividad y la soltura que casi todos a su alrededor exhiben con éxito, colocándolo en una clara desventaja. El ojo de la directora Kelly Reichardt se ancla a él para develarnos el Territorio de Oregon de 1820 (en ese momento, todavía no parte oficial de los Estados Unidos). Los planos que escoge para montar su película están en un vaivén constante, entre objetos mínimos y la imponente silueta de un territorio. Igual que su relato, la estética está a medio camino entre lo salvaje y lo dominado.
Imágenes familiares
La cinematografía va de la mano (y funciona mucho mejor) cuando Reichardt se ubica en exteriores, algo que ella y su director de fotografía, Christopher Blauvelt, parecen saber muy bien. No nos extrañemos de hallar semejanzas con la obra de Peter Henry Emerson, quien en el mismo siglo defendió a ultranza la naturalidad de la imagen, o las fotografías que nos legó Carleton Watkins, uno de los retratistas por excelencia del oeste norteamericano.
Es en estos páramos inclementes donde cada individuo (trapero, granjero o asesino) forja su propio sendero, todavía lejos de los yugos estrictos de la civilización. Pero no nos engañemos. Si algo queda claro en el filme es que este albedrío es un arma de doble filo: los hombres libres con frecuencia suelen ser los más expuestos. Están solos, a merced de su astucia y de su suerte.
First Cow no es propiamente hablando un wéstern, incluso si comparten el mismo siglo. Mientras muchas películas del género optan por centrarse en los fracasos y medias tintas de la sociedad, la película de Reichardt la ve nacer de a pocos. Dar sus primeros y torpes pasos para dejar atrás la ley de la selva. Ningún pistolero o mercenario tiene la sutileza para ver el mundo con esperanza y, quizá, tan solo un poco de inocencia. Lejos de los duelos y las persecuciones a caballo, los personajes de First Cow habitan una multiculturalidad hecha posible por el comercio. Viven y mueren por monedas de plata, animales, leche y pieles de castor, lo cual no quiere decir que haya menos violencia.
La ley del más fuerte
Aun así, la película recuerda siempre los beneficios de saber imponerse, tener la correcta compañía siempre que se juga con el peligro. Es cierto: la película jamás juzga a Cookie y Lu por robar, pero tampoco los libra de amenazas.
La narración no los blinda de nada y solo ocasionalmente les extiende la mano. Eso sí, cuidándose de no moralizar su historia ni convertir esto en otro relato de buenos contra malos.
Hay un número muy limitado de narraciones que se benefician de esta categoría. Se debe resaltar el que Jonathan Raymond (autor del libro en el que se basa la película y coautor del guion) no caiga en esta trampa que hoy en día parece estar en todas partes. En su historia, complejidad es sinónimo de humanidad, lo cual le permite adentrarse en relatos más interesantes.
Igual que sus protagonistas, First Cow llega muy lejos con relativamente pocos elementos. Capitaliza de manera excelente los espacios naturales en donde monta su historia. Saca lo más que puede de cada uno de sus personajes a medida que los enrumba a un inevitable final, no sin antes despedirse con la fuerza que recorre cada una de sus imágenes.