«Censor»: el oscuro secreto que guarda la ficción

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“Te sorprendería lo que el cerebro humano puede editar cuando no puede lidiar con la verdad”, le dice uno de sus compañeros de trabajo a Enid (Niamh Algar) en Censor (2021), primer largometraje de la galesa Prano Bailey-Bond. Las palabras del tipo, más que consolar, alteran todavía más a una perturbada mujer, quien, irónicamente, se dedica a quitar pedazos de todas las películas que pasan por ella. Como manipuladora de la ficción, Enid ha adquirido un pulso casi quirúrgico para “proteger a los demás”; pero ¿qué pasa con ella?; ¿qué ocurre cuando la realidad misma es la que resulta editada en pro de la supervivencia?; ¿cuáles son realmente las consecuencias de manipular la realidad? En Censor, Bailey-Bond se interna en la retorcida mente de su protagonista para tratar de encontrar las respuestas.

En pleno apogeo de la era del video nasty en Inglaterra, Enid se dedica a censurar películas de extrema violencia. La mujer se toma su trabajo muy en serio, y cree que es su deber evitar que lo peor de este material llegue a las personas. Al mismo tiempo, Enid lidia con el trauma ocasionado por la desaparición de su hermana, a quien sus padres quieren dar ya por muerta para dar un cierre. En contra de ello, esta continúa con su labor con más ahínco. Pero todo cambia cuando Enid ve una cinta en la que asegura que aparece su hermana. Las imágenes, que despiertan en ella extraños recuerdos, la instan a encontrar a los responsables de la grabación. Y lo que hallará le hará rencontrarse con una faceta suya que creía reprimida para siempre.

Censor

Durante el ligero descenso hacia lo que parece ser la locura, otro de los compañeros de Enid menciona que “está perdiendo la trama”. La frase, por supuesto, adquiere un doble significado conforme la protagonista se extravía entre la realidad y la ficción. Censor —estrenada en el marco de la sección Midnight del Festival de Cine de Sundance 2021— se pone meta no solo en este sentido; Bailey-Bond construye su ópera prima como aquello a lo que apela. Como una cinta rentada en secreto en un videocentro olvidado, su obra se desenvuelve como una Serie B. Y, a pesar de lo inherente, esta hace ciertas reflexiones sobre la censura. ¿Qué pasa cuando la moral nos hace censurarnos a nosotros mismos?, ¿es esta “superioridad” simplemente una manera de esconder aquello que nos asusta de nuestra persona?

Algar —a quien algunos reconocerán por la serie Raised by Wolves (2020)— interpreta a una mujer demasiado seria y casi obsesionada con su trabajo. Exponerse a la constante violencia de los videos promueve en ella un sentido de superioridad absoluta. Para ella, el mal proviene precisamente de este tipo de contenido, contagiando a las personas —que, de otro modo, se comportarían correctamente— sin remedio alguno. Algar ofrece una interpretación retraída pero misteriosa. Si bien no es complicado ver hacia dónde se dirige la trama, particularmente con lo del secreto de Enid, es el viaje de autodescubrimiento lo que nos invita a seguir viendo. Su lucha consigo misma le da a Algar la oportunidad de matizar su interpretación, la cual llega a su extremo hacia el último acto, cuando la realidad y la ficción ya no pueden distinguirse.

Censor

Por ahí se dice que la realidad siempre supera la ficción, y aquí no es la excepción. Bailey-Bond y su coguionista Anthony Fletcher incorporan una crítica política —e incluso al abuso de poder dentro de la industria del cine— muy pertinente. Las distintas alusiones que se hacen al incremento del crimen —según el gobierno, por culpa de los nasties— contrastan con la brutalidad policiaca a la que también se hace referencia en algunos momentos. Sin embargo, esta doble moral no es percibida por Enid y los demás, por lo que su labor como censores adquiere todavía una mayor relevancia, principalmente cuando el gobierno redobla esfuerzos para controlar el flujo de la violencia gráfica. El mal, proveniente del exterior, parece ser la única respuesta a los males de cualquier sociedad. Pero como la protagonista descubre más adelante, la maldad puede haber estado dentro desde siempre.

Censor come en la misma mesa que las películas del también británico Peter Strickland. Las comparaciones con Berberian Sound Studio (2012) son inevitables. En ambas, los protagonistas son consumidos por su labor. La mezcla entre realidad y ficción los arrastra hacia un espiral de locura y violencia. Su relación con el cine —específicamente, la serie B— casi las hace piezas complementarias. Y también está In Fabric (2018), con la que comparte una crítica hacia la manipulación de masas. La influencia del cine de Strickland es evidente, pero el debut de Bailey-Bond emerge con la personalidad suficiente para definir su propio estilo.

También podemos traer a colación Fauna (2020), del mexicano Nicolás Pereda, otro ejemplo de metarrelato todavía más críptico. El filme indaga en la fascinación de la gente por la violencia y cómo esta moldea ya distintos aspectos de la sociedad.

Censor

Poco a poco, Enid se reconoce en la ficción. Además de la suspicacia que crece en ella conforme avanza la trama, la directora sugiere un lento pero seguro paso hacia la oscuridad, a través de distintas escenas cargadas de misterio y surrealismo. Su búsqueda la lleva a adentrarse en la ficción dentro de la ficción, donde puede estar oculta la realidad que ha querido salir a la luz todo este tiempo. Frederick North (Adrian Schiller), el director de la cinta que la obsesiona, lanza una frase que resuena en la ya frágil mente de Enid: “No creo que el horror esté allá afuera; está dentro de nosotros”.

En las últimas escenas, donde ya no queda rastro alguno de distinción entre lo que es real y lo que no, Enid finalmente toma el control de su historia (literalmente). Cuando Censor se vuelve consciente de sí misma, Bailey-Bond se hace una pregunta a través de ella: al hablar de ficción y realidad, ¿qué inspira a qué? Cuando la primera es utópica y la segunda es sumamente cruda, la locura parece ser el único resultado posible.