“El hombre que ríe”, la impactante cinta que dio origen al Joker
En este mundo lleno de locos, no cabe duda que una de las mejores máscaras para expresar nuestra alegría pero también para encubrir nuestra tristeza, es aquella que tenga pintada una gran sonrisa. Es por ello que el sonreír no siempre equivale a un sinónimo de felicidad, sino que a veces es muestra de la más profunda y desoladora desgracia humana; una desgracia que si se deja llegar al extremo, puede desatar una gran locura y desesperación, tal y como lo demuestra The man who laughs (El hombre que ríe, 1928), del director Paul Leni y basada en la novela homónima de Víctor Hugo.
A finales del siglo XVI, un hombre se niega a seguir los decretos del Rey Jacobo II de Inglaterra, lo que desata la furia de este último y lo sentencia a morir en La doncella de hierro. Sin embargo, antes de esto, el tirano le anuncia al condenado que por su desobediencia será su hijo el que sufra las consecuencias, por lo cual el niño será sometido a un procedimiento quirúrgico que lo obligará a “sonreír” por el resto de su vida, hecho que le traerá grandes desgracias cuando sea adulto.
Esta obra maestra del expresionismo alemán es una muestra más de la locura tan atroz a la que es capaz de llegar el ser humano, pues por simples caprichos de un hombre, la vida de un inocente se verá condenada por actos de los que no es culpable. Esto lo vemos plasmado en el personaje de Gwynplaine (Conrad Veidt), un desdichado hombre cuyo rostro fue desfigurado desde niño; ahora, y debido una malévola manipulación de sus nervios faciales, está condenado a sonreír por siempre.
Afortunadamente el hombre no está sólo, pues a su lado tiene a Ursus (Cesare Gravina) y Dea (Mary Philbin), el sujeto que lo adoptó desde niño y la mujer que lo ama con locura, respectivamente. Sin embargo, a pesar de ello Gwynplaine es un hombre desdichado, pues su eterna sonrisa no sólo es un impedimento para que pueda expresar sus sentimientos, ya que aunque es capaz sentir felicidad, tristeza, odio y enojo, es completamente incapaz de expresarlos facialmente, lo que le ha hecho ganarse el apodo de El hombre que ríe y también el ser usado como una especie de fenómeno de circo.
Además, en cada una de las presentaciones del circo ambulante el pobre Gwynplaine es la atracción principal, ocasionando que la gente agote las entradas tan sólo para mirar al hombre que no puede dejar de reír. Lamentablemente el pobre diablo sabe muy bien que el público se ríe de él y no con él, lo que lo hace mantenerse siempre en una profunda depresión y comenzar a creerse una aberración humana, hecho por el cual no se permite amar y desposar a la pobre Dea, pues en su nobleza no está dispuesto a condenar a esta mujer a ser esposa de un tipo que es una burla para el mundo. Sin embargo, todo cambia cuando éste conoce a la Duquesa Josiana (Olga Baklánova), una mujer manipuladora que lo hará entrar en una encrucijada de amor y desdicha al grado de que la vida de él mismo y sus seres queridos corran peligro.
La película, como vemos, a pesar de su trama tan retorcida no deja de ser una trágica historia de amor, aunque acercándose más a lo perverso que a lo romántico. Por supuesto, esto se logra debido a la enferma idea de sentenciar a un hombre a sonreír por siempre, pues basta este sólo hecho para que una expresión humana tan natural se vuelva algo totalmente siniestro; más aún, pues nos deja ver la eterna desdicha a la que el personaje de Gwynplaine ha sido eternamente condenado gracias a su también eterna sonrisa.
Y es que a pesar de tener a un hombre y a una mujer que lo aman incondicionalmente (uno como el hijo que nunca tuvo, y otra como el amante que quizá nunca tendrá), él no se cree merecedor de dicho amor, sobre todo con la segunda, pues cree que la vida de la mujer será desdichada teniendo por esposo a un hombre como él, pues sabe que a su lado no sólo tendrá que soportar las burlas de los demás, sino que él mismo se siente inseguro y condenado con su aspecto, por lo cual siempre está tratando de ocultar su maldición traducida en una deformación facial; deformación traducida en una sonrisa imborrable que lejos de representar una alegría lo entierra cada vez más en una profunda tristeza y soledad.
La película, además, es capaz de causar una gran empatía con el espectador, pues si bien este último llega a sufrir con la desgracia del personaje -que a pesar de su siniestro aspecto no deja de ser un tierno y noble hombre-, también experimenta no sólo lástima por él, sino una gran compasión al saber que a su alrededor hay gente que lo aprecia e incluso lo quiere, aunque el único que pareciera no percatarse de ello es el mismo Gwynplaine. Además, cabe resaltar la actuación de Conrad Veidt como el hombre que ríe, ya que a pesar de tener esculpida una risa permanente, la expresión de sus ojos nos deja ver en todo momento que hasta la tristeza y el dolor más profundo se esconden detrás de la sonrisa más grande.
Gwynplaine ha muerto… ¡Qué viva el Joker!
Además de la gran calidad de la película, se sabe que Gwynplaine, personaje principal de ésta, fue la principal inspiración para que en 1940, Bob Kane y Bill Finger le hicieran algunas cuantas modificaciones (aunque prácticamente mínimas) a su diseño y crear así a uno de los villanos más célebres en la historia y archienemigo de Batman: el Joker. De esta manera, el actor Conrad Veidt se convirtió en la base para crear al Príncipe payaso del crimen, legando así su eterna sonrisa a un personaje totalmente loco, perverso y sádico.
Sin embargo, cabe mencionar que ambos personajes representan extremos contrarios, pues mientras Gwynplaine es un hombre inofensivo, incluso tierno y por demás bondadoso, el Joker es un despiadado psicópata con un gusto extremo por la violencia. Además, ambos hombres son el ejemplo perfecto de que, en muchas ocasiones, la sonrisa no es más que una máscara -permanente en el caso de ambos- bajo la cual se puede esconder desde la locura más desenfrenada hasta la desgracia más injusta.
Asimismo, otro punto en el que se unen Gwynplaine y Joker, es que ninguno de los dos está exento de ser objetos de deseo y amor, aunque al igual que en el caso anterior, mientras el primero se encuentra en los límites del amor inocente, el segundo lo está en el amor perverso. No obstante, en ambos casos el ser amados es sinónimo de desgracia para las demás personas a su alrededor.
Así, tenemos que mientras Gwynplaine es amado por Dea, dicho sentimiento representa una desgracia para los dos, pues el amor que se tienen más que una fortaleza pareciera ser una maldición, ya que si bien su cariño es sincero, es este sentimiento el que los hace pasar sus más grandes desgracias. Por otro lado, el Joker pareciera hacer del amor un arma más, ya que éste, al saberse amado por el personaje de Harley Quinn, usa este sentimiento para aprovecharse de ella cada vez que puede, después de todo, sabe que sin importar el dolor que le cause, ella “siempre” regresará a su lado.
Como vemos, tanto Gwynplaine como el Joker están fundidos en el metal de la misma moneda y representan las dos caras de ésta, con la diferencia de que mientras una de ellas sonríe con tristeza, la otra lo hace con malignidad y locura.
Por último y como dato curioso, es importante recalcar que en honor a esta película, en 2005 los realizadores Ed Brubaker y Doug Mahnke escribieron Batman: the man who laughs, una novela gráfica cuya portada homenajea a la emblemática figura de Conrad Veidt como Gwynplaine.