Darkest Hour: emocionante thriller político con un Gary Oldman sobresaliente
Con el tic tac de Dunkirk todavía rondando nuestra mente, es posible comprender Darkest Hour como su hermana política. Joe Wright transforma los aviones y la playa por debates y discursos políticos, y los combina con la cara más humana (y divertida) de Winston Churchill. El resultado es un thriller político/bélico que logra hacer no tan solo digerible una esfera poco accesible para los que no estamos realmente interesados, sino convertirla en algo entretenido y cautivador; se lo dice una persona que se aburriría viendo la Lincoln de Spielberg a 1.5 de velocidad.
Darkest Hour se centra en las primeras semanas de Churchill como primer ministro británico, en 1940, durante una etapa decisiva para el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Europa se encuentra prácticamente perdida ante la invasión nazi, e Inglaterra debe decidir si quiere iniciar negociaciones con el enemigo o luchar por sus ideales. Es un momento trascendental para el futuro de la sociedad moderna, y Joe Wright sabe aprovechar esa premisa grandilocuente para crear momentos realmente emotivos. Todo pesa, todo está en juego, y está más que justificado.
Si Darkest Hour funciona, es por un Gary Oldman que sostiene todo el peso del relato sobre sus hombros. Aquí el político es el pez que nada a contracorriente, una fuerza imparable, pero también un tipo gruñón, franco y vulnerable que poco encaja en esa esfera de pomposidad. No es una imagen externa, sino una dimensión humanizada de su icono, construida gracias a momentos de franqueza que comparte con su esposa (Kristin Scott Thomas) y su secretaria (Lily James). Y algo importante en un relato cargado de caras serias: aquí Churchill es divertido, quizá el único. Dudo que otra aproximación a esa figura hubiera sostenido tan ágilmente una película semejante de más de dos horas.
También se agradece cómo Joe Wright subraya y transforma el tiempo. Si en Dunkirk escuchamos las agujas del reloj, aquí sentimos cómo se tachan los días en el calendario. Es un acierto que el relato se centre en un periodo tan breve, pues se utiliza inteligentemente para transformar el drama político en un thriller, en algo rítmicamente más atractivo, con un sentido del presente que agudiza todo lo que está en juego.
Al final, Darkest Hour es una película que sabe cómo convertir algo sesudamente indigerible en un thriller emocionante e inspirador, apoyándose en una caracterización acertadísima y un dominio del tiempo voluntariamente enfatizado, todo envuelto por una puesta en escena que acentúa lo poco que encaja un pez fuera del agua, pero lo mucho que puede llegar a inspirar a los que le rodean. También, algo que no viene mal recordar en estos tiempos: la importancia y el poder de las palabras.