A Silent Voice: un efecto mariposa trascendente
La animación japonesa ya ha demostrado que es capaz de representar dramas adolescentes y conseguir un equilibrio sano entre lo poético y lo sensible. Algo profundo pero sin saturar. También la valentía a la hora de experimentar con el lenguaje propio del medio. Quizá el referente claro sea Makoto Shinkai, obras como Byôsoku go Senchimêtoru (A 5 centímetros por segundo, 2007) o la reciente y aclamada Kimi no na wa (Your Name, 2016). La directora y animadora Naoko Yamada continúa en esa línea con la adaptación de Kone no katachi, el manga de Yoshitoki Ōima. A Silent Voice se aleja (vacilando) de la vertiente romántica para tratar desde una perspectiva inusual un tema tristemente universal: el bullying.
Ishida Shôya es el cabecilla cool de la clase. Le encanta ser el foco de atención, y la mejor manera de lograrlo es humillando y riéndose de los compañeros menos populares. Cuando Shôko Nishimiya, una estudiante sorda, se cambia de colegio y acaba en su misma aula, Ishida ve a la presa perfecta. El acoso llega al extremo de forzar a Shôko a cambiarse de nuevo de centro. Es entonces cuando los amigos de Ishida comienzan a alejarse de él, y este comienza a sentir algo que desconocía. Años después y con más perspectiva, Ishida busca redimir ese pasado.
Lo primero que llama la atención es la perspectiva que se toma para tratar el bullying. Clásicos como Carrie (1976) o películas más recientes como Let the Right One In (Déjame entrar, 2008), Precious (2009), Moonlight (2016) o Wonder (2017) nos han acostumbrado a identificarnos con la víctima y a vivir sus tragedias. Es la elección lógica para facilitar la empatía del espectador. Es curioso cómo A Silent Voice se va al otro extremo, uno un tanto olvidado, y nos hace conectar con la persona que propició esos abusos. Y no tan solo eso, sino también cómo encaja una vuelta de tuerca todavía mayor: convertir al agresor en víctima. Es ese último giro, inteligentísimo, lo que hace que el ejercicio se sostenga, funcione y nos haga reflexionar acerca de todo lo que puede desencadenar un acto semejante. El efecto mariposa se plasma de una manera brillante.
El relato acaba construyendo un puzzle complejo que parte del acoso para profundizar en otros temas enlazados: la depresión, el suicidio (un problema arraigado en la sociedad japonesa, y ahora candente a causa de un energúmeno), la empatía, la amistad y, en general, todo lo que envuelve a las relaciones humanas. El cuadro final es enrevesado, pero no llega a abrumar, y se agradece la valentía de abordar y ahondar en todo eso sin olvidar nunca su contexto adolescente.
Formalmente, A Silent Voice también sorprende. Un montaje hiperactivo ayuda a construir esa sensación de cambio e inestabilidad que caracterizan el periodo juvenil, y a su vez deja hueco a elipsis elegantes y silencios eficaces. También, y esto es posiblemente lo más icónico, se utiliza de manera original e inteligente el lenguaje propio de la animación; unas cruces que ocultan el rostro de las personas que rodean al protagonista reflejan la depresión que sufre, cómo se encierra por miedo a volver a relacionarse. Siempre hay que celebrar que una obra explote los códigos únicos de su medio para crear algo nuevo y elevar el relato.
En definitiva, la última película de Naoko Yamada es ingeniosa, profunda y valiente. El conjunto puede resultar algo insistente, dando vueltas y retorciendo situaciones que acabamos reconociendo, pero no llega a nublar otros aciertos que la hacen brillar. Y aunque también maneja un estilo y un tono que pueden sacar de onda a los que no estén acostumbrados a este tipo de animes, continúa siendo una obra que hay que reconocer: tanto por los temas que desarrolla como por la forma en que se aventura a tratarlos.