La maldición de Hill House: ¿la obra de un genio?

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“Ningún organismo vivo puede mantenerse cuerdo durante mucho tiempo en unas condiciones de realidad absoluta; incluso las alondras y las chicharras, suponen algunos, sueñan. Hill House, nada cuerda, se alzaba en soledad frente a las colinas (…) y lo que fuera que caminase allí dentro, caminaba solo”. 

En octubre, Netflix estrenó La maldición de Hill House, una serie de terror que no dejó impasibles a su paso. Si bien es verdad que en un principio algunos fanáticos de Shirley Jackson, autora de la novela original con el mismo nombre (The Haunting of Hill House, 1959), enloquecieron al percatarse gracias al trailer oficial de las diferencias abismales entre una obra y la otra, también es cierto que la serie de Mike Flanagan (Oculus, 2013) no se trata de una adaptación, mas sí de una reimaginación; y sobra decir, honor a quien honor merece, que está a la altura de su predecesora.

Hace unos días, el Daily Mail publicó una nota anunciando en su encabezado: La maldición de Hill House es tan terrorífica que espectadores están reportando en redes sociales desmayos, ataques de ansiedad y pérdida de sueño. 

No sólo la gran mayoría, expertos y aficionados por igual, la ovacionan de pie, y confiesan abiertamente haber sentido más de un cosquilleo detrás de la nuca al verla, sino que el propio Stephen King, rey supremo del terror y horror por antonomasia, dijo que, aunque no suele interesarse por esa clase de revisionismo, La maldición de Hill House es grandiosa.

“Es casi el trabajo de un genio, realmente. Creo que Shirley Jackson hubiera aprobado, pero quién sabe a ciencia cierta”. 

Pasos en la oscuridad, una dama con el cuello torcido, niños fantasmas, parálisis del sueño, pesadillas asesinas. La familia Crane se muda, sin saberlo, a la casa más embrujada en Estados Unidos. Steven (Michiel Huisman/Paxton Singleton), Theo (Kate Siegel/Grace Mckenna), Nelly (Victoria Pedretti/Violet McGraw), Shirley (Elizabeth Reaser/Lulu Wilson), Luke (Oliver Jackson-Cohen/Julian Hilliard) son sólo unos niños cuando llegan a Hill House. Pero tras una fatídica noche, abandonan la mansión junto con su padre (Henry Thomas, a.k.a el niño de E.T). Su madre, Olivia, interpretada por la espectacular Carla Gugino, comete suicidio.

Años más tarde, ahora adultos, los hermanos Crane se reencontrarán bajo terribles circunstancias que los conducirán, una última vez, hacia Hill House y los demonios que la casona encierra.

Cada uno de los integrantes de la familia Crane vive con las secuelas de lo que ocurrió en Hill House; Luke es un adicto a la heroína, Nelly sufre de terrores nocturnos severos, Theo está imposibilitada a tocar a otros, Steven tiene un matrimonio fallido, Shirley esconde un secreto que podría arruinar su vida y la de su familia.

Todo cambia cuando Hill House, abandonada y silente entre colinas, los atrae de vuelta para terminar, de una vez por todas, lo que comenzó décadas atrás.  

¿Por qué La mansión de Hill House parece salir del imaginario de un genio? Podríamos nombrar un sinfín de razones. Pero hay un aspecto, a mi parecer el más brillante, que es ineludible: la serie de Flanagan tiene alma.

Uno de los personajes lo dice bien…una casa es como un cuerpo. Hay corazón, estómago, venas, alma, y quienes habitan en este espacio son meramente huéspedes, no más que bacterias. Si retomamos esta misma idea, podríamos asegurar sin temor a equivocarnos que La maldición de Hill House tiene corazón, entrañas, alma. No es únicamente una serie de terror, los jumpscares, que sí los hay, escasean, sino que los creativos pusieron especial cuidado en que cada uno de los diez episodios proyectaran exactamente lo que debían proyectar, logrando en los espectadores una serie de sentimientos encontrados, desde el enojo hasta la tristeza y desesperanza -como ejemplo el capítulo seis, Two Storms, entrega que explota el recurso de plano secuencia durante toda su hora de duración, con el único propósito de hacernos sentir incómodos y llevados al extremo-, desde la incomprensión hasta la compasión -esto se ve en plenitud durante el último capítulo, Silence Lay Steadily, en el que se nos muestran los motivos por los cuales Olivia Crane se quitó la vida.

El preciosismo tan singular de La maldición de Hill House se puede admirar en la fotografía, la iluminación y ambientación de cada toma, de cada escena. Es una estética que no se pierde. La serie tiene una reminiscencia de clásicos del romanticismo gótico de antaño. Nos envuelve, nos hechiza, nos destroza.

El terror psicológico del que hace gala La maldición de Hill House involucra pérdida, duelo, pasados sin resolver; en fin, situaciones de horror que poco tienen que ver con la ficción, que son propias de la vida y del crecer. Es una historia acerca de lo que ocurre en el aftermath de una tragedia. La vida misma es una casa encantada con infinitos corredores, puertas rojas que no deberían ser abiertas y fantasmas ocultos. A veces, sin importar qué tan lejos huyamos, éstos vuelven por nosotros.