El icónico horror de Dario Argento en 5 películas
A la hora de establecer juicios sobre el género del horror, es complejo lograr la objetividad. Más allá de cómo una secuencia afecte nuestra fibra sensible o de cómo un argumento específico nos perturbe, para nadie es un secreto el cómo se ha reciclado, ultrajado y desprestigiado este rincón del séptimo arte.
Frente al arrebato de estrenar producción tras producción —en un afán económico, más que ejercicio poético —, como espectadores nos hemos desorientado con títulos que aparecen sin pena ni gloria, o con promesas que quedan inconclusas por la falla de alguno de sus recursos.
Malos repartos, tramas que se desinflan a mitad de camino, ejecución inverosímil o, de frentón, historias absurdas, son el cóctel que amenaza con desanimarnos a darle más chances a la categoría. Con este panorama y escasas excepciones que nos hagan cambiar de opinión, ¿qué puede hacerse? ¿Dónde se encuentra el consuelo para un aficionado a la sangre bien derramada?
La respuesta es más simple de lo esperado: debemos volver a lo básico. Al núcleo de las leyendas que nos inquietaron en su momento, y que hacen una seductora invitación al público que no pudo disfrutar de ellas en la época. Debemos regresar a hitos como la obra del maestro italiano, Dario Argento.
La riqueza de sus filmes, los cuales consolidaron el Giallo (mezcla del suspenso, el misterio del asesinato, el slasher y el erotismo), requiere un examen obligado para el cinéfilo adepto y para el curioso. Es con dicho fin que desarrollamos parte de su prolífico repertorio a continuación.
1. El pájaro de las plumas de cristal (L’uccello dalle piume di cristallo, 1970)
En la actualidad, una de las mayores luchas de la ficción es lograr una conexión entre el espectador y el personaje. La forma en que percibimos con nuestra propia piel la incertidumbre, el dolor y la expectativa angustiosa de cuándo ocurrirá lo peor. En su debut, Argento no sólo cumple con lo anterior sino que, con una preocupación especial por el detalle y el suspenso puro, mantiene a la audiencia ansiosa por la aparición de lo fatal.
En el filme conoceremos a un escritor extranjero que, erradicado en Roma con su novia, sufre de un bloqueo para continuar con su trabajo. En mitad de su conflicto profesional, es testigo del asesinato de una mujer en una galería de arte. La línea es simple, pero el cineasta tiene preparada una oleada de sospechas que dan un evidente guiño a Hitchcock, e incentivan a que saquemos nuestras propias conclusiones. Claro, si logramos sobrevivir el tiempo suficiente.
2. Rojo oscuro (Profondo rosso, 1975)
Después de traernos El gato de las nueve colas (Il gatto a nove code, 1971) y 4 Moscas sobre terciopelo gris (4 Mosche di velludo Grigio, 1971) —ambas las exponentes más débiles y experimentales de sus inicios audiovisuales —el director orquestó lo que sería la piedra angular de su carrera.
Con una combinación del fetiche por el whodunit (contracción de Who’s done it? En español: ¿Quién lo ha hecho?), íconos que nos aterrorizaban en la infancia y canciones de cuna que auguran la tragedia, Rojo Oscuro podría postularse como la mejor película de Dario.
Su fotografía plagada de lo brutal, la narración densa —pero no menos atractiva —, y su vaivén temporal para perfilarnos los orígenes de una mente siniestra, construyen una producción sugerente. Sin importar que el Giallo sea aplaudido y aborrecido a partes iguales, largometrajes como el presente superan las etiquetas.
3. Trilogía de las Tres Madres
A modo de trampa, juntamos Suspiria (1977), Inferno (1980) y La madre del mal (La Terza Madre, 2007) en una sola posición de la lista. Con un universo común y un rango de treinta años entre la primera y la última, esta trilogía despierta la arista esotérica y la arquitectura de lo monstruoso en una línea argumental que, si bien no es sólida, sí tiene vínculos que hacen alusión a sus pares.
Lo que conecta a cada cinta es la presencia de la figura materna lóbrega en un mar de pánico onírico, y de juegos audiovisuales crueles que emergen de las esquinas más hipersensoriales de la mente.
¿La inspiración? Thomas De Quincey y su exhaustivo desempeño en la escritura relacionada a incursiones alucinógenas, en especial al opio. Argento vio en el trabajo del crítico británico una oportunidad con su texto “De Levana y nuestras señoras del dolor”, el trasfondo perfecto para un largometraje que anhelaba concretar, y que se complementaría con una experiencia verídica contada por su abuela.
La primera de las brujas, Mater Suspirioum (Nuestra Señora de los Suspiros), es la base de Suspiria, argumento original creado por la guionista Daria Nicolodi, la que en esa época era pareja del cineasta. La hechicera será el objeto de adoración de un aquelarre que utiliza una academia de danza alemana como la fachada perfecta para ofrecerle sacrificios.
Una cualidad que se recalca hasta el cansancio de la producción es su sublime manejo del color y el ritmo frenético de los acontecimientos. Factores que cautivan junto a un alcance macabro muy distinto a su nueva versión de 2018, a manos de Luca Guadagnino (Call Me by Your Name), donde sólo se toma el concepto original para emprender un rumbo opuesto al impresionista y brutalmente gráfico de Argento.
El némesis que continúa este universo será Mater Tenebrarum (Nuestra Señora de la Oscuridad), dominando la segunda entrega: Inferno. Sin gozar de los mismos aplausos que su predecesora, la cinta podría considerarse un ensayo que desea explicar y reforzar la mitología de las nigrománticas, más que destacarse como producto con mérito individual.
La historia aquí nos transporta a las vivencias de una poeta que enfrentará la existencia de las Tres Madres, a través de un libro del arquitecto E. Varelli.
Al percibir que una de las brujas acosa su metro cuadrado, Rose contacta a su hermano para que la visite. Sin embargo, el encuentro no se celebrará porque la joven desaparece sin dejar rastros. El enigma vuelve a convertirse en la musa del material cinematográfico de Argento, en que el co-protagonista se enfrentará a la sibila para recuperar a su familia.
Fue una lástima que Inferno significara —literalmente —un calvario para el director italiano: la distribución de la cinta fue pobre, la crítica lo apuñaló sin descanso y el fracaso comercial en ese período fue innegable.
Aun así, no nos engañemos. Hay que otorgarle el beneficio de la duda y formular nuestro parecer, respecto a su nivel de minuciosidad para hablarnos sobre el contexto cultural, quimérico y legendario de las Tres Madres.
Por último —y habiéndose hecho esperar tanto que los fanáticos enloquecieron creando teorías en torno a una trilogía incompleta —, llegó Mater Lachrymarum (Nuestra Señora de las Lágrimas).
La más temida de las tres arpías sería un proyecto que Argento retomaría con una nueva dosis de alquimia, la sabiduría de lo oscuro y sectas por doquier que amenazarían al Vaticano. Mas, un problema se nota a kilómetros y no puede opacarse ni con su maestría, ni con la colaboración en el guión de expertos del género: La madre del mal no llega ni a los talones de los filmes previos a él.
Este defecto se debe, tal vez, a la gran expectación que creó el paso de los años. A que la exageración gore de las muertes no resultó tan atemporal como se pensaba. A que, tres décadas más tarde, el público también sufrió una metamorfosis en su capacidad de asombrarse.
Asimismo, la trama no consigue ser memorable: la bruja revive en la Roma moderna creando una vorágine de lujuria, sangre y caos. Por conveniencia narrativa, la única que puede hacerle frente es la protagonista.
No obstante, como pasa con su antecesora, hay que recalcar escenas que cumplen con divertir, obviando su desplante errático.
4. Tenebre (Tenebrae, 1982)
¿Qué pasaría si un asesino en serie encuentra su inspiración criminal en nuestros libros? Esta pugna es el núcleo de la fórmula característica del director: un protagonista desesperado por encontrar la verdad detrás de los asesinatos de los que fue testigo, involucrado de forma colateral o inculpado.
Esto se acompaña de un elenco con suave carisma y de un elemento propio de las películas slasher de los 80, al incorporar como causa de muerte el castigo a las prácticas que el asesino siente inmorales.
Tenebre es el regreso de la filmografía del italiano al Giallo, dejando de lado lo sobrenatural para enfocar toda su energía dramática en el thriller inteligente y con atisbos de psicoanálisis.
¿El plus? Tiene una de las mejores revelaciones del homicida en el repertorio de Argento. Y, si un giro de trama nos deja gusto a poco, el cineasta viene y nos regala dos.
5. Phenomena (1985)
Adoración u odio. Las sentencias sobre Phenomena se dividen casi irremediablemente en dos frentes. ¿Subestimada o repleta de falencias? ¿Una vanguardia al mundo creativo de Argento o un capricho extravagante? El juicio al respecto a este pérfido cuento de hadas queda en la preferencia de cada espectador.
Cuando Jennifer Corvino —Jennifer Connelly —, llega a una academia suiza de alto prestigio, la vida le tiene preparada más de una desagradable sorpresa. No sólo tendrá que encarar las consecuencias de su sonambulismo y explicar la insólita habilidad que tiene para comunicarse con insectos en una suerte de telepatía, sino que un psicópata acabará con sus compañeras valiéndose de salvajes mutilaciones.
Un dato tan llamativo como irónico: Connelly tuvo que ir de urgencias al hospital cuando en la escena final de la película un chimpancé arrancó parte de su dedo de un mordisco. Por suerte para ella, lo amputado pudo injertarse de vuelta en su lugar.
BONUS: Opera (1987)
Sin ahondar en El fantasma de Opera (Il Fantasma Dell’Opera, 1998), este largometraje se traduce en una versión íntima y depravada del clásico de Gastón Leroux. Al igual que la novela gótica, Argento toma como esqueleto narrativo a un “Fantasma” que deja atrás su terrible soledad al deslumbrarse por una mujer a la que busca atraer. Si bien en el texto la obsesión del “hombre” aterroriza a París y existen tintes románticos que explican su actuar, en la película vemos un móvil infinitamente más malintencionado.
Un enfermo asesino tiene como blanco a Betty, una insegura cantante de ópera a la que obliga a presenciar los crímenes que comete. Su método para lograrlo es uno de los más emblemáticos de la industria y una vez observado, resulta irreversible. Hablamos de un artefacto adherido al rostro de la protagonista que le prohibe parpadear, mientras brutales estocadas desangran a las víctimas en sus narices. Un artefacto similar a una cortina de agujas lista para perforar la piel si se cierran los ojos.
¿Otra escena que hizo historia? El disparo que atravesó la mirilla de una puerta cuando un curioso miró hacia adentro.