“Madre”, otra mirada al lado terrorífico de la maternidad

- Por

Que tu propia sangre te haga daño es uno de los máximos temores del ser humano, por lo que es una temática que se ha explotado durante décadas para hacer historias de terror.

En joyas como El bebé de Rosemary (1968) o La Profecía (1976), vemos a madres que son engañadas para que su vientre traiga al Anticristo. Es decir, la maldad se disfraza tras la inocencia y pureza de un niño.

Pero también hay historias como la perturbadora “Tenemos que hablar de Kevin” (2011), protagonizada por Tilda Swington y Ezra Miller, en la que no hay ningún poder sobrenatural, es un ser humano el que convierte la maternidad en un calvario.

A partir de esto último se construye la historia de “Madre” (2016), con la diferencia de que el niño no es un sociópata que atormenta intencionalmente.

Es una película chilena disponible en Netflix (a propósito del Día de la Madre) que cuenta la historia de Diana (Daniela Ramírez), una mujer abrumada por el severo autismo de su hijo Martín (Matías Bassi), ya que tiene un comportamiento altamente destructivo y autodestructivo. Por si fuera poco, ella está embarazada y Tomas (Cristobal Tapia Montt), su marido, se la pasa de viaje y no tiene quién le apoye en las difíciles tareas de su diario acontecer.

Un día, aparece Luz (Aida Jabolin), una mujer filipina que tiene el extraño don de controlar los violentos impulsos de Martín, por lo que se gana el cariño y entera confianza de Diana y Tomas, por lo que deciden llevarla a vivir con ellos para que cuide del niño. Cabe mencionar que Luz tiene un hijo, David (Nicolás Durán), quien aparentemente solía tener una condición similar a la de Martín.

El alto contraste y colores pastel de la fotografía, las tiernas pero terroríficas melodías que parecen sacadas de una caja de música para sonorizar el filme, sumado a la gran actuación de Daniela Ramírez, se mezclan exitosamente para consagrar la película como un “thriller”, ya que desde un principio se genera empatía hacia la atormentada madre, para luego dar paso a una atmósfera de gran tensión por el comportamiento de la misteriosa y cada vez más desconfiable niñera.

Por otro lado, deja un par de asuntos sin resolver, quizá para seguir esa arriesgada tendencia de que el espectador emita sus propias conclusiones, lo cual en este caso resta mérito a una historia con potencial, al carecer de un cierre fulminante.

Sumado a ello, no está exenta de clichés: el de la pobre mujer al borde de la locura cuya intuición femenina la hace ver cosas que el personaje escéptico (en este caso, el esposo) no alcanza a ver; así como la amiga risueña y desobligada con actitud de “BFF” que pudo no haber estado en la historia y no pasa nada.

Además, algunos críticos chilenos han dicho que la película dirigida por Aaron Burns es “racista” y “clasista”, entre otros calificativos similares, por poner a extranjeros en el papel de trabajadores domésticos; “los de costumbres raras”. Un posible desacierto en estos tiempos en que la igualdad, la equidad de género y la no discriminación, son aspectos muy delicados en el cine, cuando quizá el cineasta haya querido hacer sátira del comportamiento de la clase media alta en Latinoamérica.

Si bien las críticas en Chile no le han favorecido y el final de la historia deja qué desear (sobre todo si no hay segunda parte) es una película decente, que a pesar de copiar el paradigma de varias cintas estadounidenses de “la mamá atormentada”, es un thriller de apenas 94 minutos que mantiene al filo del asiento, a través de una historia atemporal que tendrá vigencia por muchos años más.