Camina o Muere: la distopía de Stephen King se queda a medio camino

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¿Hasta dónde puede resistir el cuerpo y la mente cuando caminar es la única forma de sobrevivir? Esa es la pregunta que plantea Camina o Muere (The Long Walk), la esperada adaptación de la primera novela que Stephen King publicó bajo el seudónimo de Richard Bachman. Dirigida por Francis Lawrence —responsable de Soy leyenda y parte de la saga de Los juegos del hambre—, la película nos sitúa en un futuro distópico donde cincuenta jóvenes deben caminar sin detenerse, bajo la amenaza de ser ejecutados si incumplen las reglas. Entre ellos está Ray Garraty (Cooper Hoffman), cuya relación con otros participantes, como McVries (David Jonsson),  aporta humanidad a una historia marcada por la brutalidad del sistema.

Lawrence logra capturar la crudeza del texto original. La cámara se empeña en mostrar el cansancio, los calambres, la desesperación, mientras el paisaje interminable se convierte en un personaje más.  La fotografía de Jo Willems aporta un aire opresivo y minimalista que potencia la monotonía de la marcha. Las interpretaciones de Hoffman y Jonsson sostienen el corazón emocional de la película, evocando vínculos de fraternidad que recuerdan a Stand By Me, aunque en un contexto mucho más desolador. La aparición de Mark Hamill como el Mayor, con una presencia siniestra, añade un contrapunto inquietante que reafirma el carácter perverso de la competencia.

Una competencia que convierte la vida en espectáculo

Sin embargo, la propuesta también muestra debilidades. El ritmo se vuelve monótono en ciertos pasajes —algo inevitable por la naturaleza de la historia—, y la dirección no siempre consigue mantener la tensión de forma uniforme. Algunos personajes secundarios no terminan de encajar en la historia, lo que quita impacto a sus muertes y hace que la experiencia emocional sea menos devastadora de lo que podría. Además, los cambios en el desenlace —pensados para cerrar el relato de manera más “cinematográfica”— diluyen parte de la ambigüedad perturbadora que King había concebido en la novela. En ese sentido, Camina o Muere se queda a medio camino entre la fidelidad al espíritu original y las exigencias de un blockbuster contemporáneo. 

Aun con esas limitaciones, la película funciona como un retrato duro y reflexivo de un sistema deshumanizado que convierte la vida en espectáculo. Y en su esencia, resalta la misma crítica social que ya exploraron películas como Los juegos del hambre o incluso la serie El juego del calamar. No es una obra maestra, pero sí una propuesta valiosa que combina crudeza, atmósfera y momentos de auténtico dolor humano. Imperfecta y a veces repetitiva, Camina o Muere consigue incomodar, emocionar y plantear preguntas sobre hasta dónde somos capaces de llegar para sobrevivir.