El juicio filosófico de Hannah Arendt

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De las grandes mentes que dio Siglo XX, Hannah Arendt es sin duda una de las filósofas más representativas del pensamiento político en Occidente. Despojada de su nacionalidad alemana durante la Segunda Guerra Mundial por ser judía. Recluida en un campo de concentración en Francia, de esos lugares dantescos, llenos de sufrimiento, que hacían recordar la infernal ciudad de Dite. Logró escapar de las garras del totalitarismo y se refugió en Norteamérica, donde se nacionalizó estadounidense y desarrolló gran parte de su trabajo.

Una mujer de tal magnitud inspira a realizar una historia cinematográfica a su altura. En 2012, la cineasta alemana Margarethe von Trotta tomó el reto de llevar parte de la vida de Arendt a la pantalla grande. El desenvolvimiento filosófico y las propias vivencias de Arendt dan un abanico de momentos que inmortalizar en fotogramas. Pero von Trotta eligió un punto clave que contar, aquel donde el prestigio de la gran pensadora estuvo pendiendo de un hilo.

EL JUICIO

Era 1961 y los diarios anunciaron el inminente juicio en Jerusalén de Adolf Eichmann, un exmilitante nazi capturado en Argentina por los servicios secretos israelitas y quien en función se encargó de la supervisión de los trenes que transportaron a miles de judíos hacia los campos de concentración. Para el mundo no era más que un despiadado criminal.

Arendt se enteró de la noticia e inmediatamente escribió a la revista The New Yorker pidiendo cubrir el juicio en Israel. La propuesta resultaba acorde. ¿Quién más indicada que Hannah Arendt, judía desplazada de la Segunda Guerra Mundial, para escribir sobre el juicio de un nazi? El medio aceptó. Días después, Arendt viajó a Tierra Santa.

La filósofa presencio el juicio. Fue una más de los tantos corresponsales que arribaron a la ciudad sagrada. Observó, analizó y concluyó lo suscitado. A su regreso a Norteamérica los lectores de The New Yorker esperaron atentos la publicación. Sin embargo, lo que Arendt escribió les resultó insultante.

Los escritos de Arendt ofendieron a la comunidad judía por tres razones: la primera fue su concepto sobre la banalidad del mal; en el que, mientras la opinión pública retrató a Eichmann como un monstruo sin escrúpulos, la pensadora escribió que él era un hombre normal, con un extremo sentido del orden, presa de la ideología nazi, que no pensaba por sí mismo, sino que sus decisiones estaban condicionadas al régimen de Hitler. Un simple y terrible producto del nazismo.

La segunda fue más fuerte. Arendt señaló que los líderes de algunas asociaciones judías se habían mostrado cobardes ante los ataques antisemitas de la Segunda Guerra Mundial. Según las investigación de la catedrática alemana, hubiesen muerto menos judíos durante el conflicto si estos líderes no hubiesen entregado a los nazis los registros de sus congregaciones con los que consiguieron deportar a una gran cantidad de personas.

Por supuesto que esto enervó los ánimos de los cabecillas semitas de la época. No obstante, Arendt remató con un tercer postulado donde cuestionó al sistema jurídico israelí por la forma de juzgar a Eichmann. La respuesta judía fue verbalmente bélica.

¿Cómo Arendt se atrevía a criticar a los suyos? En lugar de defender a su comunidad  como una judía ejemplar, Arendt investigó y debatió. El público esperaba una cobertura periodista en pro de la causa semita, Hannah les había entregado una lección de filosofía: el hecho de que cualquier humano puede sucumbir ante la banalidad del mal.

A pesar de las críticas y amenazas hacia su persona, Arendt no se retractó; sólo hizo mención de que su pensamiento fue malinterpretado. Se mantuvo fiel a sí misma. Fue valiente. Nadie que no haya vivido lo que ella vivió en aquel campo de concentración de Francia podía cuestionarla. La lección que nos dejó es que todo es cuestionable y que no importa cuántos y quienes estén en contra, siempre debes de mantener firme tu pensamiento si estás convencido de haber llegado a la verdad.

LA VISIÓN DE VON TROTTA

Para su película, von Trotta respetó todo lo anterior. El arte es excelente, acorde a la época en que la historia se desenvuelve. La actuación de Barbara Sukowa en el papel de Arendt es demasiado aplaudible. La intercalación de los diálogos en inglés y alemán dota de realismo a la cinta. Cabe resaltar las participaciones de Axel Milberg como Henrich Blücher, Klaus Pohl como Martin Heidegger y Michael Degen como Kurt Blumenfeld.

Hoy en día, un pensamiento como el de Hannah Arendt resulta indispensable. Más en estos tiempos de bullicio bélico, donde el temor a una Tercera Guerra Mundial recae en las acciones políticas de las potencias nucleares. Hace unos días el eje occidental bombardeó Siria. Arendt escribió alguna vez en su libro La promesa de la política sobre las guerras de aniquilación: “Lo que los hombres producen pueden destruirlo y lo que destruyen pueden construirlo de nuevo”.