The Dead: la epifanía amorosa en una adaptación magistral
The Dead (Dublineses 1987), es una película dirigida por John Huston y adaptación del relato “Los Muertos”, perteneciente a la obra Dublineses, de James Joyce. Nominada a dos Premios Óscar, se trata de la última película dirigida por John Huston, quien tenía ochenta años y padecía de un enfisema pulmonar, pero que llegó a filmar en silla de ruedas y con máscaras de oxígeno con tal de rodar la película que siempre quiso hacer, un proyecto que acabó siendo su testamento fílmico y un trabajo familiar, pues el guión estuvo a cargo de su hijo Tony Huston y la actriz protagonista fue su hija Anjelica Huston.
Con The Dead, John Huston concluyó una carrera colmada de triunfos: más de 15 nominaciones al Óscar, de las cuales se llevó Mejor Director y Mejor Guión Original por The Treasure of the Sierra Madre (1948); 8 nominaciones al Globo de Oro, consiguiendo Mejor Director por esta misma producción, Mejor Actor de Reparto por The Cardinal (1963) y Mejor Película por Prizzi’s Honor (1985) y más de 20 premios en festivales de cine internacionales. Entre sus cintas más destacadas se cuentan: El halcón maltés (1941), La jungla de asfalto (1950), La reina de África (1951), Moulin Rouge (1952), y El hombre que pudo reinar (1975).
Homenaje Joyceano
De entre los cientos de individuos que pensamos en «Los Muertos», último relato de Los Dublineses de James Joyce, como uno de los mejores del siglo XX, uno tuvo la determinación de adaptarlo al cine: John Huston. El director estadounidense se esforzó por adaptar con seriedad uno de los mejores textos de Joyce, logrando una de las más memorables adaptaciones de la historia, un filme conmovedor con actuaciones potentes, una obra maestra.
Entre los elementos destacados del relato de Joyce, Huston hace justicia a la caracterización psicológica de los personajes, quienes son definidos por pequeñas acciones o hábitos. Gracias a los actores, el filme conserva la polifonía del relato, pero no hay manera de abordar a salvo el tema del monólogo interno. Como el texto original, aunque no se pudiera filmar en Irlanda, la película refleja la transición entre dos modelos de sociedad, así como la presencia de los muertos en la vida de quienes los recuerdan.
Aunque se puede reprochar la pérdida de cierto dinamismo patente en el relato por el movimiento físico constante que lleva la acción de un lugar a otro y el desplazamiento del foco narrativo. Sin embargo, hay presencia del juego de contrastes entre el interior: artificial, elaborado, ritual; y el exterior: puro, es limpio y natural. También localizamos el contraste entre lo negro de la noche y lo blanco de la nieve. Esto último se convierte en una constante que facilita la creación de una imagen de fondo.
La epifanía
Pero el rasgo de la obra de Joyce preservado por Huston que más aplauso merece es hacer del filme un ejercicio de aprendizaje. Gracias a la majestuosa interpretación de Anjelica Huston, el director captura un personaje que evoluciona, al igual que lo hacen los personajes del escritor irlandés; esto es, por el descubrimiento de ciertas verdades, a las que llamó epifanías. Estas epifanías de Joyce tienen una relación muy clara con la rememoración de Proust explicada por Gilles Deleuze. Epifanía, rememoración, nirvana cinematográfico, funcionan las tres como medio de evolución, de aprendizaje.
Lo que deseaba hacer Joyce y que, a medias, reproduce Huston es mostrar la parálisis en la que viven los habitantes del mundo moderno (aunque en el caso de Joyce la bronca era más con la gente de Dublín). Esta parálisis tanto física como intelectual convierte el título “los muertos” en una metáfora de las ataduras que no permiten al individuo pensar o actuar con corrección.
Sin duda, la película de Huston apela más a la afectividad que a la denuncia horrible de Joyce que tanto impresionó a Shaw. No obstante, también acá los personajes están paralizados y para salir de esa parálisis deben vivir una epifanía, que es lo que le sucederá al protagonista del relato, Gabriel, el cual desde un principio se nos muestra incómodo ante el reconocimiento de ciertos planteamientos y dudas que lo llevarán a la epifanía.
Para que esta epifanía se cumpla es importante que el escenario del relato sea una fiesta, es un buen lugar para colocar al personaje principal en un intermedio de su vida. La fiesta funciona como una tregua, un momento fuera de lo cotidiano, una situación en la que uno se vuelve ajeno a sí mismo. En la fiesta el tiempo se detiene, el futuro puede soñarse o el pasado puede aparecer como una maldición de la que no es posible librarse.
Pero la epifanía no llega sola y no se está buscando permanentemente. En Proust y los signos, Gilles Deleuze nos dice que la verdad nunca es el producto de una buena voluntad previa, sino el resultado de una violencia del pensamiento y que sólo la buscamos cuando estamos determinados a hacerlo en función de una situación concreta, cuando sufrimos una especie de violencia que nos empuja a esta búsqueda.
El signo amoroso
La verdad es buscada por el celoso bajo las dudas ante el ser amado. Se produce con una violencia que arrebata la paz; la verdad no es sino un signo que pide ser descifrado. El signo que denote la verdad, se sucede siempre de forma progresiva, siendo la verdad la emergencia explosiva que llevará al protagonista de la ignorancia a la revelación última.
El signo que revela la verdad en The Dead es el signo amoroso, que según Deleuze es la individualización de alguien por un signo que emite y según Zizek es la presentación pura del egoísmo. El amor se alimenta de la interpretación silenciosa y en la formulación de mundos ideales. Cuando el amoroso descubre signos inesperados en el amado, descubre mundos que en aquel existen mundos que se formaron sin esperarlo.
Cuando se da este amor, surgen los celos, nacidos de la imposibilidad de conocer todos los mundos contenidos en el ser amado y de no participar siempre en la memoria del otro. Así podemos percatarnos de que mientras Gretta está absorta en el recuerdo del muerto, Gabriel está recordando vivencias junto a ella, memorias de su vida que nadie jamás conocería, así como él ignora por completo los momentos que Gretta vivió con su joven amante, Michael.
Entonces, Gabriel se percata de que ambos son más extraños de lo que creen y que nunca podrá participar de la angustia de su esposa. Descubre entonces la incurable soledad del alma. Entonces sucede la epifanía: mejor pasar al otro mundo en plena pasión que marchitarse consumido por la vida misma. Y es que al esforzarse en imaginar al joven muerto, Gabriel comprende que su propia persona no es más real para los otros de lo que para el mismo es Michael Furey.
Podemos percatarnos de la importancia que la memoria, así como el desciframiento del signo (amoroso en este caso) juegan en la construcción de Los muertos, tanto en el relato de Joyce como en la magistral cinta de Huston, que logra arrastrarnos consigo por un valle lleno de nieve y hacernos sentir esa pena que nos habrá provocado alguna vez en vida el desconocimiento de lo que se encuentra dentro de la memoria de la amada. Pregunta que seguirá torturándonos, hasta que quizá algún día lleguemos también nosotros a la epifanía.