Arranca el Festival Internacional de Cine de Toronto: Lo que vimos el primer día
¡Al fin ha llegado!
El primer día del Toronto International Film Festival nos ha dejado una mezcla interesante de películas de diferentes nacionalidades: americana, francesa, española (con director iraní) e italiana, para ser exactos. Cuatro películas, cuatro países y… casi ocho horas sentado delante de una pantalla. Por lo tanto, no me puedo quejar. Vamos allá.
Wildlife (Paul Dano)
El prolífico actor debuta en la dirección con una seguridad increíble. Mostrando un estilo aparentemente sencillo y adaptando la novela homónima de Richard Ford, Paul Dano narra la destrucción de un matrimonio (Carey Mulligan y Jake Gyllenhaal) desde el punto de vista de Joe, el hijo adolescente (Ed Oxenbould).
Los actores logran concebir una pareja distante y verosímil que no sabe cómo adaptarse a una crisis repentina, y Joe transmite la impotencia como espectador de ese duro proceso, una con la que es fácil identificarse. Esas interpretaciones se acompañan de un trabajo de cámara quirúrgico, tan estático como preciso. La experiencia de Paul Dano como actor se deja entrever con imágenes frías en las que predominan el movimiento interno, el trabajo actoral.
Todavía más interesante es ver cómo el director combina inteligentemente ese entorno familiar con un ambiente natural simbólico que refuerza lo que está sucediendo en sus vidas: en las afueras de la ciudad varios incendios incontrolados están arrasando la montaña. Ese contexto se introduce en la trama y se convierte en un personaje más. En Wildlife contemplamos cómo una familia debe adaptarse a su propio incendio, así como lo difícil que es regenerar las relaciones afectadas incluso después de sofocar las llamas.
Wildlife es, en definitiva, un debut prometedor, un drama familiar exquisito y con pulso.
Doubles vies (Olivier Assaya)
Olivier Assaya se acerca al teatro (e incluso a la literatura) en esta tragicomedia satírica, centrándose en la vida de dos parejas parisinas relacionadas con el ámbito de la distribución literaria, y de cómo la tecnología está expropiando (o no) la cultura que les envuelve.
Doubles vies es una película que se podría leer, que deja fluir el diálogo sin miedo porque confía en su texto. Abundan en la trama conversaciones aparentemente ordinarias pero con reflexiones sugestivas en torno a cómo la literatura, la cultura y, en general, la sociedad, se están adaptando a un ecosistema tecnológico vertiginoso; es sorprendente la cantidad de ideas sugerentes por minuto que Assayas es capaz de poner en pantalla, algo posible a causa de una selección de personajes con ideas contrarias que colisionan sin parar. Lo anterior se combina con sus crisis vitales y trifulcas amorosas, una parte más cómica y natural que descongestiona una película que podría llegar a convertirse en un conjunto de debates tan espontáneos e interesantes como, tras escuchar uno detrás de otro, artificiales y repetitivos.
En Doubles vies los personajes discuten si un tweet se puede considerar literatura moderna; al mismo tiempo, Olivier Assayas convierte un conjunto de conversaciones de bar en una tragicomedia inteligente. Y a pesar de confiar en exceso en su texto, la obra sale bien parada y logra que nos cuestionemos si la tecnología está realmente cambiando la cultura o si todo continúa igual y solo nos estamos confundiendo con los envoltorios.
Todos lo saben (Asghar Farhadi)
Quien haya visto alguno de los trabajos anteriores de Asghar Farhadi, sabrá que el director maneja la tensión de los dramas/thrillers familiares como pocos lo hacen, con sencillez formal pero sacudidas emocionales. En Todos lo saben continúa utilizando esos componentes reconocibles en su obra narrando la desesperación de una familia tras el secuestro de uno de sus miembros más jóvenes. Sin embargo, un segundo acto excesivamente dilatado hace que lleguemos al desenlace con falta de interés, y actores tan carismáticos como Ricardo Darín no se aprovechan todo lo que uno esperaría.
Todos lo saben se sitúa en un pueblo de España, y es sorprendente cómo Farhadi es capaz de recrear con tanto detalle la cultura del país y, en concreto, cómo se vive en las zonas más rurales. Siendo español, valoro el esfuerzo que eso conlleva, más viniendo de un director tan lejano. También es interesante cómo se construye la pirámide familiar o, durante la primera mitad, cómo se gestiona la información que el espectador conoce sobre las relaciones entre sus miembros. Sin embargo, esos aciertos no son suficientes para sostener una trama que acaba estancándose a medio camino y que no logra remontar a causa de un desenlace exento de emoción.
El último trabajo de Asghar Farhadi tiene elementos interesantes, pero se organizan y se exponen de manera ordinaria, con una ausencia importante de los rasgos más sugerentes del director.
Dogman (Matteo Garrone)
Antes de comenzar la proyección, Marcello Fonto, actor protagonista de la obra, se subió al escenario a decir unas palabras: “el verdadero protagonista no soy yo, son los perros. Ellos lo observan todo”. En Dogman, el director de Gomorra (2008) ha vuelto a crear una obra tan cruda que es difícil apartar la mirada. Es otra exploración de los barrios bajos del país, de la ley del más fuerte, de la ley animal.
Dogman se centra en cómo Marcello, padre de una niña y dueño de una peluquería de perros, se ve gradualmente corrompido por un ambiente miserable y desgraciado. La expresividad y el carisma de Marcello Fonto abordan cada rincón de la pantalla (bien merecida la estatuilla en Cannes), y logra construir y dar profundidad a un personaje gris cuyos actos debemos juzgar; cuánta responsabilidad recae sobre él y cuánta sobre el entorno depende de nosotros. El barrio marginal se representa de manera inmunda, con una aspereza y una sensación de realidad que asustan; se pueden sentir las capas de mugre en el ambiente, los cristales en las suelas de los zapatos y la sangre seca en las paredes.
Dogman ha sido toda una sorpresa. Y aunque se vea obligada a abandonar algo de verosimilitud para construir el arco con su personaje principal, es un sacrificio que vale la pena ver, sentir y, dependiendo de cada uno, detestar o aplaudir.