Cuba and the Cameraman: 45 años grabando la Revolución Cubana

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Con el estreno de Cuba and the Cameraman este verano en Venecia, donde consiguió excelentes críticas, Netflix se asegura el dominio de todos los géneros con producciones originales de máxima calidad. En esta ocasión, la famosa plataforma de streaming apuesta por la película más reciente del periodista Jon Alpert, famoso por haber trabajado en Vietnam, Camboya, Irán, Nicaragua, Filipinas, Cuba, China y Afganistán, países con intensos conflictos bélicos en los que el estadounidense ha filmado documentales ganadores de quince Premios Emmy, así como dos nominaciones al Óscar por Mejor Cortometraje Documental; con China’s Unnatural Disaster: The Tears of Sichuan Province en 2010 y Redemption en 2012.

Fuente: vaconfirmamendoza.com.ar

El camarógrafo de la revolución

Cuba and the Cameraman se plantea como un viaje a través del tiempo que señala los éxitos y fracasos en la historia de la Revolución Cubana. Esta travesía empieza cerca del final, con la muerte de Fidel Castro, quien tenía cerca de medio siglo en el poder. Aunque de inmediato salta 45 años en el pasado, sólo iniciando en este punto comprendemos que Fidel ya lideraba Cuba cuando la mayoría de los actuales cubanos aún no nacían: casi podría decirse que Cuba no conocía la vida sin él. En este escenario, y utilizando una analogía que podría antojarse «arcaica», Jon Alpert ocupa el papel de escriba real: nadie aparte de él documentó la historia completa de la revolución y el mandato de Castro.

Lo anterior significa que estuvo presente en los acontecimientos más importantes del castrismo: se le permitió acompañar a la comitiva que llevó Fidel a la Onu en 1979, cuando apeló ante el organismo por la redistribución de las riquezas; le tocó observar el primer partido de beisbol jugado en Cuba contra un equipo de los Estados Unidos, algo que no sucedía en muchos años; fue testigo de las facilidades otorgadas por el gobierno cubano a los exiliados en Florida, quienes querían visitar a su familia en Cuba; documentó de primera mano los conflictos civiles originados por el mayor éxodo de cubanos a Estados Unidos; presenció la decadencia cubana que siguió a la caída de la URSS y observó sorprendido la apertura de la isla a la inversión extranjera y el boom del turismo.

El sueño

Alpert no oculta su simpatía inicial hacia el régimen político de Castro: la razón principal de su viaje a la isla fue constatar con sus propios ojos si era cierto que en Cuba contaban con servicios gratuitos de educación y salud, algo que él anhelaba para Nueva York. Al llegar ahí, descubre maravillado que la utopía socialista parece funcionar y que el pueblo cubano vive una realidad que los gobiernos capitalistas habían declarado imposible, lo que catalogaban como una farsa para enmascarar una dictadura cruel que no podía ser sino enemiga de la libertad. En oposición a esta imagen, el estadounidense se encuentra con una nación feliz que confía en su líder, un hombre confiado y seguro de sí mismo que es elevado por el pueblo al nivel de un mesías, alguien casi divino.

Fuente: cleartime.host

La pesadilla

Esto fue más o menos así hasta la caída de la URSS, que apoyaba a Cuba con un subsidio millonario. Entonces, sobrevino un período de decadencia que afectó a todos en la isla, incluido Alpert, quien recogió los más desgarradores testimonios con la impotencia de quien se sabe incapaz de ayudar a todos aquellos que se han convertido en sus amigos. Incluso sus entrevistas con Fidel cambian de tono: Alpert cuestiona con sinceridad al mandatario, sin realizar juicios ni acusaciones, sobre los problemas más preocupantes para la sociedad cubana. En esos momentos podemos ver al Castro humano, un hombre que reproduce los gestos más exagerados de su figura pública (uno se pregunta si fuma habanos mientras se baña o duerme), pero que se muestra cansado; un orador excelente que conmueve con sus discursos, los cuales hablan de un gran ideal del que siempre estuvo convencido, pero que no ignora las consecuencias negativas de sus decisiones.

Un médium humanista

Quizá lo más relevante del documental es que, precisamente, adopta un tono humanista que nos muestra a seres humanos que actúan con base en sus ideales y que tratan de hacer lo mejor que pueden con lo poco que tienen. Alpert nos entrega un valioso documento sociopolítico, un filme imparcial quitado de prejuicios, pero también un impecable ensayo sobre los efectos del paso del tiempo.
A través de los íntimos testimonios de tres familias cubanas, y algunos encuentros con Fidel Castro, Alpert teje una historia sobre el espíritu combativo del hombre. No es que el director carezca de opinión o que no introduzca comentarios personales, sino que trata siempre de mantenerse al margen de las críticas o juicios para dejar ese papel en manos del pueblo; es decir, ofrece su cámara como un médium entre el testimonio y el espectador, sin callarse ni las historias de triunfo ni los sucesos más oscuros.

Crédito: vimooz.com

Este enfoque sirve a Alpert, cazador incansable de la verdad, director de más de treinta filmes y único estadounidense que consiguió entrevistas personales con Fidel Castro y Saddam Hussein, para reflexionar sobre el rol del cine documental en la sociedad: al igual que él, las personas en las calles aprovecharon la aparición de las cámaras de video para denunciar problemas sociales, lo que conlleva una relación casi natural entre el video y el testimonio.

Incluso cerca del final de Castro, cuando el mercado capitalista ingresa a Cuba, Alpert está ahí para hablar una última vez con Fidel, despedirse de él y cerrar la lección más importante del documental: el tiempo lo arrasa todo, no hay cura que valga contra las vueltas que da la vida y, por eso, lo más importante es atesorar los momentos más entrañables de la vida, sonreír y bailar como sus amigos cubanos han hecho, con la actitud relajada de quien sabe que nadie se muere antes de tiempo.