El fabuloso reino del Sr. Wes Anderson
La obra del texano Wes Anderson resulta para algunos adictiva: una vez que se prueba dan ganas de ver más y más. Me pasó hace un par de años, que luego de haber disfrutado The Grand Budapest Hotel (2014), tuve que volver a revisar el total de su filmografía por el mero placer de recetármelo completo.
¿Qué tiene de especial Wes Anderson que hace que sus seguidores esperemos con ansia sus películas? Anderson es un creador de universos coloridos e impecables, sumamente personales e irrepetibles. Su talento radica no sólo en la genialidad, sino en la obsesión por la perfección en cada uno de los detalles, particularmente los visuales.
Desde Bottle Rocket (1996), la primera y visualmente menos “perfecta” de sus cintas, se vislumbraron ciertas fijaciones, como el uso del vestuario preciso para cada personaje –aquí destaca el overol amarillo de Owen Wilson-, que ayuda a contextualizar su psicología. Sus personajes, más que complicados, son seres brillantes pero incomprendidos, siempre envueltos en un halo de soledad y tristeza con los que acabamos siendo empáticos, en la medida en que Anderson los va desenmarañando para nuestra comprensión. Así, desde los cachorros de Fantastic Mr. Fox (2009), los niños en fuga de Moonrise Kingdom (2012), el genio adolescente y odioso de Rushmore (1998), hasta Madame D., la octogenaria huésped del Budapest, todos son entes atormentados y socialmente incorrectos que de algún modo terminan convergiendo en armonía, inclusive en el fondo del océano.
Una de las máximas obsesiones de Anderson se da en el diseño de arte, amén de las fabulosas locaciones y los meticulosos sets que generalmente la lente de Robert Yeoman estampa en geometrías tan perfectas que rayan en lo patológico. Así, el cineasta transformó a su gusto el interior de una mansión decimonónica en la ciudad de Nueva York para The Royal Tenenbaums (2001), donde incluso se pintaron a mano diseños ramplones sobre los muros -como los dibujos que decoran las maletas en The Darjeeling Limited (2007), o los burdos tatuajes de Harvey Kietel en The Grand Budapest Hotel.
Los detalles se matizan con herramientas recurrentes como lo son: tomas cerradas a objetos, particularmente libros u otros documentos; secuencias en cámara lenta, que regularmente registran el caminar de un conjunto de personajes; y movimientos de cámara horizontales y lentos, comúnmente en interiores, que son espacios cuasi-claustrofóbicos: un submarino, las cabinas de un barco, una madriguera, un tren, una bodega, el minúsculo comedor de empleados en un inmenso hotel de lujo, la casa de una familia disfuncional o un claustro en las faldas del Himalaya que es asediado por un tigre hambriento.
Wes Anderson, además de ser un detallista en extremo, es un amante de la animación tradicional. Se valió de ésta para recrear criaturas marinas, realizadas por el genial Henry Selick, en su homenaje al explorador submarino Jaques-Yves Cousteau, The Life Aquatic with Steve Zissou (2004), o para las hilarantes persecuciones en la nieve en The Grand Budapest Hotel. En 2009, se dio el lujo de realizar su primer largometraje totalmente animado: Fantastic Mr. Fox.
Definitivamente, entre sus esporádicos cortometrajes, hasta sus meticulosos largos, Anderson ha creado obras estupendas y sus seguidores siempre lo apreciaremos. Sin embargo, yo reniego de algo: The Darjeeling Limited, que por más que tenga cierto valor, es una historia plagada de clichés, comenzando por uno de los máximos: un viaje espiritual a la India. Aquí, Anderson vuelve a concentrarse en la clase alta y utiliza a la baja, predominante en ese país, y su riquísima cultura como mera decoración, aunque sublime y calculadamente expuesta. Tan pretenciosa me resultó que mi parte favorita, por auténtica, es la única que no se desarrolla en Asia.
Anderson se fue reivindicando hasta dar rienda suelta a sus obsesiones en The Grand Budapest Hotel, donde presenta una simple comedia en encuadres perfectos, magníficamente aderezada al detalle extremo –se da el gusto, incluso, de plantar un mapa de la República Mexicana a lo largo de la mejilla de la heroína a manera de lunar-, en fabulosos escenarios europeos altamente coloridos, en contraste con la monocromía invernal. No faltan su característica tipografía amarilla para títulos y créditos, los impecables atuendos que delinean hasta al más efímero de los personajes, deferencias a sus referentes culturales –de Chaplin al escritor homenajeado, Stefan Zweig-, tomas cerradas a libros y documentos, el uso de un narrador, la burda animación que da un toque exquisitamente naíf al relato, diálogos ornamentados, tan absurdos como fascinantes, y la impecable selección del reparto. Aunque los personajes centrales trabajan con Anderson por primera vez, participan brevemente sus actores fetiche, Bill Murray, Owen Wilson, Jason Schwartzman y Kumar Pallana, o de recurrente llamado, como era Anjelica Huston y hoy son Edward Norton, Harvey Keitel, Willem Defoe, Adrien Brody y Tilda Swinton.
Desde ese fabuloso recorrido por las nieves de Europa, sólo se le vio a Anderson a través de su corto para la cadena de ropa H&M, Come Together: A Fashion Picture in Motion. Sus fans comenzábamos a sufrir el mono de su ausencia, hasta hace unos meses que comenzaron a circular imágenes de Isle of Dogs, la odisea de un niño en busca de su perro en un apocalíptico Japón. Y no sólo es que nos entusiasme la idea de su regreso, Isle of Dogs es otra película animada en stop-motion, ampliamente inspirado en la obra de Akira Kurosawa, que cuenta con el talento vocal Greta Gerwig, Scarlett Johansson, Edward Norton, Bill Murray, Jeff Goldblum, Frances McDormand, Harvey Keitel, Tilda Swinton y Yoko Ono, entre muchos otros.
Isle of Dogs, escrita por el mismo Anderson, Roman Coppola, Jason Schwartzman y Kunichi Nuruma, fotografiada por Tristan Oliver y musicalizada por Alexander Desplat, será la segunda película de Anderson en abrir el Festival de Berlín en febrero de 2018 y la primera animación que se presente en la inauguración. Isle of Dogs se estrenará a finales de marzo en los EUA y paulatinamente en el resto del mundo.
A Wes Anderson se le ha acusado de pretencioso, excéntrico, sobrevalorado y hipster, y sí, algo hay de todo eso, pero más pesan su profusa creatividad y su particular talento para transportarnos a micro universos que parecen montados en excelsas casas de muñecas, donde sus habitantes serían menos desdichados si vieran por saborear el inusitado entorno diseñado en exclusiva para ellos por el cineasta.