Festival Internacional de Cine de Toronto: lo que vimos el octavo y noveno día
Fahrenheit 11/9 (Michael Moore)
Tan atrevido y provocador como siempre, Michael Moore vuelve a sorprender con otro documental protesta que no agradará demasiado a la alt-right, esta vez con la premisa de Donald Trump: how the f**k did we get here, and how the f**k do we get out. Con esas palabras da comienzo el viaje por la política estadounidense reciente (y no tanto), uno honesto, caracterizado por un montaje acelerado y preciso que nunca se deshace de un velo cómico que ayuda a digerir toda la información (como poner la voz del presidente sobre un discurso de Hitler).
Lo más interesante del último trabajo del director, sin embargo, comienza tras desacreditar al presidente (cosa que no es muy difícil, seamos sinceros): esa premisa inicial se expande por otros caminos, analizando cómo Trump es el resultado de un sistema obsoleto en el que la gente ha perdido toda confianza y, finalmente, replanteándose si la democracia no es más que un ideal que Estados Unidos todavía no ha alcanzado. Fahrenheit 11/9 lanza ese mensaje tras indagar en desgracias sociales relevantes y presidencias anteriores, tanto demócratas como republicanas, dando profundidad y alejándose de la sensación de parcialidad total (aunque todavía la hay) de obras anteriores.
Al final, Michael Moore no ha creado un documental para subrayar los defectos de un presidente, ni siquiera de las bases del sistema, sino para lanzar un mensaje de esperanza y una llamada a la acción a las nuevas generaciones estadounidenses, las cuales van a tener que lidiar con una herencia política y social deplorable.
Burning (Lee Chang-Dong)
Lee Chang-Dong adapta “Barn Burning”, el relato breve del escritor japonés Haruki Murakami, con una valentía y un pulso sorprendentes. El director logra no tan solo evocar las claves a la novela (contemplativa, ambigua, vital), sino también incorporar un tercer acto de cosecha propia, añadiendo su visión con un cierre fascinante y transformando la obra literaria al formato cinematográfico.
En Burning adoptamos el punto de vista de Jongsu (Yoo Ah In), un joven recién graduado y desempleado que se encuentra con Haemi (Jun Jong-seo), una chica que solía vivir cerca de su casa cuando eran niños. Ella le explica que va a emprender un viaje a África y necesita que alguien cuide de su gato durante algunas semanas. Al volver de su viaje, Haemi aparece acompañada de Ben (Yeun Steven), un misterioso “Gatsby” que parece estar interesado en ella.
Al igual que en la novela, Burning destaca por plasmar una atmósfera contemplativa que deambula entre el thriller y el drama. Jongsu es un personaje plenamente observador; “el mundo es un misterio”, explica en una de las pocas escenas que verbaliza lo que siente. Esa visión de la realidad como algo desconocido es fundamental. El relato es poco convencional a la hora de desarrollar la trama; no se busca tanto la progresión, sino la presentación de una serie de enigmas, tanto terrenales como vitales, y concedernos espacio para que juzguemos por nosotros mismos.
El resultado es una película ambigua, simple y pausada, que lanza más interrogantes que respuestas, con momentos tan líricos como viscerales, siempre extrayendo lo misterioso desde lo más terrenal.
The Death and Life of John F. Donovan (Xavier Dolan)
El joven director canadiense afamado en Cannes estrena por primera vez en Toronto y lo hace con su obra más convencional. The Death and Life of John F. Donovan desarrolla las inquietudes que conocemos del cineasta, como las familias disfuncionales o las dificultades sociales que conlleva ser homosexual; también reconocemos pinceladas de su estilo, como el uso constante de cámaras lentas en secuencias musicales pop. Sin embargo, la trama no consigue que la tomemos en serio y carece de la experimentación y la valentía de los trabajos de Dolan. Cuesta creer que esta película esté dirigida por la misma persona detrás de Mommy (2014).
The Death and Life of John F. Donovan relata una curiosa correspondencia secreta entre un niño de once años (Jacob Tremblay) y un famoso actor americano (Kit Harington), y cómo esta cambia sus vidas cuando sale a la luz. La trama principal sucede en el pasado, combinando esos dos puntos de vista a lo largo de varios años, pero siempre está narrada desde el presente a través de una entrevista.
La película no funciona por varias razones: el relato trata superficialmente un abanico de temas sugerentes pero nunca consigue profundizar y hacerlos interesantes para el espectador, ni siquiera los principales (las reglas del mundo de la fama, por ejemplo); lo mismo sucede con los personajes, correctos pero nunca atractivos; las escenas de supuesta emoción se componen con un estilo excesivo, con claves musicales desorbitadas. Y quizá lo más grave es la convencionalidad que envuelve todo el ejercicio.
Shoplifters (Hirokazu Koreeda)
Hirokazu Koreeda es un genio plasmando relaciones humanas: desde Even If You Walk and Walk (2008) a Like Father, Like Son (2013), entre otras. Muchos lo comparan con Yasujiro Ozu (Early Summer (1951), Tokyo Story (1953), …) por el don de la naturalidad a la hora de exponer relatos familiares íntimos, removiendo cualquier rastro de toda maquinaria o planificación. En Shoplifters (ganadora en Cannes) vuelve a demostrar esa habilidad fascinante haciéndonos sonreír durante la mayor parte de un drama familiar desgarrador.
El último trabajo del cineasta configura un juego muy interesante con la información. Al comienzo, los Shibata parecen una familia de clase baja estándar, situada en los suburbios de Tokyo: Osamu (Lily Franky) es el padre, y trabaja en la construcción; Nobuyo (Sakura Ando), la madre, en una fábrica textil; Aki (Mayu Matsuoka) es la hermana mayor, y se gana un dinero “enseñando el lado de las tetas” a sus clientes; el hijo pequeño, Shota (Kairi Jo), ocupa su tiempo entre tienda y tienda, perfeccionando la técnica para robar que su padre le ha enseñado; finalmente, Hatsue (Kirin Kiki, la cual tristemente nos ha abandonado hace poco), la abuela, ayuda a la familia gracias a la pensión de su marido. Lo dicho: una familia normal. Una fría noche de invierno, sin embargo, Osamu y Nobuyo se encuentran con Yuri (Miyu Sasaki), una niña pequeña que parece estar abandonada por sus padres; tras invitarla a cenar, poco a poco van pasando más tiempo con ella, y al no tener noticias de los padres tras cuidarla durante dos meses, deciden cortarle el pelo y adoptarla. Con el tiempo, nos damos cuenta de que los Shibata no son una familia biológica; son gente abandonada que ha creado la suya propia.
De esta manera, Hirokazu Koreeda se plantea reflexiones alrededor de cuestiones fundamentales: qué es una familia, cuánto poder deberíamos tener para escogerla. También trata a fondo problemas sociales describiendo esa vida en los márgenes y los ciclos viciosos que están forzados a seguir. Y todavía más fascinante: consigue meditar todos esos asuntos emocionándonos, pero sin la necesidad de quitarnos la sonrisa. Si la película funciona de esa manera, es también por un reparto de actores brillante que rema en la misma dirección.
Shoplifters es, a pesar de su sencillez formal y narrativa, una de esas obras mayúsculas que no se borran de la memoria. Un relato humano y cotidiano con unos personajes inolvidables; capaz de hacernos reír y conmovernos a la vez. Una familia de actores, porque no hay otra manera de describirlos, que conviven con nosotros durante 121 minutos. Y un último plano brillante que sintetiza en una sola acción todo ese mar de sensaciones.