George Stinney Jr, la ejecución del niño que inspiró “Milagros Inesperados”
El mundo es un lugar turbio, no hay duda de ello, por eso y debido a que el futuro puede parecer no muy prometedor, todavía hay quienes pregonamos día con día que los tiempo pasados fueron mejores y, sin embargo, basta con echar un vistazo atrás en la historia para darnos cuenta que no siempre es así, pues algunas de las peores atrocidades se cometieron precisamente en aquellas épocas que muchos desearían olvidar. Tal es el caso de George Stinney Jr., un niño condenado y ejecutado a muerte en la silla eléctrica por una simple y sencilla razón: ser de raza negra.
La inocencia del crimen
Con tan sólo 14 años de edad, el pequeño George Stinney se convirtió en el ciudadano estadounidense más joven de la historia en ser ejecutado mediante la silla eléctrica, esto luego de haber sido declarado culpable del asesinato de dos niñas de raza blanca.
Sin embargo, aunque el suceso de por sí ya se mira increíble, el caso se torna más turbio y desolador cuando se sabe que décadas más tarde el joven fue declarado inocente del crimen.
Todo comenzó y a la vez terminó en 1944, cuando los cuerpos de Mary Emma Thames y Betty June Binnicker, dos niñas de 8 y 11 años de edad respectivamente, fueron encontrados no sólo sin vida, sino que todo indicaba que habían sido asesinadas de una forma brutal y sangrienta, pues las cabezas de ambas presentaban horribles lesiones provocadas con un objeto extremadamente pesado.
¿El sospechoso? Sólo uno: George. Pero, ¿cuál fue la razón de ello? De acuerdo con Amie Ruffner, hermana del joven afroamericano, ella y su hermano se encontraban en un prado cuidando a la vaca de la familia, cuando de pronto el par de niñas se les acercaron para preguntarles dónde podían encontrar una ciertas flores cerca de lugar, a lo cual, los hermanos simplemente respondieron que no sabían, así que las dos pequeñas siguieron su camino.
Sin embargo, este simple sencillo cruce de palabras fue la sentencia para George, pues junto con Amie se convirtieron en las últimas personas en ver con vida a las niñas.
Así, pocas horas después de este encuentro Mary y Betty fueron halladas sin vida en una zanja; cada una con serias heridas en la cabeza hechas con una viga de madera –aunque algunos decían que era de metal -, la cual y según expertos en criminalística, era lo suficientemente pesada (20 kg) para que un niño de le edad de George no sólo no pudiera cargarla, sino tampoco pudiera emplear la fuerza suficiente para provocar las fracturas que se encontraron en los cráneos de las niñas.
La intolerancia de este caso comienza desde este punto, pues aunque George se ofreció para ayudar en la búsqueda de las niñas al momento en que desaparecieron, también le contó a uno de sus vecinos que él, junto con su hermana, habían visto a Mary y Betty más temprano, una declaración que a los ojos de las autoridades y la sociedad de esa época bastaba para detener al menor y acusarlo de un doble asesinato.
Un juicio de odio
Apenas se supo que el menor había sido el último en ver con vida a las niñas, las autoridades lo detuvieron y decidieron encarcelarlo sin avisarle a sus padres y sin tomarse la molestia de proporcionarle un abogado. Por si fuera poco, una vez que lo detuvieron lo encerraron en un cuarto de interrogación, donde sin la presencia de un tutor, George comenzó a ser cuestionado por dos policías sobre el asesinato que supuestamente había realizado.
El hecho de que no se informara a los padres y de que nadie más que los policías estuviera con George al momento del interrogatorio, dio pie a que se pensara que la declaración del niño afroamericano no sólo había sido forzada, sino también manipulada de una forma bastante cruel, pues se dice que lo hicieron admitir que había intentado violar a las dos niñas pero que, al no conseguirlo, procedió a cometer los asesinatos.
Luego de que George “aceptó” su culpabilidad, fue encerrado para esperar su juicio, el cual se llevó a cabo el 24 de abril del mismo año, en el tribunal del Condado Clarendon.
Cabe destacar que más que un juicio, todo pareció haber sido una simple “formalidad” y un espectáculo, pues el jurado que fue seleccionado para el proceso sólo estaba conformado por 10 hombres blancos, quienes fueron elegidos el mismo día del juicio y los mismo que de las 12:30 pm a las 17:30 pm (tan sólo tres horas de juicio) de ese 24 de abril escucharon las acusaciones contra George, las cuales sólo fueron palabras y declaraciones, pues no se presentó ninguna prueba física y ningún testigo que lo señalara directamente como el verdadero asesino.
¿Lo más impactante? Una vez que el juicio contra el niño terminó, el jurado sólo tardó 10 minutos en deliberar que George Stinney Jr. era culpable de ambos asesinatos.
Por desgracia las leyes de Carolina del Sur en aquel entonces juzgaban como adulto a toda persona mayor de 14 años, así que George fue sentenciado a la pena de muerte mediante la silla eléctrica; ejecución que se realizó la mañana del 16 de junio de 1944 -a menos de tres meses de haberse cometido el crimen- en la Penitenciaría Estatal de Carolina del Sur, Columbia.
Además, según testigos la ejecución del niño fue tan cruel que tuvieron que colocar libros –algunos comentan que la propia biblia del sentenciado estaba entre éstos- con tal de que el joven alcanzara la “estatura suficiente” para que su cabeza pudiera ser colocada entre los electrodos.
Por si esto no fuera ya de por sí atroz, las mismas personas indicaron que la capucha que le fue colocada a George era tan grande que ésta se desprendió de su cabeza debido a las convulsiones que sufrió por las descargas eléctricas, dejando ver por momentos su rostro lleno de dolor y sus ojos inundados de lágrimas. Cuatro minutos después fue declarado muerto.
De esta forma, la vida de George Stinney Jr. dejó de existir entre la incertidumbre de su culpabilidad y el racismo de una nación que no tenía oídos ni ojos, ni mucho menos sentimientos, para otra piel que no fuera la blanca.
La inocencia tardía
En el 2014, 70 años después de que George fue ejecutado, la juez de Carolina del Sur, Carmen Tevis Mullen, dictaminó que el joven Stinney no tuvo que haber sido condenado a muerte en aquella época, pues los elementos y las acusaciones que se presentaron en su contra no eran los suficientes para dictaminar una sentencia.
Sin embargo la juez recalcó que su decisión no significa que haya declarando culpable o inocente al joven Stinney, sino simple y sencillamente dejó en claro que el juicio que se llevó a cabo en su contra no fue justo, pues inclusive dicho procedimiento legal ni siquiera tuvo porqué realizarse.
Por su parte, Steve McKenzie, el abogado que solicitó reabrir el caso de Stinney declaró en un documental de CNN lo siguiente:
“Stinney era un blanco fácil y la policía lo usó como chivo expiatorio para encontrar una forma rápida de imputar a alguien. Eso ocurrió en Carolina del Sur en 1944, con un niño negro acusado, dos jóvenes víctimas blancas, y un jurado integrado por hombres blancos: Stinney nunca tuvo una oportunidad… Sus verdugos tuvieron que apilar varios libros en el asiento de la silla para que su cabeza llegara a los electrodos. Cuando encendieron el interruptor, el cuerpo de Stinney convulsionó, por lo que la máscara que le quedaba demasiado grande se soltó y así, su rostro quedó expuesto a más o menos 40 testigos, entre ellos el padre de las niñas asesinadas».
Kathrine Robinson, la otra hermana de George, dijo sentirse feliz por el hecho, aunque ello no hubiera cambiado el pasado, pues comentó asegura estar “contenta porque haya llegado este día después de tanto tiempo, pero me estremezco cuando pienso en mi infancia y en George. No hubo nadie que lo ayudara. Me dan escalofríos cada vez que lo recuerdo».
La culpa y vergüenza de una nación llevada al cine
El caso de George Stinney Jr. ha sido llevado al cine en ocasiones diferentes:
La primera de ellas en 1991 bajo la dirección de John Erman en la cinta que llevó por título Carolina Skeletons, basada en la novela del mismo nombre y cuyo autor es David Stout, inspirada a su vez en este lamentable caso.
Asimismo, se dice que el famoso escritor de novelas de terror, Stephen King, se inspiró en el caso de Stinney Jr. para escribir su libro «La milla verde», el cual sirvió como base para la película Milagros inesperados (The Green Mile) de 1999.
En esta última película, Tom Hanks interpreta al guardia Paul Edgecomb, quien junto a otros de sus compañeros resguardan a varios presos en la cárcel de Cold Mountain, Luisiana; sin embargo, entre los reclusos destaca uno de raza negra llamado John Coffey (Michael Clarke Duncan), un imponente hombre -aunque con alma de niño- acusado de haber asesinado a dos niñas y que, a pesar de quedar clara su inocencia, es sentenciado a morir en la silla eléctrica.