“El exorcista”, el clásico y eterno rival a vencer del cine de terror
Por increíble que parezca, a casi 50 años de su estreno, The Exorcist (El exorcista, 1973) continúa ostentando el título de la mejor película de terror en la historia, y seguramente lo seguirá teniendo durante otras cinco décadas más, ya que si bien su trama tal vez ya no asuste como antes a las nuevas generaciones (y no porque baje de calidad, sino por el hecho de que nos acostumbramos a otro tipo de historias y otra manera de contarlas), no se puede negar el esmero, el atrevimiento y la innovación que dicho filme representó en su época. Después de todo, esta fue la obra que marcó un antes y un después en el cine de género, además, claro, de establecer ciertas pautas en las cintas de exorcismos.
¿A qué nos referimos con esto? A que fue con The Exorcist que el género de posesiones demoníacas quedó establecido completamente, es decir, después de esta obra dirigida por William Friedkin y basada en la novela homónima de William Peter Blatty se consumó y se volvió casi una regla todo lo acontecido en estas historias: la mujer indefensa cuyo cuerpo sirve de recipiente para albergar un demonio, los improperios lanzados ante Dios al momento del ritual de expulsión, comportamientos lascivos y provocaciones verbales hacia los exorcistas, la doble voz de la o el poseído, la ciencia contra la iglesia, increíbles contorsiones corporales, levitación del poseso, la tabla ouija como medio de entrada del mal y, por supuesto, la eterna lucha de Dios contra el diablo bajo la mítica y siempre electrizante frase “el poder de Cristo te conmina” (¡The power of Christ compels you!). En pocas palabras, El exorcista es a las cintas de posesiones lo que Night of the living dead (La noche de los muertos vivientes, 1968) a los zombis.
El mal contra el mal
Tanto Friedkin como Blatty fueron dos hombres que no temieron al escarnio de la sociedad ni del Creador, pues con esta película y por supuesto también la novela, desafiaron una moral religiosa pero también clínica en la que dejaron en claro que el diablo (al menos en el cine) existe, y a veces él gana por sobre Cristo, pues si bien al término de la película la joven Regan (Linda Blair) se libra del demonio, no olvidemos que en su camino el buen Capitán Howdy (como se hacía llamar el ser maligno) se llevó a tres hombres entre sus pezuñas.
Asimismo, la película desde un principio nos deja en claro que lo que en ella veremos es una lucha entre las débiles y moribundas fuerzas del bien encarnadas en la figura del padre Lankester Merrin (Max von Sydow), y una maldad sedienta de venganza que ahora regresa para dar una última batalla. Claro está que dicha imagen se ve reflejada en uno de los mejores fotogramas que resumen prácticamente toda la cinta, y ese es aquel en el que se nos muestra a manera de premonición los terribles hechos que sucederán más adelante al mirar a Merrin frente a Pazuzu, rey de los demonios del viento.
La profanación de Cristo y el sexo como tortura
Si aún hoy en día el acto de la masturbación continúa siendo tabú entre muchos sectores de la sociedad, nada más profano que usar un crucifijo como medio de placer y tortura al entrar y salir de una vagina sangrante. Si bien la iglesia siempre ha visto el acto sexual como algo malo cuando se practica de forma premarital, e incluso como un hecho “antinatural” cuando se ejerce entre personas del mismo sexo, ¿qué se podría decir del diablo usando la figura de aquel que lo despojó del paraíso para masturbarse?
Si The Exorcist es una cinta polémica en sí misma, la película decide ir un paso más allá en este tipo de escenas, ya que nos deja en claro que el mal no tiene límites y sabe que la debilidad del hombre muchas veces se esconde en sus instintos primarios como lo es el sexo; ya que la obra no sólo nos muestra al demonio flagelando a Regan mediante la masturbación con un crucifijo, sino que usa las insinuaciones sexuales para humillar y desconcertar a sus enemigos.
Esto lo podemos notar no sólo en la escena de la masturbación/flagelación, sino también en el momento en que Regan coloca en su vagina la cabeza de su madre mientras se burla gritando “¡lámeme, lámeme!” a manera de representar un sexo oral incestuoso. Por supuesto, los sacerdotes tampoco salen librados, no al menos el padre Karras (Jason Miller), quien debe soportar las provocaciones de la niña poseída, ya sea que a veces se le insinúe pidiendo que la penetre, o bien, que lo provoque para lastimarla físicamente al asegurarle que su madre fallecida “está en el infierno chupando pollas”.
La vejación de la niñez
Si no fuera poco el hecho de mirar a un ser humano ser rebajado a más no poder, la imagen de un niño obligado a esto es mucho más difícil de presenciar. Aquí, ni Friedkin ni Blatty se tientan el corazón para dejar que Regan quede totalmente socavada ante su familia y ella misma. No sólo tenemos el desgaste físico que ella recibe durante el exorcismo (tan así que en una parte se dice que su corazón está a punto de estallar), sino la vergüenza de verse humillada ante su madre, Chris MacNeil (Ellen Burstyn) y sus amigos, quienes, por supuesto, al interpretar ella a una famosa actriz, representan parte de la “crème de la crème” entre la sociedad.
No es raro que se asocie la incontinencia urinaria con rasgos infantiles, seniles y hasta de inmadurez (por no decir ya de falta de higiene); de ahí el hecho de la vergüenza que se puede llegar a experimentar cuando se tiene un “accidente” de este tipo. Y es que seguramente no sólo Chris y sus amistades debieron sentirse bastante incómodos al momento que Regan se orina frente a ellos, sino que el mismo espectador se muestra desorientado al mirar un hecho que no realizaría ninguna persona “educada” y con autocontrol. Si esto no fuera suficiente, a partir de dicha secuencia la pobre niña deberá sufrir métodos invasivos por parte de los médicos con tal de descubrir qué es lo que le ocurre y demostrar que su problema es mental, lo que seguramente más que un paciente la hace sentirse como un “bicho raro”; después de todo esto, ¿qué niño podría decir que su infancia fue normal?
El diablo oculto entre la fantasía y la realidad
La película, como casi todas en su campo, nos plantea dos posibilidades: Regan está enferma mentalmente, ergo, la respuesta la tiene la medicina y la psiquiatría; o bien, Regan está poseída, así que la solución está en el exorcismo.
A raíz de la secuencia en que Regan orina, su condición comienza a empeorar, sin embargo, casi inmediatamente la cinta se enfoca en dejarnos en claro que los problemas mentales no tienen nada que ver y todo se trata de eventos sobrenaturales, los cuales surgen a raíz de que la niña se atrevió a jugar con la tabla ouija. Escenas como la cama saltando de un lado a otro, o más aún, la temible secuencia conocida como “el paso de la araña” en que vemos a Regan bajar las escaleras en una posición totalmente anormal y vomitar sangre, ocasionan que al espectador no le quede duda de que ni la medicina ni la psiquiatría son la solución, sino que todo está ligado a fuerzas oscuras y demoniacas, lo que ya se preveía desde un principio gracias a pistas como el hecho de que casi a manera subliminal, en la cinta aparece por milésimas de segundo el rostro de un demonio cada vez que algo grave está a punto de ocurrir.
Merrin, la última batalla
Una vez que el padre y psiquiatra Damien Karras agota todos los medios que su profesión le permite -y luego de haber sido bañado en vómito verde y estar dentro de una inexplicablemente gélida habitación-, convence a sus superiores de realizar un exorcismo, por lo que envían al mejor de su caballería: el padre Lankester Merrin.
Aunque viejo, Merrin resulta ser todo un feroz guerrero contra las fuerzas del mal, no obstante, todavía le queda una última batalla que enfrentar contra un antiguo rival que se oculta bajo la piel de Regan. Con este personaje no sólo tenemos otra de las pautas que The Exorcist dejó, la cual es la figura del sacerdote anciano y sabio, sino uno de los mejores enfrentamientos que el cine ha visto entre Dios y el demonio.
Aunque la aparición de Max von Sydow como el padre Merrin es prácticamente breve, éste termina por ser la pieza clave en la trama, ya que se trata de un experimentado lobo que sabe que su tiempo ha llegado pero no está dispuesto a irse sin antes dar lo último de él; además, y como bien lo mencionamos antes, se había dejado en claro mediante una escena al inicio que, efectivamente, la batalla se decidiría entre Pazuzu y Merrin.
Sydow termina por interpretar al arma de Dios en esta batalla, siendo un hombre totalmente centrado, sabe qué hacer y qué necesita para vencer al mal, por lo que no es de extrañar que cuando llega a casa de Regan no pierda el tiempo en formalidades y comience a preparar a Karras para el fatal exorcismo.
A diferencia de Karras, Merrin es un tipo imperturbable, pues ni las maldiciones de Regan ni el hecho de ver cómo ésta se eleva de la cama o da vuelta 180 grados a su cabeza lo inmutan, por lo que es capaz de mantener una feroz lucha contra aquel ser que atormenta a la pobre niña en lo que es un encarnizado duelo de oraciones y maldiciones donde, como todos sabemos, resulta perdedor, pero cuya muerte sirve de impulso para que su compañero sacrifique su vida para salvar a la niña.
The Exorcist termina por ser un breve resumen de la lucha entre el bien y el mal pero también de la sádica pelea entre ciencia y creencia; además de convertirse en el prototipo de las películas de posesiones. Es por esto que independientemente de la ideología del espectador, no se puede negar que Friedkin y Blatty crearon una obra imprescindible en el cine de terror y, seguramente, también insuperable, hecho que la convierte en el eterno rival a vencer.