First man, Armstrong en la intimidad del universo

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Damien Chazelle saltó a la palestra con su celebrada Whiplash (2014), con su ópera prima consiguió ganarse el favor de la crítica, del público y de la Academia. Su siguiente propuesta, el musical La La Land (2016) continuó la misma estela, e incluso pasó a la historia de las galas de los Oscar a pesar de no lograr el máximo galardón (o más bien por eso). En esta ocasión, el tercer y esperado largometraje de Chazelle se aparta radicalmente de sus anteriores propuestas con una historia de épica intimista sobre Neil Armstrong (Ryan Gosling) y la llegada del hombre a la Luna.

La emoción va por dentro

Fuente: Universal Pictures

Desde su preestreno en Venecia, First Man (2018) ha sido calificada como una película sin emoción. Una crítica incomprensible ya que, de ser así, otras películas como 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968) deberían ser calificada de la misma manera, incluso con más motivo, ya que, como dijo el venerable cineasta y crítico de Cahiers du Cinema Jacques Rivette:

“Kubrick es una máquina, un mutante, un marciano. No tiene sentimiento humano alguno. Sin embargo, resulta maravilloso cuando una máquina filma otras máquinas, como en 2001: odisea en el espacio».

Una crítica de tal contudencia siempre es controvertida y supone una revisión de los cánones de la cinefilia, siempre necesaria de revisión. Y, ciertamente, First Man aporta más en lo emocional que la película de Kubrick. El viaje introspectivo de Neil Armstrong dentro de la carrera espacial es un proceso intimista, donde la épica se reprime y se apuesta por la redención y la curación de traumas hasta donde el ser humano es capaz.

«To the deepest of the deep»

Fuente: Universal Pictures

Esa emoción contenida tiene que ver con uno de los hilos conductores del filme, la muerte de los seres queridos. Su presencia es constante, ya sea de facto o como una amenaza latente. Chazelle lo plasma en los primeros minutos de la cinta. En la primera, la vida de Armstrong está en peligro cuando su aeronave rebota contra la atmósfera y pierde el control de esta, no obstante, es capaz de reconducir la nave y logra aterrizar con éxito. En la segunda, se da a conocer la enfermedad de la hija del protagonista con una serie de planos intimistas, tiernos y evocadores del amor y el dolor con una iluminación que recuerda a El árbol de la vida (The Tree of Life, Terrance Malick, 2011) y la relación inconmovible del padre con sus hijos.

Sin embargo, Chazelle no cae en el morbo de la muerte, ni en el exceso sentimental acompañando sus imágenes con la sensible composición de Justin Hurwitz. Incluso utiliza la elipsis para que el espectador no se vea condicionado por imágenes especialmente emotivas. Porque sus personajes deben encontrar por sí mismos el camino entre los muertos sin la compasión del espectador.  Para Neil y Janet Armstrong (Claire Foy) sus vidas son un duelo mantenido en el tiempo que endurece y resquebraja su propia relación. Las dificultades de Neil para expresar sus sentimientos, sobre la muerte de su hija o de sus compañeros, recaen en el ámbito público sobre Janet, que tiene que hacer frente a los desplantes y la mesura de su marido. Y en lo privado ante sus hijos.

La épica de una mirada

Fuente: Universal Pictures

Una de las ideas más interesantes del filme es cómo percibir el espacio exterior. De forma recurrente, la cámara es colocada dentro de la cabina de la aeronave que pilota Armstrong. El plano subjetivo hace partícipe al espectador (y a toda la humanidad) de la belleza del cosmos, de sus peligros y de la propia hazaña, otorgándole así un matiz colectivo a esta y alejándose del individualismo por el que se caracterizaba su cine. La mirada de Armstrong a través de los ventanales de la nave mantiene una relación de fascinación y temor como la del vidente y la pantalla. Chazelle comprime en sus imágenes la atracción por el universo, su inaprensible inmensidad y sus misterios a través de un espacio mínimo del plano, el reducto que conocemos.

Fuente: Universal Pictures

Estos planos suelen revertirse en contraplanos de Ryan Gosling protegido por su casco y dejando entre ver las impresiones del personaje. Pero Chazelle deja para el clímax sus mejores imágenes, donde la mirada de Armstrong queda oculta tras la visera solar del casco que, a su vez, actúa como espejo del páramo lunar. Un desierto de polvo que sustituye el rostro de Armstrong, una imagen del desierto interior del protagonista y de toda una hazaña que costó vidas y un derroche de recursos socioeconómicos. Con ella, Chazelle ha logrado crear una imagen ambivalente sobre la inconmensurabilidad y la insignificancia humana.