Don Alejo: el valiente que vio la muerte sólo una vez
La muerte es un espía que vigila desde el nacimiento. Es lo único certero que tiene la vida, aunque erróneamente se le defina como su antónimo. No obstante, en una tierra sin ley, lo triste es conocerla a través de la violencia. En los charcos rojizos de la desigualdad y la inseguridad, donde la justicia social parece transformarse en mito, surgen historias escritas en las pencas de la memoria que, muchas veces ya sin nombre, resuenan en el silencio.
En México, la muerte es como una deidad familiar; se convive con ella, se le venera, celebra e incluso se le pide protección. Pero, últimamente asemeja más a un pariente ebrio que se ha desatado en su verbena; su guadaña rasguña sin tregua hasta los suspiros más inocentes. Las cifras lo gritan: desde el año 2006 se han registrado más de 250 mil asesinatos a causa de la guerra contra el narcotráfico en el país.
En noviembre de 2010, el periodista Diego Enrique Osorno se encontró con uno de los miles de relatos que se han formado en esta narrativa macabra. Se trata de la hazaña de don Alejo Garza Taméz, un ranchero nuevoleonés de 67 años que, ante el ataque de sicarios del narcotráfico, defendió hasta la muerte su propiedad: el rancho San José en Tamaulipas.
“La historia de don Alejo, la nota que da cuenta del hecho, tardó casi 10 días en darse a conocer por Milenio. No fue una nota que saliera al día siguiente, se dio a conocer 10 días después por Milenio Monterrey, no Tamaulipas (los medios de Tamaulipas no registraron ese hecho). Yo tardé nueve años en poder contar una historia profunda sobre un hombre que a finales de 2010 se había convertido en una víctima muy visible, pero no conocíamos su historia”, comparte Osorno.
Y es que, para muchos, don Alejo logró traspasar ése umbral del silencio al comentarse su batalla en los noticieros nacionales. La mitología mediática atrapó su figura y construyó a su alrededor la imagen de un héroe, como una inspiración que se necesitaba para reivindicar un Estado fallido. Se empezó a comentar que fue como un lobo solitario, un hombre rudo que vivió alejado de su familia, porque solamente alguien de estas característica era capaz de ponerse frente a frente ante el crimen organizado.
Pero la verdad de don Alejo no cruzó el silencio, o al menos no en su totalidad. Osorno observó cabos sueltos en su historia y buscó unirlos a través de la labor periodística. El resultado de su investigación se condensó en El valiente ve la muerte solo una vez (2019), un documental que se fundamenta en la memoria y reconstruye un rostro detrás de la leyenda.
Una tierra en silencio
El noreste mexicano rara vez se presta a hablar; generalmente se reserva en su tragedia y posee su propio lenguaje maniatado en el silencio de la violencia. En sus páramos sopla un hálito que borra toda huella plasmada sobre el suelo terroso. Seguir sus rastros implica dialogar con la ausencia, interpretarla, transcribirla y entenderla.
En los últimos años, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas han protagonizado en el radar noticioso debido a su papel como trincheras y refugios del narcotráfico. A través de sus venas de asfalto, kilos y kilos de droga circulan diariamente hacia la frontera con Estados Unidos. A su paso arrastran vidas que llegan a perderse en el anonimato.
2011 fue el año donde algunas de las historias más inverosímiles se escribieron con sangre: la matanza en Allende, Coahuila, en marzo; la masacre de migrantes centroamericanos en San Fernando, Tamaulipas, en abril; el atentado al Casino Royale en Monterrey, Nuevo León, en agosto.
Además de ellas, hay un séquito de sucesos que no han sido contados. Por tal motivo, para Osorno, el silencio que produce este páramo norteño es ensordecedor. Símil a otros lugares del país donde se han registrado los acontecimientos más terribles, en el noreste la documentación de hechos violentos ocurre de manera defectuosa y en un lapso muy prolongado.
“Creo que tenemos un silencio que nos grita, un silencio que se refleja en las fosas. Cada fosa es un silencio profundo que se trata de construir por parte de la criminalidad, ya sea la criminalidad oficial, la común o la organizada. Los lugares donde se incineraron personas son también parte de esta maquinaria del silencio. La omisión de las autoridades ante todos estos hechos, nos habla también de un silencio”.
El periodista regiomontano indica que dicho patrón de inmunidad y de violencia extrema se repite en cada rincón del país. Pero la metáfora del silencio resuena en el noreste ante dos principales variables.
Primero, la característica del norteño; su individualismo que lo distingue de la personalidad más comunitaria de los habitantes del centro y del sur de la república. La historia de don Alejo es ejemplo de ello.
“Él, en toda su integridad y congruencia, pudo haber recibido ayuda de sus trabajadores o de los familiares que tenían propiedades vecinas a su rancho para defenderlo. Pero él se negó, le dijo a uno de sus empleados: ‘Yo no quiero compromisos’. Hay un factor que tiene que ver con nuestra idiosincrasia de ‘nosotros todo lo hacemos solos’ y no tener esta vida más comunitaria, aunque es verdad que el periodo de violencia ha provocado en el norte un sentido de organización para protestar, denunciar y presionar”.
Segundo, el poco humanismo; Osorno resalta que el noreste posee ciudades deshumanizadas en el sentido de una indiferencia cultural. Urbes como Reynosa o Laredo, que apenas y cuentan con una biblioteca, donde escasean los cine clubs y no existe una carrera de letras hispánicas.
“Son ciudades que se diseñaron solamente para producir o maquilar algo a Estados Unidos, para trabajar el petróleo o hidrocarburos. Se les olvidó construir una mínima infraestructura cultural que mantenga el humanismo”.
Al contrario de otras violentas urbes fronterizas como Ciudad Juárez o Tijuana, el noreste carece de una producción literaria que aborde el tema del narcotráfico. Entonces, el periodismo (que en estas ciudades se practica en las condiciones más hostiles), debe entrar al ruedo como el generador de un lenguaje para un lugar dominado por el silencio. Osorno cree que la literatura y otras artes pueden partir desde las frases periodísticas para construir una expresión de lo que ocurre y generar humanidad.
Otro punto importante es el silencio que proviene de la indolencia. Esa indiferencia de la población que compra el discurso oficial y que, ante la tragedia, juzga a los acaecidos. El discurso se repite como la resonancia en una fosa profunda.
“También es un asunto de autoprotección, de no involucrarse o justificar el no hacer algo. La justificación es: ‘No hago nada ante la tragedia porque los que la padecieron andaban metidos en algo’. Creo que mucha de esa gente sabe que no es así. Hay mucha evidencia de que esta guerra contra el narcotráfico no era una guerra entre buenos y malos, sino una política pública desastrosa del gobierno de Felipe Calderón y que trastornó la vida de nuestras ciudades y nuestras familias”.
Narración de la memoria
En su documental, Osorno se adentra en el pasado de don Alejo y lo instala en el presente. Más que basarse en testimonios familiares o de algunos conocidos del empresario, parte de la propia mirada de don Alejo a través de grabaciones caseras que aguardaban en cintas de videocasetes.
Para el profesor alemán Andreas Huyssen el arte es un territorio donde se puede recordar de otro modo y se puede apreciar el pasado de una manera diferente a la establecida. La memoria vivida no se localiza en monumentos ni en informaciones oficiales, sino en cuerpos individuales de los que emanan su experiencias.
Osorno recalca que la crónica periodística y el cine documental poseen un carácter subversivo porque delatan las sombras de los relatos que se dan por supuestos. Su latencia es afectiva, para que la historia no se edifique con olvido.
Así, El valiente ve la muerte solo una vez arma un rompecabezas mnésico y forma una narrativa donde su protagonista habla por sí solo. Para Osorno, mostrar la visión de don Alejo resulta más eficaz que lo que cualquier testigo pudiese haber declarado.
“Por un lado, quise mostrar su vida familiar; cómo era un hombre amoroso, familiar, buen padre. Por otro lado, su universo en la cacería; su conexión con los animales. Y, fundamentalmente, su historia con el rancho para entender por qué estuvo dispuesto a defenderlo”.
En vida, don Alejo tuvo varias aficiones, entre las más destacadas resaltan la cacería (de ahí su excelente manejo de las armas) y la filmación de videos caseros. Osorno tuvo acceso a más de 40 horas de imágenes que el propio don Alejo grabó. De ellas extrajo los aspectos que, narrativa y visualmente, siguiesen los lineamientos planteados con anterioridad. El peso de la historia se añadió por el impacto que causa su propia naturaleza contradictoria.
“Don Alejo es, al mismo tiempo, una víctima y un héroe. Esa contradicción volvió su caso particularmente un caso de admiración desesperada. La gente veía cómo los grupos armados arrasaban con la ciudadanía y nadie del gobierno ponía un alto. Don Alejo es un personaje que hace frente, allí está el poder de su historia”.
Contar las historias de las víctimas del narcotráfico ayuda a que no se conviertan en un número y a que el espectador encuentre un espejo en la narrativa y logre ser empático con la problemática social. A Osorno este esfuerzo no le resulta extraordinario, ya que, en su opinión, es lo que debe hacer cualquier periodista.
“Los datos duros sirven para dialogar con el poder, discutir políticas y hacer análisis, pero no necesariamente ayudan a que la sociedad esté más consciente y empatice con los problemas que se están viviendo. Por eso la crónica, el relato o el documental funcionan más”.
Así, la memoria de don Alejo sobrevive de una manera en la que el pasado puede actuar sobre el presente. El resultado es un documental donde el espectador dialoga con su protagonista y este le comparte sus impresiones. A través de la mirada de don Alejo, se observa un mundo que desaparece en negros cuando ocurre su muerte.
“Lo que estás viendo es la historia de una persona común. Don Alejo puede ser tu abuelo, mi abuelo, el tío de alguien o el papá de alguien más. Creo que cualquier persona que vea este documental ya no podrá ser indolente ante la tragedia de nuestra época y creo que podemos motivar a hacer algo. Para mí, al final de cuentas, los cambios vienen de la propia sociedad. El gobierno mexicano, más que una ayuda, es un obstáculo para resolver los problemas”.
El relato épico de don Alejo descansa sobre una frase shakesperiana que aparece en la tragedia de Julio César: Los cobardes mueren muchas veces antes de su muerte, los valientes nunca sienten la muerte sino sólo una vez. Al igual que el emperador romano, don Alejo no se intimidó ante el destino que le aguardaba en el rancho San José. En un terreno hostil como el mexicano, la muerte ajena es un fenómeno que se observa todos los días, pero nadie puede hablar de su encuentro con la propia.