Adaptaciones Literarias: ¿Qué hace falta para que un libro llegue al cine?
En el momento en el que el cine dejó de ser una simple atracción de feria para convertirse en un medio para contar historias, la adaptación de textos literarios a la pantalla se asumió como práctica común. Debido a ello, encontramos que a lo largo de la historia del cine, el número de películas basadas en textos literarios es mayor incluso que el de guiones originales.
Muchas de las obras maestras del cine clásico (algunas de ellas con más de una versión) han sido basadas en obras literarias: Fausto, Frankestein, Dracula, Werther, Rebeca, Las uvas de la ira, Lolita, Psicosis, entre muchas otras. Los textos teatrales por otra parte, fueron predominantemente adaptados en los orígenes del cine, debido a la realización de pequeños cuadros escénicos y con la llegada del cine sonoro en la década de los treinta, pero pronto pasaron al rezago y es cada vez más peculiar encontrar películas adaptadas de obras teatrales.
Adaptación, esa palabra
Para hablar de las adaptaciones se usan también términos como traslación o trasposición para referirse a la experimentación de una obra en un lenguaje distinto a aquel en que fuera creada. No se puede hablar del mismo modo para una adaptación teatral o de una novela, así tampoco de una novela corta o una larga, llegando algunos al punto de negar esta noción. Globalmente se entiende la adaptación como el proceso por el que el relato, expresado en forma de texto literario, se convierte, tras sucesivas transformaciones estructurales, en otro relato similar expresado en forma de texto fílmico.
A lo largo de la historia se ha presupuesto al cine como subordinado a la literatura respecto a su capacidad artística. Para que la obra cinematográfica no sea considerada de segundo orden respecto al original, debe haber suficiente autonomía estética para con el texto literario. Frecuentemente, gracias al movimiento cahierista y su llamada política de los autores, ha sido posible la defensa de algunos directores antes considerados como técnicos brillantes al servicio de grandes estudios y no sólo a los directores capaces del control absoluto de la producción y una línea estética o temática fácilmente identificable.
Esto ha contribuido a considerar la cámara cinematográfica en manos del director como el pincel en la del pintor o la pluma del novelista. Esta política de los autores es cuestionada cuando surge la defensa del guionista como verdadero creador del filme. Lo mismo sucede con la defensa de las interpretaciones de los actores, la fotografía, el equipo técnico, la producción o la banda sonora. Algunos autores señalan que el guionista no es la principal fuente de calidad de las buenas películas, pues el guion sufre transformaciones y la puesta en escena es determinante. Además se sabe que algunos de los más reconocidos cineastas (Hitchcock, Fritz Lang, John Ford) apenas si han figurado como guionistas.
Razones comerciales de adaptación
Desde que el cine privilegió la narrativa, la industria del cine cuenta con centenares de producciones al año, ello supone la búsqueda de historias. Aunque hay guionistas que escriben únicamente para el cine, es indudable que en la literatura se encuentra un gran patrimonio de relatos, especialmente en tiempos de esterilidad creativa. Otra de las razones para acudir a la adaptación de textos literarios es que una obra literaria exitosa supone el interés del público por el argumento (piense en sagas y franquicias literarias como Harry Potter o El señor de los anillos o Avengers).
Si una persona que ha leído una novela o visto una obra de teatro se interesa por algún personaje o acción de la obra, es de esperar que un filme que reproduzca estos elementos, tendrá el favor del público. Sin embargo esta razón para la adaptación está al margen de pretensiones artísticas y hay que tener en cuenta que nunca hay garantía de éxito para una película basada en una obra que haya triunfado en las librerías.
Otra razón de peso por el que predominan las adaptaciones sobre los libretos originales es que la literatura ha actuado como filtro histórico. En ocasiones, por ejemplo a la hora de narrar sucesos históricos, resulta más eficaz utilizar una obra literaria como referente que condense el espíritu de la época, siendo además de mayor comprensión que algunos textos históricos o técnicos que dificilmente pueden considerarse “divertidos”.
Lucha de autores
Existen también los cineastas que adaptan grandes obras de la literatura como un reto artístico, es decir, desean plasmar su propia interpretación de obras que admiran. Así, podemos ver con frecuencia versiones muy distintas de Shakespeare, Arthur Conan Doyle, Víctor Hugo, Cervantes (pregunten a Terry Gilliam), Mary Shelley o Bram Stroker. Lo mismo sucede con modernizaciones frecuentes de mitos de origen griego o romano.
Algunas otras razones que llevan a realizar adaptaciones pueden ser las pretensiones de buscar cierto prestigio cultural. Piense en el cineasta de arte que desea ir más allá del ocio o el espectáculo y que recurrirá, seguramente, a la referencia literaria como muestra de intelectualidad. O también puede deberse a una labor divulgadora, pues muchos cineastas son conscientes de que la película puede potenciar el conocimiento de la obra literaria (caso de Kurosawa y sus adaptaciones de Dostoievski y Gorki).
Existe una tendencia a señalar el caso de adaptaciones cinematográficas mediocres de obras literarias valiosas (de hecho la frase “el libro siempre es mejor” es una de las muletillas favoritas de la opinión popular). Por el contrario, escasean los casos en que la obra cinematográfica supera con creces al texto literario. Aunque se ha insistido en evitar los juicios comparativos, considerando cada obra como un producto distinto, la tendencia a comparar surge siempre. Hace tiempo que dejé de creer que una mala adaptación “mutila” al original, al contrario le ayuda: los que conocen el texto literario lo apreciarán más aún y los que no lo conocen, con suerte se acercarán a él.
Circunstancias especiales
En todo caso, de persistir el espíritu comparativo, hay que considerar circunstancias especiales. En primer lugar, resulta imposible y poco práctico embutir toda la historia contada en una novela en un filme de duración estándar. Esto plantea ya una problemática: es necesario condensar o suprimir cosas. Se ha señalado que la fidelidad dependerá del conocimiento que del texto original tenga el cineasta, pero esto excluiría la intención del mismo. A esto hay que sumar la densidad o complejidad de obras con un estilo literario difícil.
Entonces lo que parece importar no es tanto una fidelidad narrativa, sino la provocación en el espectador de una experiencia estética que se compare a la producida por el original. Cada lectura es un libro distinto y el autor cinematográfico tiene que realizar la misma lectura que han hecho la mayoría de los lectores del texto literario. Además de lograr un resultado estético equivalente, es decir, que para producir un efecto análogo es necesario captar el espíritu de la narración.
Por tanto, surge la necesidad de preguntarse si existen novelas más adaptables que otras. Parece ser que es preferible una novela que sea más plasmable de modo audiovisual. Lo lógico sería pensar que una novela que atiende menos a los procesos psicológicos internos del personaje o descripciones verbales resulta más adaptable, pero existen muchas excepciones. Las novelas que narran procesos psicológicos, o como guste llamarse al mundo interior del personaje, es más difícil de adaptar puesto que el cine muestra acciones externas.
Podría decirse que mientras más relevante es la materia lingüística de la obra literaria, mayores dificultades presenta su adaptación desde el punto de vista de la legitimidad estética (un poema resultaría más complejo que una obra narrativa). Así, como primer acercamiento al tema, podemos ver que adaptar implica muchas decisiones acerca de qué suprimir, qué cambiar, como afrontar el aspecto, a qué dar hincapié: es decir, implica una ardua labor de edición.