Veneno para las hadas: el rostro asesino de la imaginación

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Habrá quienes digan que el cine de terror mexicano pereció hace mucho tiempo, posiblemente en la época de los ochenta; otros, la minoría, dirán todo lo contrario. Sabemos que hay títulos ejemplares que están avivando este tipo de cinematografía, como la muy reciente Vuelven, de Issa López, directora que con su ópera prima de terror fue elogiada por el maestro de la fantasía, Guillermo del Toro, y por Stephen King, el mismísimo padre actual del género. Pero antes de cualquier buena película de horror mexicana que se nos venga a la cabeza, estuvo Veneno para las hadas (1984), de Carlos Enrique Taboada.

En ella, seguimos a dos personajes principales: Verónica (Ana Patricia Rojo) y Flavia (Elsa María). La primera de ellas, una niña solitaria y extraña, con posibles rasgos sociópatas, según la mayoría de los fans de la cinta, perdió a sus padres en un trágico accidente, por lo que vive con su abuela, una anciana que huye del contacto humano y pasa sus días balanceándose en una mecedora, y está bajo el cuidado de su nana, quien le cuenta historias de brujas todas las noches, ya sea para mandarla a dormir o para que deje de fastidiarla con sus insistencias; la segunda pequeña lo tiene todo: unos padres que la aman sobre cualquier cosa, una bellísima casona, una simpática mascota, juguetes por los que cualquier niño vendería su alma al diablo…

Cuando Flavia llega a su nuevo colegio conoce a Verónica, y entre ellas se desarrolla una atípica y no muy sana relación.

Veneno para las hadas sugeriría ser una película infantil, pero en realidad va más allá. Esta obra nos muestra el otro lado de la moneda de la imaginación, el otro rostro, uno más macabro y por demás asesino, y no tardamos mucho en descifrarlo.

Fuente: GramUnion

Verónica, cuya personalidad posee una imaginación desbordante, le hace creer a Flavia que es una bruja, y que bajo su apariencia angelical e inocente, existe una vieja hechicera con malévolas intenciones. Ante una Flavia escéptica, Verónica se esfuerza por demostrarle su inminente poder, sirviéndose de trucos sencillos, artimañas y mentiras. Pero al final logra su cometido cuando la maestra de piano de Flavia fallece de un ataque cardiaco, luego de que ambas niñas realizaran un «encantamiento», con velas y sangre, y le pidieran al diablo que se la llevara lejos. Lo que Flavia desconoce es que su profesora francesa ya había tenido dos infartos previamente, y que por su tabaquismo y frágil salud era sólo cuestión de tiempo que perdiera la vida; esta vez, Flavia se convence de que su amiga es una letal hechicera.

Cada vez más asustada, Flavia adquiere una actitud sumisa ante Verónica, quien lleva el juego a dimensiones estratosféricas, hasta el punto de utilizarlo para que su única amiga del colegio haga únicamente su voluntad. Flavia llega a desprenderse de sus posesiones más entrañables con sólo la vehemente orden de Verónica, y a tener terrores nocturnos, pesadillas y visiones en las que el cuerpo ingrávido y fantasmal de la diabólica niña entra a su habitación para atemorizarla.

Fuente: Imdb.com

Así es como Verónica consigue que Flavia mueva los hilos en su casa y convenza a sus papás de incluirla en una excursión al rancho familiar.

Una vez ahí, el horror que crece en la mente de Flavia se hace cada vez más tangible, volviéndola retraída y cabizbaja hasta con sus propios padres, quien, evidentemente, no tienen idea, ni sospecha, de lo que realmente está sucediendo.  No ven en Verónica la amenaza que Flavia percibe, tan sólo la consideran una niña rara que quizá no es la mejor influencia para su única y mimada hija.

Verónica le cuenta un secreto a Flavia: debe realizar un veneno para las hadas, pues éstas son enemigas atávicas de las brujas. Asimismo, le pide ayuda para conseguir los ingredientes para la mortífera pócima, pues planea aniquilar con ella a las mismas; entre ellos se encuentran:

-Polvo de panteón

-Una cruz (para quemar y esparcir las cenizas en la ponzoña)

– Extremidades de ranas y alimañas

Fuente: Tumblr.com

Todos los componentes de la sustancia venenosa los irán ocultando en un viejo y olvidado granero, en un segundo piso, bajo montones de paja amarillenta. Para conseguirlos, deberán hacer cosas que, poco a poco, irán desquiciando y metiendo en problemas a Flavia, como el ir a la media noche a un panteón para robar tierra y cruz.

Pero el límite llega cuando, debido a una imprudencia de Flavia, Verónica la castiga exigiéndole que le regale a su mascota (Jipi), un pequeño perro que es su adoración, y amenazándola con que, de no hacerlo, convocará a las demás brujas para que le saquen los ojos.

Llevada al extremo, Flavia tomará una irrevocable y funesta decisión.

Película de culto, un infausto cuento de hadas 

Ganadora de 5 Arieles de Plata– por mejor película, fotografía, dirección, edición y música de fondo-, una Diosa de Plata de PECIME, por la excelsa actuación infantil de Ana Patricio Rojo (quien se lleva las palmas en esta producción) y una Bochica de Oro del Festival Internacional de Cine de Colombia, igualmente por el papel de Verónica, entre una decena de nominaciones más, la obra de Taboada, famoso por dirigir Hasta el viento tiene miedo y El niño en la piedra, ambas de 1968, nos rememora a una época, tal vez la más pura de nuestra existencia, de veranos bajo el sol y juegos aniñados; un tiempo que ya no volverá, y que fue tallando con sus sutilezas los rasgos de nuestra personalidad. Cuando sólo éramos nosotros, los niños, y los adultos orbitaban como en otra esfera, ajenos y misteriosos; sólo que, en esta cinta, la experiencia tiene un tono más oscuro. Esto se logró con una estética preciosista y movimientos de cámara muy atinados. Lo más característico es que los adultos nunca aparecen en pantalla, tan sólo de la cintura para abajo o de espaldas, con la única excepción de Madame Rickard, cuando es encontrada por Flavia sin vida, yaciendo en el piso de la cocina con los ojos abiertos y el té derramado alrededor de su cuerpo. Los infantes están completamente en soledad.

Hablamos de un clásico que brilló, y aún lo hace, por su original dualidad; por un lado es una metáfora de todo lo que puede ir mal por el descuido de los padres hacia los hijos, quienes, a su vez, tienen miedos e inseguridades reales. Los adultos tienden a subestimar a los niños en una etapa temprana, no creyéndolos otra cosa más que inocentes e inofensivos, pero es en este periodo de la vida donde todo puede torcerse y tomar un rumbo siniestro. Si agregamos a la fórmula una inflamada imaginación, el abandono pueril, locaciones coloniales melancólicas, música que eriza la piel, brujería y superstición…tenemos Veneno para las hadas, quizá la mejor película de terror psicológico que se ha hecho en la historia del cine mexicano.